Una madeja es una preparación de la lana para que el usuario final haga su propio ovillo. La vida y las muchas experiencias por las que pasamos es la lana en bruto. Nadie podemos ahorrar a nadie (ni a hijos ni a amigos) el pasar por la vida dando los tumbos que nos toque dar. Pero sí podemos registrar, para el recuerdo o la reflexión, nuestros propios tumbos y la elaboración que de ellos hemos hecho. Ese material puede sufrir muchas interpretaciones y puede ser expresado de mil maneras. Todos, según nos va la copla y de acuerdo a nuestra capacidad para expresarlo, exponemos parte de estas vivencias a los demás. Cuando la expresión se hace reflexiva, y objeto por sí misma de un esfuerzo, se está camino de crear algo que, sin dejar de ser material vital, es una elaboración humana. Eso es una madeja. Así pues, si la vida experiencial es la lana, las reflexiones y proposiciones en torno al variado material que esta ofrece es, algo así como la madeja. Los receptores de la madeja, los usuarios finales que tejerán su propia vida a partir de la experiencia propia, tejen con sus agujas de unos ovillos que su discurrir vital ha hecho de mil madejas distintas. Su tejido final, su existencia, se verá más o menos enriquecido por las calidades de la lana que cada uno ovilló para tejer. No podemos hacerle el ovillo a nadie, pero si podemos madejar lo más exquisitamente la lana que nos ha tocado cortar para que los que pasan a nuestro lado cojan de nuestros estantes las madejas lo más armónicas, coherentes y lucidas que nuestro yo es capaz de dar de sí. Si los otros no desean coger madeja alguna es otra cuestión que en nada debe de afectar a la ética del quehacer personal. No ha de mover nuestra acción el posibilismo si no el ideal. En realidad con el tiempo acabas descubriendo que lo que vale es creer en algo que te mueva a la acción, no la acción en sí misma, los resultados o su utilidad.
domingo, 14 de enero de 2007
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