lunes, 2 de marzo de 2009
La autocritica
Somos, fundamentalmente, nosotros mismos quienes hemos de corregir nuestros errores. Las indicaciones que nos vienen de fuera de algún modo nos son un poco ajenas, por lo menos hasta que las hacemos propias. Pero en un primer lugar debemos admitir que la equivocación es posible en nosotros. A nivel teórico es fácil admitir esta posibilidad porque ninguno nos consideramos perfectos. La dificultad viene cuando hemos de reconocer que una determinada actitud nuestra es equivocada. Si no existe un espíritu de cierta desconfianza sobre la propia persona no es posible que nazca la autocrítica, y sin ésta no hay cabida a la corrección. La autocrítica no surge de un deseo en un momento determinado, sino de la misma complejidad de las relaciones humanas. Aprendemos a serlo si se reúnen las condiciones necesarias. Pero existen muchos obstáculos que nos pueden inducir al error o enmascarar la meta, y es mejor conocerlos: la precipitación, las presuposiciones, el juicio de intenciones, las proyecciones personales, las falsas apariencias, los prejuicios, las descalificaciones genéricas, pero sin duda el mayor peligro procede de la prepotencia personal producto de la soberbia. Solo con una actuación que desconfíe inteligentemente de nuestras propias certezas entraremos en la capacidad de ser autocríticos. Así pues, la capacidad para ser critico consigo mismo nace de una exigencia de la razón, que, al no ser infalible corre el riesgo de equivocarse, y de hecho se equivoca. De lo cual se deduce que nuestra exposición al error ha de ser vigilada. Si, pero ¿porque lo tendríamos que hacer si nos creemos infalibles? La observación del mundo y de los otros nos enseña los defectos de los demás. Estos si que nos es muy fácil verlos, y nos puede hacer reflexionar para analizar si nuestra conducta también contiene errores. Desconfianza, pues, y capacidad de análisis. Sin una reflexión sobre la propia vida y la ajena no es factible consolidarse en el intento de mejorar nuestro desarrollo humano.