Hoy me he propuesto hablarte del dolor. Hay muchas clases de dolor, pero del que hoy nos hemos de ocupar es el dolor físico, el dolor del cuerpo sensible. Visto desde el punto de vista estrictamente material, el dolor es una forma de sufrimiento que -a ser posible- ha de ser siempre evitado. Hay dos clases fundamentales de dolor físico, el que procede de un hecho ajeno a la voluntad personal que tendría varios representantes: en primer lugar el dolor procedente de la enfermedad natural ya sea adquirida o congénita, considerándose de la misma naturaleza que este el que procede del accidente que ocasiona herida o traumatismo físico del cuerpo; y el dolor infligido por una causa natural, accidental, impensada, imprevista y que actúa sobre nuestro cuerpo sin causar directamente lesión, herida, traumatismo o enfermedad, como serian la sed, el calor, el frío, etc. En el otro grupo fundamental estaría el dolor que se produce como consecuencia de un acto voluntario que ocasiona lesión, traumatismo, herida o enfermedad, siendo posible reconocer dos clases bien diferentes según sea la voluntad propia o la ajena la desencadenante del proceso.
Nuestra postura personal ante el dolor inevitable, que es el que afecta a la mayoría y en términos absolutos es también el más frecuente, dependerá de lo que yo llamaría nuestra educación del sufrimiento. Quizás para entender mejor que cosa es la educación del sufrimiento, debiera antes recurrir a ilustrar lo que es su total ausencia, para ello nada más fácil que evocar el sufrimiento de un animal de los que llamamos irracionales. Un animal que sufre dolor manifiesta inicialmente su irresistible disconformidad mediante la agitación, el desespero, el griterío, la protesta vehemente, para acabar finalmente en la postración, el abandono, la depresión y el impulso suicida como remedio para acabar con el mal. La educación del sufrimiento consiste en tomar esta experiencia, que hemos de considerar inevitable por el momento, y conducirla hacia ciertas vertientes utilitaristas para dotarla de sentido. Realmente sin esa utilidad, la que sea, que como veremos puede pertenecer a muchos ámbitos, la experiencia del sufrimiento no tiene sentido.
Pero hemos de comenzar a preguntarnos por esa utilidad. Por hablar de nuestro ámbito más próximo. Occidente, haré mención en primer lugar de los estoicos que como sabrás eran unos que pensaban que en el universo todo esta en perfecto cambio, que todas las cosas proceden del fuego y vuelven a el, pero al cerrarse el ciclo evolutivo se inicia inmediatamente otro que se desenvolverá exactamente igual al anterior (cierta forma de recurrencia). Este fuego es la divinidad misma, el principio racional que actúa desde dentro del mundo, al que informa y con el que en cierta forma se identifica. Se trata de una concepción panteísta y naturalista del universo. Así pues en su concepción la ley natural es la ley racional y a la vez divina. Por ello en su Ética, los estoicos, tienen como norma fundamental obrar según la naturaleza y como la naturaleza obra razonablemente, obrar de acuerdo con la razón, que es la misma ley divina. El estoico, que se sabe instrumento y parte de esta voluntad superior manifestada a través de la naturaleza, no se lamenta ni se complace, se siente seguro y dueño de si mismo y no tiene más interés que el ejercicio de la virtud que le conduciría a "la apatía" o imperturbabilidad del animo, que es el supremo bien. Los estoicos tenían como malas las pasiones, que reducían a cuatro: deseo, alegría, temor y tristeza. Las pasiones encadenaban al hombre y lo hacían su esclavo. Su lucha por renunciar a su influjo los llevo al entrenamiento en el desprecio al dolor y a la sensibilidad. Esta fortaleza ante la adversidad, el dolor o la desgracia es la nota destacable o anecdótica que quedó de este movimiento filosófico y que hoy día es sinónimo de estoicismo. Como puedes ver no es tan simple como su acepción lingüística, y tras esa especial disposición hacia el sufrimiento se puede encontrar aquel utilitarismo del que inicialmente hablábamos. En el ámbito de lo religioso también podemos explorar este utilitarismo. El cristianismo tiene cantidades ingentes de doctrina/información/etc. que toca este tema. Yo diría que es básica en el mismo hecho cristiano una profunda y trascendente comprensión de la postura personal frente al dolor físico y el sufrimiento. Desgraciadamente es muy frecuente que los propios cristianos no valoren en toda su profundidad la enseñanza que se desprende del ejemplo de Cristo en lo que se refiere a la educación del sufrimiento y el dolor. Mi visión personal es que como casi todo el mensaje evangélico la Iglesia parcializó el entendimiento de este tema, como de tantos otros, en función de sus propios intereses como entidad de poder secular. Dicho de otra manera: sin entrar en detalles del porque, creo que se sustrajeron al movimiento cristiano ciertas claves fundamentales para entender en profundidad muchas de las verdades que incorporó al mundo su Enseñanza. Así fue como muchas cosas fueron tomadas por su apariencia y muchos hechos psicológicos confundidos con acciones exteriores. Así es como en todos y cada uno de los dogmas posteriores tiene que argumentarse sobre un edificio teológico nacido de nuevo de los hombres, sobre ciertas bases preexistentes, pero que no corresponden a las raíces que Cristo quiso mostrarnos. Una situación paradójica que la historia ha desarrollado y frente a la que siempre han existido dos caminos: el de la integración al status y el del cripticismo. Ambos caminos no siempre han de ser recorridos por separado, probablemente muchos grandes hombres de la Iglesia los han recorrido a la par. Pero voy a ceñirme más al tema del sufrimiento, pues de lo contrario nos extenderíamos más allá de mi propósito de hoy. El cristiano concibe el sufrimiento inevitable como algo que ofrecer a cambio de un bien por conseguir, hay en ello una mentalidad de trueque que probablemente haya interesado introducir a la Iglesia por motivos de índole temporal. La postura psicológica con la que el cristiano enfrenta el sufrimiento es la resignación. Se trata de aguantar el chaparrón que Dios permite caiga sobre nuestras cabezas, esperando que sea lo más pequeño y lo menos doloroso posible, aceptando que tan solo los designios divinos sepan por que nos toca a nosotros y no al vecino. Designios que en cualquier caso estarán siempre informados de la suprema justicia divina. Existe una real y especifica educación cristiana del sufrimiento, que consiste en la inculcación desde la juventud de estas nociones e incluso de practicas conducentes a la mejora de las aptitudes naturales para la tolerancia del sufrimiento, lo que seria una autentica praxis para conseguir la virtuosidad en este terreno: todo ello pertenece a lo que el montaje cristiano llama la penitencia. Se entiende por penitencia la práctica de un cierto intercambio. Al cristiano le son perdonadas sus deudas a cambio de que experimente cierta incomodidad asumida voluntaria y positivamente. Pero esta simplificación no es la única forma de penitencia. El cristiano puede asumir su cuota particular de redención de los pecados ajenos (y propios) y dedicarse a experimentar sufrimiento infligido voluntariamente por su propia mano o sometiéndose a condiciones de especial adversidad que conlleven sufrimiento corporal. Este es pues el panorama de la educación del sufrimiento que subyace a la practica religiosa cristiana. Como hemos visto hay dos vertientes, la educación pasiva: la resignación ante los males propia del espíritu cristiano, y la educación activa: la penitencia o sea el ejercicio y praxis del sufrimiento aceptado y buscado voluntariamente con el fin del virtuosismo, el cual se enmascara/justifica por medio de los aspectos teológicos del trueque: si sufres es por el perdón de tus/vuestras deudas.
Si seguimos explorando el ámbito occidental hemos de acabar en el otro extremo, el materialismo ateo. Nuestra sociedad actual es en gran parte heredera de las consecuencias del maridaje entre el materialismo y una moral cristiana de hechos externos. Yo para entenderme, y para que tu me entiendas, le llamaría un materialismo practico. Con el adjetivo de práctico indico que es un materialismo de conveniencias personales, instalado históricamente en un medio en el que prevalecía la moral judeo-cristiana y del que adopta los valores del bien y el mal de forma totalmente pragmática. La forma predominante es la inmediatez de todo lo vital, así el hombre vive prácticamente en un continuo aplazamiento de sus planteamientos esenciales y dando prioridad a su entorno existencial inmediato: el bienestar. Comprenderás fácilmente porque digo que en un mundo así el sufrimiento no tiene sentido. Su evitación por cualquier medio es un bien a perseguir y obtener. La lucha contra el dolor tiene sentido pues no se encuentra ningún bien supramaterial que justifique la experiencia voluntaria del dolor. En todo caso la resistencia heroica a él en casos de inevitabilidad es una muestra más de la lucha contra el sufrimiento y como tal puede llegar a ser ejemplar. La lucha contra el sufrimiento incluye solapadamente la búsqueda de lo que en nuestro siglo se ha llamado el confort. El confort es la evitación de todo inconveniente físico que potencialmente pueda comportar algún grado de sufrimiento para el cuerpo. Una sociedad humana basada en la persecución (a veces casi como fin último) del confort, es una sociedad que rechaza de plano la experiencia del sufrimiento, no ya por supuesto el aceptado voluntariamente sino el mero dolor que hasta ahora llamábamos inevitable, producto de causas ajenas a nuestra voluntad o a la enfermedad. Los avances tecnológicos de nuestra sociedad actual permiten el control de la sensibilidad humana hasta tal grado que es posible, prácticamente en todos los casos, suprimir el dolor/sufrimiento o por lo menos su percepción consciente. Este es el verdadero paisaje sobre el que nos movemos ordinariamente. El caso es que una sociedad en estas condiciones no precisa de una educación del sufrimiento simplemente por que no cree que este deba de existir y por que por vez primera tiene la posibilidad de eliminar su experiencia por medios químicos o físicos ajenos al propio esfuerzo del hombre.
El hombre no enfrenta el dolor de forma casual. Puede hacerlo irracionalmente, como lo haría un animal herido. Puede hacerlo movido de un cierto interés utilitarista o de intercambio. Pero también puede acercarse a esta experiencia movido de un interés trascendente. Así pues la manera de enfrentar el dolor/sufrimiento no será más que un reflejo de la manera de vivir y plantearse la existencia el ser humano. Para mi concretamente el dolor es una experiencia necesaria al hombre para la obtención de su trascendencia. Intentare de una forma resumida y breve darte una idea general del porque creo que esto es así.
Yo creo que el cuerpo y el espíritu que lo anima, para algunos el alma, están temporalmente unidos. La limitación física del cuerpo en el tiempo no tiene porque ir seguida de la limitación del principio vital que lo anima. Es mas, pienso que la vida no es más que el campo de prueba, desarrollo y gestación de un nuevo hombre que nace de esta conjunción cuerpo-alma, nuevo hombre que al nacer trasciende los límites conocidos por nuestros sentidos. Para que este nacimiento sea posible ha de morir la parte material del viejo hombre: lo que llamamos ordinariamente muerte.
El campo de influencia de la parte material del llamado viejo hombre son los sentidos. La vida que a su alrededor se organiza es la vida sensual. Esta vida sensual con todos sus alicientes es la principal responsable del mecanismo llamado apego. El apego no es más que la resistencia de la parte material del hombre a ser abandonada en el camino de su trascendencia. El hombre que persigue la experiencia trascendente tiene en el apego uno de sus principales campos de lucha. El dolor llamado inevitable es una oportunidad de trabajo consciente en orden a conseguir el control del apego del cuerpo físico por los placeres de los sentidos. El hombre trascendente se entrena con el dolor inevitable hasta que esta preparado (educado) para afrontar el dolor voluntario como herramienta de trascendencia.
Todos los grandes ejemplos de trascendencia que conocemos están rodeados de la aceptación de una muerte rodeada de grandes sufrimientos aceptados voluntaria y libremente.