viernes, 17 de febrero de 2017

La felicidad como fin

Si alguien me pregunta cual es el propósito de mi existencia, para qué vivo, le debería de contestar que para ser feliz.  Hay una tendencia innata en nosotros que nos impulsa a la búsqueda de ese estado impreciso que llamamos felicidad.  Un estado que hemos experimentado y experimentamos con frecuencia a lo largo de nuestra vida y que es más fácil definir cuándo lo contraponemos a su estado contrario al estado de sufrimiento.  ¿Porque sufres? por qué algo me impide ser feliz.   

¿Es la felicidad simplemente bienestar?  La felicidad implica una sensación de bienestar, pero no es el bienestar en si mismo.   El bienestar se puede experimentar en muchos niveles.  El bienestar fisico que experimenta el cuerpo en determinadas situaciones, el bienestar material cuando uno obtiene determinados objetos materiales que le proporcionan confort, el bienestar social cuando aprecia concordia entre los que le rodean, el bienestar mental que experimentamos cuando la mente sosegada se relaja en la contemplación de un objeto de meditación o un objeto exterior que la complace, sea la visión de una obra de arte o la de un paisaje.  Pero la felicidad es todo eso y más.  Es una sensación interna, física y psíquica o mental, que afecta profundamente a toda nuestra persona y que reconocemos de inmediato como tal.  Es por tanto una experiencia que recordamos con toda nuestra integridad y que proviene de lo más profundo de nuestra memoria.   Cuanto más acotamos con palabras los contenidos de la felicidad más se escapa a la definición(1).  Pero todos sabemos que eso es lo que desearíamos tener para siempre.  
Nos sentimos felices a ratos pero no somos felices siempre. Esos son en realidad vislumbres de la felicidad como estado permanente.  Esa es nuestra experiencia cotidiana y la estamos validando de continuo con la experiencia del vivir.  Si los vislumbres de felicidad se suceden con mucha frecuencia nos sentimos más felices al final de día que si estos se atisban pocas veces.  Cuando esos breves momentos de felicidad desaparecen por mucho tiempo nos sentimos desgraciados. Estamos frente al sufrimiento.  

Pero ¿qué nos hace sentirnos felices, en esos vislumbres que experimentamos? La experiencia nos enseña a reconocer en qué situaciones y bajo qué circunstancias experimentamos esos atisbos. Así que es posible con la observación identificar que factores conducen a la felicidad y cuales la ahuyentan acercándonos al sufrimiento. 

Para ser prácticos hemos de aceptar que hay niveles reconocibles dentro de la experiencia de la felicidad.  Desde la experiencia del éxtasis religioso que describen los místicos como la forma superior de felicidad, hasta la alegría y felicidad mundanas que coloquialmente todos aceptamos como la deseable en nuestras vidas, hay muchas gradaciones.  También hemos de estar de acuerdo que para sentirnos alegres y felices en la vida diaria hay unos componentes esenciales o claves que han de estar presentes:  una buena salud,  la libertad de acción y de opinión, los bienes materiales que poseemos o acumulamos y por supuesto las relaciones humanas en forma de amistades y familia principalmente.   Pero al lado de estos componentes esenciales y externos a nosotros hemos de situar unos componentes internos que conforman nuestra actitud o estado mental.   A la hora de dar valor a unos u otros factores hemos de considerar que la actitud mental es más importante que aquello externo a nosotros que consideramos necesario.  Así es, y la experiencia cotidiana nos lo ratifica.  De que vale tener una buena salud si nuestra actitud esta preñada de codicia o de envidia o de cólera.  De que vale tener un buen nivel de vida si deseamos secretamente en nuestro corazón aplastar al vecino con el peso de nuestra superioridad económica.  De que vale tener una familia si los celos no nos dejan disfrutar de la amistad entre hermanos. De que vale tener libertad de acción si el afán de poder nos lleva a limitar la libertad de los demás.  Así es como la perspectiva interna o el estado anímico adquiere de pronto más importancia que las condiciones externas en el camino hacia la obtención de la felicidad.  La experiencia de muchos enfermos que han aprendido a vivir felices con su enfermedad o la renuncia a ciertos excesos de la vida material que se ejerce desde determinadas posturas filosóficas o religiosas, son claros ejemplos de que una vida feliz también se puede dar en ausencia de esos factores externos. 

Trabajar sobre nuestras capacidades mentales y emocionales, por tanto sobre nuestra actitud mental, es un medio más efectivo para alcanzar la felicidad que buscarla en fuentes externas como la riqueza, la posición social o la salud.   Pero por que tendríamos que trabajar sobre nuestra mente o conciencia?. Acaso no es suficiente la/lo que tenemos y como la/lo tenemos?  La experiencia de nuestras vidas nos da la respuesta que necesitamos.  Somos lo que somos como consecuencia de la educación y de las influencias que hemos recibido de nuestro entorno actuando sobre una materia prima que hemos heredado.  No sabemos de que manera la carga genética nos condiciona y nos determina, no sabemos que influencias sutiles en nuestra infancia nos hicieron ser más alegres o más introvertidos. No sabemos como ciertos ejemplos de vida vividos a nuestro alrededor nos hicieron más o menos duros de corazón.  No sabemos casi nada.  El desarrollo de nuestra conciencia, de nuestra mente y sus capacidades para reaccionar ante el mundo, también es un sistema holistico que no permite disección exacta y ante el cual hemos de admitir que no tenemos ni el conocimiento total ni el control para producir o reproducir las condiciones exactas que desearíamos.  De ahí que la formación del espíritu humano obedezca como casi todo en la naturaleza a las leyes del caos.  Y en ese desarrollo, en ese crecimiento que se ha producido en nosotros desde la infancia, hemos adquirido finalmente una personalidad y una esencia con unas características personales y únicas que nos hacen ser individuos diferentes unos de otros. Y de la misma forma que en el mundo fisico podemos ver individuos  que difieren por el color de sus ojos o por su pelo o por el porte de su figura, y en función de todo ello unos acaban siendo  más atractivos, bello o armoniosos también en el mundo interno se dan estas diferencias entre individuos.Sin embargo el paralelismo tiene una diferencia importante ya que el mundo fisico nos dota de un cuerpo que no podremos apenas cambiar mientras que nuestro mundo interno, nuestras capacidades espirituales admiten ser modeladas, mejoradas o cambiadas.   Pero saber esto, aceptar que sea así,  no nos da la respuesta a la pregunta del porque tendríamos que trabajar sobre nuestra conciencia.  

Uno solo desea cambiar cuando lo que tiene no le gusta y la mayor parte de los seres humanos no se plantean cambiar por que necesitan engañarse sobre si mismos para seguir creyéndose su autoimagen, la imagen que tienen de si mismos y que a menudo no se corresponde con la realidad objetiva.  Con la salida de la infancia al mundo iniciamos una etapa que llamamos adolescencia en donde el individuo puede (2) tomar conciencia por vez primera de sus limitaciones tanto físicas como psíquicas (3).  Ese caer en la cuenta no es brusco sino una paulatina adaptación de los mecanismos de defensa para ir compensando el desarrollo de ciertas partes de la personalidad  y de la esencia con otros. Así el mosaico se acabará de formar al acabar esta etapa y quedar consolidado el adolescente como adulto.  A partir de ese momento el ser digamos que se “conforma” con lo que es o mejor cree que es y en la mayor parte de los casos acaba aceptándose como definitivo (se convierte en adulto con responsabilidades) o en otros casos mucho más superficialmente, puesto que ni se llega a plantear esta cuestión, adopta una imagen de autoengaño (que le sirva para vivir como adulto) con la que funcionará el resto de su vida.  Solo si nos miramos al interior con sinceridad veremos aquellos aspectos de nosotros mismos que no nos gustan a nuestro pesar.  Y es a nuestro pesar por que cuando nos hemos dado cuenta de algo que no nos gusta no hemos podido hacer nada para modificarlo.  

No basta con desear ser mejor.  Mejorar nuestro ser interior, nuestras capacidades espirituales o nuestra arquitectura interna, no es un trabajo fácil. Para aquellos que han percibido la necesidad de crecer interiormente será siempre un trabajo pendiente.  Se convertirá en trabajo para toda la vida.  Una meta a perseguir que nos traerá la felicidad de la autorrealización. Tras ella se abrirá también la puerta de la trascendencia puesto que al autorrealizarse el hombre percibe con claridad la necesidad de ir más allá de su propia existencia.  Vivir en el recuerdo, de la humanidad, de los otros, de la familia, es trascender.  Adquirir dimensión espiritual a través del arte, del pensamiento o de la literatura es la forma de trascendencia que el hombre autorrealizado adopta para que su vida se complete cerrando ese círculo inevitable que acabará con nuestra muerte fisica. Nuestra perpetuidad está en ese rastro de luz que dejará nuestra vida, si es que hemos alcanzado a comprender que la felicidad es la zanahoria que la Vida nos pone para trabajar en pos de la trascendencia….

1) En un sentido holístico la felicidad no se puede definir más que de forma abierta. Siempre nos faltará el conocimiento completo de sus mecanismos, o el conocimiento de las relaciones o ingredientes que precisa, y como se relacionan con ella o entre sí para proporcionarla.  La felicidad es un sistema complejo regido por una relación caótica entre los innumerables componentes que intervienen en su regulación.  Analógicamente hablando podemos hacer una predicción meteorológica pero no podemos saber con exactitud que pasará exactamente en un momento dado y en un lugar exacto, pues la relación de causa-efecto reside en tal cantidad de factores que se interrelacionan y se influyen que es imposible conocer todas las opciones, algunas de ellas de nueva creación  y con acciones no conocidas.  Es así como acabamos hablando de posibilidades no de sucesos que se han de dar con exactitud.  La aceptación del modelo del caos organizado es la aceptación de nuestra humildad cognoscitiva para adentrarnos racionalmente en el conocimiento del mundo y su funcionamiento.  Es una nueva forma de relacionarnos con el mundo que hemos de adoptar, superando o mejor complementando a la formación racionalista y analítica que hemos recibido y que nos impulsa a categorizar, dividir y clasificar todo para poder adoptar una postura de conocimiento válida. 
2)  O no puede. No es necesario que suceda conscientemente. 
3)  La toma de conciencia no es más que el darse cuenta de ciertas características propias de su funcionamiento mental. En plena infancia el niño no se autopercibe y por lo tanto es en función de los demás no de si mismo.   Cuando se empieza a valorar a si mismo es cuando empieza a autopercibirse y tiene lugar el descubrimiento de cómo es.  Si tiene un poderoso sentido del ridiculo o un amor propio acentuado no querrá aceptar que lo que ve es negativo y, como se dice a menudo “se montará” su pelicula para salir adelante con lo que es que pronto irá disfrazando para que acabe siendo (solo para él) más lo que le gustaria que lo que realmente es.  A menudo la frase que los educadores y padres usan con los adolescentes es:  .... pero no te das cuenta?,    .... pero es que no lo ves?   En esta etapa la ceguera para si mismos es visible para los demás por que se trata de una etapa en la que todos (padres, educadores y sociedad en general) creen tener derecho a decirles lo que ven.  Sin embargo la mayor parte de los adultos estan bajo las mismas circunstancias, solo que a estas alturas normalmente la gente no les va diciendo lo que tienen o no tienen que hacer.