sábado, 21 de diciembre de 2013

Eyes wide shut



La última obra de Kubrick nos llegó rodeada de comentarios en prensa y de trailers interesados en resaltar los aspectos sensuales y eróticos de la película. El tema central de la película es una exploración de cómo se relaciona la sexualidad de cada individuo con la nueva sexualidad que aparece como consecuencia de la vida en pareja.  No es una película sobre el amor, en este caso se da por supuesto que hay amor entre ambos.  Digamos que sobre la conducta humana y la seducción amorosa Kubrick ya había experimentado en Barry Lindon.   Creo que Kubrick, al final ya de su carrera y de su vida,  y en consonancia con su constante pasión por la conducta humana quiso mostrarnos al desnudo los interrogantes que rodean a la sexualidad y como estos, en forma de  submundos con vida propia, afectan a la relación de pareja.  Sobre todo esto último ya que usa la historia de una pareja en la que en un momento dado el simple relato de unas fantasías sexuales (que podrían haber sido reales) desencadena una situación que será la excusa para un peregrinaje a esos submundos en los que la sexualidad se desarrolla, y refugia, en nuestra sociedad actual.  Este peregrinaje es una necesidad narrativa, le sirve a Kubrick para lucir su capacidad de mostrar con maestría, de recrear atmósferas, de jugar con la fotografía y los magníficos planos.  
Es una película con dos clases de tempos.  Uno normal y otro mucho más lento.  El lento es el que usa cuando nos está acercando a los submundos y el normal es el que desarrolla en todas las otras escenas sobre todo las de ellos dos en familia y las que usa como transición entre las escenas de los submundos.   La música es una parte importante de los tempos y forma parte de ellos.  Así es como las escenas que desea marcar más intensamente las rodea de unos monocordes que son simples notas sueltas de piano, u otro instrumento similar, tocadas en escalas (no siempre ascendentes) muy lentas. 

Veo en ella algunas escenas más claves que otras y algunas son claramente preparatorias de las que vendrán.   Así por ejemplo la escena de la fiesta en la que ella se nos muestra como abandonada por las obligaciones de su marido es un aviso a la sociedad.  Las metáforas que contiene son:  el marido con éxito descuida la atención de la pareja y esta se refugia en la bebida,  como consecuencia de ello, o al mismo tiempo, se inicia un juego peligroso de seducción que puede o no salir bien.  La escena del baile con el húngaro seductor es una de las mejores desde el punto de vista interpretativo de ella.   Esta escena prepara la explosión de ella en el dormitorio.  Pero antes Kubrick, y casi de pasada, nos enseñará dos submundos. El primero es el de la escena de él con las dos modelos y lo usa como paradigma del juego inocentón que puede o no acabar en la cama. Durante toda la película se mantiene en esta ambivalencia abierta.  Lo deja como una posibilidad y, la no realización de la posibilidad, no invalida en ningún caso la raíz del porque sucede.  Este mensaje es el más repetido por Kubrick y viene a decirnos que aunque ‘esta vez no se llegue hasta el final’,  no importa, que al jugar con el riesgo ya se acepta la posibilidad de que aquello ocurra.  Si no es esta vez será a la siguiente.  El otro submundo que nos enseña antes de la escena del porro es el del mercado de sexo seguro para hombres con dinero.  Es la escena de la prostituta drogada en el baño del anfitrión de la fiesta.   En tan solo unos instantes de transición de una escena a otra y sin que el espectador apenas lo perciba nos esta diciendo que hay quien puede obtener sexo por si mismo, por su belleza, por su habilidad con las palabras, por su capacidad de persuasión, seducción o galanteo y hay quien solo necesita tener dinero para comprarlo.   Una perfecta contraposición del ser y del tener que probablemente sea pasada por alto por muchos espectadores más pendientes de las glándulas mamarias de la fulana que de lo que nos quiere contar el director.

La escena del dormitorio en que ella, bajo los efectos del porro, le confiesa sus ‘tentaciones’, es el punto culminante de la primera parte de la película.  A partir de aquí empieza otro tipo de recorrido y el thriller propiamente dicho.   Kubrick hilvanará los submundos de la calle y de la prostitución callejera con su pizca de humanidad. Para ello se apoyara en algunos detalles ‘sobadillos’  como la de pagar a pesar de no llegar a usar los servicios y el recurso a la seropositividad. Todo ello para hacernos ver que el sexo no es lo mismo para una y otra parte de la relación. Rápidamente establece la  comparación con el sexo al amparo de las mascaras que usan los poderosos.  Como una metáfora,  también, de la doble moral que todos ellos practican en su vida cotidiana la cual transcurre tras unas apariencias que no permiten ver lo que realmente hay detrás.  
El paso de Kubrick por ambos temas está muy bien tratado.  Las escenas de la mansión son mantenidas a la suficiente distancia (tanto óptica como mental) para que  no sean nunca escabrosas ni de mal gusto, no hay ni procacidad ni búsqueda de la provocación a pesar de que muestran el sexo buscado por si mismo.  No son escenas pornográficas y el tratamiento ambiental, la fotografía y la música de las escenas en la mansión son de lo mejor de la película, y, comparativamente hablando, muchísimo más evolucionadas que otras escenas de sus películas anteriores que buscan el mismo efecto. 

La cinta tiene dos finales.  Unos es el final de la historia de los submundos que acaba alrededor del billar con la conversación que tiene con el anfitrión.  Dejará tras si la incógnita.   La imposibilidad de saber que ha pasado de verdad es dolorosa para la mentalidad analítica de él, que encima es médico.  Recordaremos que este detalle no es insignificante y tiene que ver con las certezas que tranquilizan o adormecen la conciencia:  cuando está ligando con las modelos una de ellas le dice “me encantan los médicos por que parecen saberlo todo... saben porque pasan las cosas y te hacen sentir segura...”  y él se ríe y le dice: “... sí, lo sabemos casi siempre...”  y lo dice de forma condescendiente y dejando entrever que sí, que su superioridad se basa en esas certezas que tienen y que no tienen los que no saben por  que pasan las cosas.   Kubrick ataca el  mundo de las certezas que inmovilizan al ser.  Siempre lo ha hecho en todas sus películas pero aquí quiere poner su punto final (no sé si sabia que sería su última película y la que hace numero trece....).   El otro final también tiene que ver con las certezas.  Es el final de su historia sobre sus dudas reciprocas, sobre como afectará al futuro lo que han vivido, sobre como la sexualidad fantasiosa individual afecta a la sexualidad global de la pareja, sobre como se relaciona sexualidad y vida en pareja.  No es un final con soluciones. Esta escena final y la parrafada de ella, que es lo mejor de la película según mi opinión, lo que deja ir es que, la voluntad de seguir juntos, ese “querer seguir queriéndose” es lo único que pueden aportar hoy y ahora, y lo demás pues no se sabe...  Y magistralmente  Kubrick consigue mandarnos a casa o la cama, con la duda que se abre cuando él le dice: “... para siempre...?” y ella le dice que eso de para siempre le da miedo... hoy y ahora es el momento de hacer las cosas.  Añado yo:  ‘quiéreme hoy y dímelo cada día, pero no me prometas que me querrás siempre’. 

Albert Bau
Sept 2003