El tiempo me lleva deprisa, sin apenas momentos para caer en la cuenta de que no soy yo quien dispone las cosas, sino que las cosas me eligen para que las disfrute. Estoy tumbado sobre la hierba del parque de Kilkeny viendo pasar las nubes tan deprisa como mis pensamientos. Me veo como esa cometa al viento que los niños cercanos levantan. A veces el fuerte viento alza la cometa hacia el cielo en un santiamén. Creemos eso, pero en realidad es la cometa la que aprovecha la racha. Otras veces la calma hace descender la cometa sobre las copas de los castaños del parque. Seguramente desea descansar. Me doy la vuelta para dejar de pensar y siento que no soy más que un sentido sin forma que pelea por ser de carne y hueso. Miro de nuevo a mi alrededor y cuando veo a los chicos correr pienso en las palabras que faltan. Siento las lágrimas que no han caído y no sé como explicarme la nostalgia de mi propia infancia. Estoy a punto de llorar pero veo a las parejas en la hierba y siento de pronto sus manos hurgando en mis recuerdos. Como si metieran sus intenciones en una bolsa y ellas solas buscaran la salida. El sollozo gime con la nueva racha de viento al ver a unos padres paseando con sus hijos por el parque, entonces recuerdo el pelo castaño y rubio de mis hijas ondeando al aire del columpio del parc dels Pinetons. La añoranza de esos días, que pasaron volando como la cometa, me duele sin remedio y de nuevo mis ojos se inundan de lágrimas.
Y noto el tiempo atravesarme como si mi cuerpo fuera el aire sobre el que se aguanta mi cometa.
¿Hasta cuando?
Agosto 2003
Kilkeny, Irlanda.