Donde el pasado perdura no es en las cosas que vemos y que hacemos cada día, o que creemos tener pero que son prestadas.
El pasado tampoco son los recuerdos, que a menudo los años acaban deformando.
El pasado es la mañana de esta tarde que vivo ahora, mientras trato de recuperar sentimientos que antes no quise reconocer como propios... Cuando pensé, que:
“Desearía ser roca de tu torreón seguro
y firme asiento donde construir juntos
nuestro futuro de inciertas plenitudes…”
Nunca fué. Quizás aprenda del pasado, mientras crece lenta la raíz del sentimiento.
Y al hacerlo despacio, –sin forzar el alma de las cosas, de los sucesos o de las personas–, nos llegará, desde el futuro anticipado, lo que reconoceremos más tarde como el pasado...
Y recordé:
“Sabiendo que las palabras son solo eso,
–pues los hechos siempre nacen huérfanos–,
ya que solo el tiempo sustituye al deseo…
Yo quería vivirte apasionada y tierna como eres,
como te surge cuando se escapa el cariño,
ese que tú me lanzabas, entre palabras con guiños,
y que veía venir desde más allá de lo que hablabas…”
Y aprender a mirar de frente con la mirada clara, buscando lo esencial de la relación humana, no lo anecdótico ni los adornos que distraen. Buscando destellos del amor universal, si, de esa estima que no mira atrás ni pide intereses por el préstamo, por que en realidad vivir es amar en uno mismo los reflejos de los otros, tanto de los que nos han querido antes, como de los que, sin saberlo todavía, nos amarán en un futuro que un día también será nuestro pasado.
“No sé porqué, ni tu tampoco seguramente,
pero los dos sabemos que poco cuesta
ser cobarde y no prender la mano abierta
rechazando lo posible, por miedo a volar
hacia horizontes de renuncia, sin certezas…
Nadie firma préstamos de duda, ya lo sé,
y yo te lo estuve pidiendo entre beso y letra,
entre ternuras y razones que no comprenden
la bondad de las verdades que nos llenan…"
Y volví a los recuerdos al pensar:
"Si. Nuestros hechos fueron primero voluntades.”
Por qué el pasado es un presente construido con sentimientos caducados, como el atardecer melancólico que se nos llevará la noche al convertirlo en un momento mortal.
Y la palabra escrita, como la imagen, es la voluntad que hace al momento eterno, para que perdure más allá del olvido. Porque el olvido, disolvente de los recuerdos, es el sueño del pasado.