Contraponer la palabra ‘conmigo’ a ‘mismigo’, es decirle, a quien lo quiera comprender, que no hay un solo “migo” sino múltiples “migos”. A ver, aclaremos las cosas, ‘conmigo’ se usa para no decir ‘conmi’, o ‘con mi mismo’, que es la formula extendida de ‘conmigo’, o dicho de otra manera, ‘conmigo’ es la forma contraída de ‘con mi mismo’. Vale. Una vez hecha la aclaración semántica vayamos a la miga o meollo. Es habitual entre la gente hablarse a si mismo o, hablar de si mismo como de una sola entidad, cosa o persona. Así decimos: “hoy no tenia ganas de ir al cine”, con lo que estamos presuponiendo que nosotros, o sea tu o yo, somos una sola cosa que toma decisiones o acepta los hechos que acontecen. Pero esa es una visión simplista de lo que sucede. Si profundizamos un poco veremos que no somos tan lineales ni unitarios. Eso se ve rápidamente analizando en nosotros mismos nuestra capacidad para ser consecuentes. Qué quiero decir. Pues que hoy tomo la decisión de que a partir de mañana no comeré más ‘eso que no me conviene’… y pasado mañana, cuando estoy hambriento parece que ya no recuerdo lo que me dije a “mi mismo” y dejo de ser consecuente con lo acordado “conmigo mismo” hace apenas 48 horas. Esa inconsecuencia es habitual y normal en el ser humano. Unos la llevan en forma más aparente que otros pero es una constante en la vida de todos nosotros. Darse cuenta de cual es la raíz de la inconsecuencia lleva un trabajo largo de observación sobre el “si mismo” que no es posible hacer de entrada desde la óptica personal de nosotros mismos, es decir si intentamos de forma simple observarnos a nosotros mismos, caemos en el conocido problema del observador observado o el experimentador que con su presencia modifica el resultado del experimento. Es un problema universal de la ciencia, dígase de la experimentación en general. El observador tiene que tener un punto de vista imparcial porque de lo contrario modifica las condiciones del experimento. Es complicado. Para empezar a observarnos en las mejores condiciones hemos de aceptar cierto compromiso entre lo posible y lo ideal. No pudiendo asegurar resultados ideales (pues contaminamos seguro la observación con nuestra personalidad que continuamente enjuicia o valora los sucesos) aceptaremos lo más cercano a la verdad, aunque no lo sea, que es lo que yo llamo: “lo posible”.
La historia de los esfuerzos humanos en pos del autoconocimiento es larga. La humanidad genéricamente hablando no es ahora ni aquí que descubre que los hombres no estamos ‘unificados’. Hay una historia previa de esfuerzos que hay que saber encontrar… sus pasos se pierden en la niebla del paso del tiempo, del día a día que nos ata a la noria de la subsistencia y nos impide mirar a nuestro alrededor en busca de otros que han pasado por nuestras inquietudes y han dejado huella de sus logros…
Para resumir mucho diré que los esfuerzos para tener un yo único, un centro de gravedad permanente como canta Franco Batiato, han de empezar un buen día con una tribu ‘de aspectos de uno mismo que sea fuerte y dominante’. Adoptaremos un lenguaje especial al hablar de ello y convendremos en considerar que esos aspectos parciales de ‘mi mismo’, esas tendencias, a veces contrapuestas o en continua discusión para prevalecer una sobre otra, o bien esas posturas que súbitamente manifestamos, esos aspectos parciales de nuestra personalidad o esos componentes independientes de nuestro criterio, todos ellos, han de ser nombrados de alguna manera que nos sirva para entendernos. Hace tiempo que se les conoce cómo nuestros ‘yoes’. Aceptemos que sea asi aunque no sea nuestro ideal usar esta jerga. Así pues, diremos, remitiéndonos a líneas arriba, que empezaremos a trabajar con una tribu de yoes (de aspectos de uno mismo…etc) a la que consideremos más sólida o fuerte. Este conjunto de yoes se constituirá en un bloque con entidad propia al que daremos el papel de rector provisional de nuestra observación. Algo así como un mayordomo de nuestro interior que, a nuestro servicio, preparará el advenimiento de una progresiva aglutinación de yoes. El conjunto de yoes observadores o mayordomo delegado, tiene que ser capaz de saberse eso: provisional y delegado. Su papel es preparatorio al advenimiento de un interior unificado. Se ha de recalcar esto pues puede ocurrir, ocurre con frecuencia, que ese grupo fuerte acabe arrogándose el protagonismo y no sepa ceder el lugar a esa progresiva unificación. Si eso llegara a ocurrir estaríamos hablando de un conjunto de yoes fuerte frente a otros más débiles pero que seguirían teniendo vida propia. Un reino de taifas con algún cabecilla temporalmente más poderoso… Por el contrario se trata de que bajo la mirada atenta del mayordomo seamos capaces de ir viendo la multiplicidad y cómo funciona, para, mediante pequeñas escaramuzas acabar liquidándola. A medida que mantenemos el yo observador o mayordomo mucho tiempo en ‘el puesto de mando’ se van debilitando, o perdiendo importancia, las imposturas a que nos obligan los otros yoes dispersos, las otras tribus o las otras posturas que cohabitan nuestro interior. Llega un momento en que el observador ha generado un orden, una estructura. Sin querer estamos a las puertas de una ‘metanoia’. Un cambio de mentalidad, de estado en realidad, que se producirá si las condiciones pactadas con el mayordomo fueron las correctas en su momento. Si hemos sabido hacer pasiva a nuestra rica personalidad, cosa que en realidad es el empeño del yo observador, y hemos permitido el crecimiento de los valores que radican en la, normalmente empobrecida, esencia de la persona… habremos completado la labor y daremos a luz a una nueva estructura interna. Un buen día nos levantaremos con un centro de gravedad permanente. Entonces, y solo entonces, cuando hablemos con mí mismo no será hablar con mis ‘migosmismos’.