Lo que llamamos mente no tiene entidad física como no la tiene el software que ejecutamos en un ordenador. El ordenador le es necesario al software, sin él no se manifiesta su existencia, por contra el ordenador sin software puede permanecer encendido mil años y no suceder nada.
Nuestro software, la mente, no lo programa nadie, se autoprograma a lo largo de la vida. En la base de este software están los instrumentos o capacidades cognitivas que a lo largo de la evolución humana hemos adquirido y transmitido a través del ADN, el lenguaje especialmente. El lenguaje es la capacidad de comunicar a otros de nuestra especie relatos y explicaciones tanto del entorno próximo palpable como del mundo de la fantasía.
La identidad, el reconocimiento de nuestra presencia como algo distinto a los demás aparece tempranamente en la infancia. A partir de ese momento el entorno nos cederá el relato predominante en nuestra cultura de nacimiento.
A partir de cierto momento en nuestra vida nos cuestionamos la existencia. Buscamos un relato mejor para saber por qué y para qué. Seguramente seremos de aquellos que no se han conformado con el relato cultural predominante. Es entonces cuando nos percatamos de que no sabemos nada de nosotros mismos y tratamos de conocernos, de autoexaminarnos. Y empiezan los problemas.
Ya nos hemos dado cuenta de que no controlamos el mundo externo. No puedo cambiar el clima ni decidir que llueva (de momento). También me he dado cuenta de que no puedo influir voluntariamente en una serie de cuestiones fisiológicas como la tensión arterial o la digestión (en condiciones normales) . Pero estoy a punto de descubrir que algo que creía controlar tampoco puedo hacerlo: mis pensamientos. No controlamos nuestros deseos, ni siquiera nuestras reacciones a tales deseos. Yo, normalmente, no elijo pensar, es el pensamiento el que aflora a mi mente y es pensado. Pero no soy consciente de ello mientras estoy sumido en la cotidianidad. Solo puedo darme cuenta de esta situación si decido observarme y meditar sobre mí mismo. Entonces es cuando se me hace visible que nuestros deseos están dictados por un complejo software bioquímico entrelazado con factores culturales, todo ello fuera de nuestro alcance para ser modificado en el momento. Es así como deseamos, y como el deseo moviliza nuestra acción y nuestra acción nos encadena a los resultados, si estos son buenos, el deseo demanda más satisfacción, si los resultados son malos se genera frustración y en general sufrimiento.
Creemos que fue Buda quién por primera vez enseñó algo sobre esto. El no lo dejó por escrito pero sus discípulos se encargaron de la difusión de su relato.
Buda reconoció que había tres realidades que llamó verdades inmutables: que todo cambia, que nada perdura y que nada satisface plenamente. A continuación describió la cadena de sucesos que lleva al hombre al sufrimiento. Simplificando mucho diremos que el sufrimiento surge porque la gente no tiene en cuenta estas tres realidades básicas del universo. Muchos creen que en algún lugar existe alguna esencia eterna y que si pudieran alcanzarla estarían realizados. Su vida es el relato de esta persecución... A veces a esta esencia eterna e inmutable se la denomina Dios, a veces Nación, a veces Alma, a veces el autentico Yo, y a veces el Amor verdadero...
El verdadero problema es que mientras exista deseo en nuestra mente, habrá sufrimiento. La cuestión a resolver es cómo erradicar el deseo. A eso algunos dedican su vida meditando, lo que les lleva a apartarse de la realidad vital en la que fueron puestos por su biografía personal.
Pero...¿hay otra forma de afrontar estos hechos sin necesidad de renunciar a la biografía ni al nicho ecosocial en el que nos vimos inmersos al nacer?
Podría ser. En cualquier caso hace falta un potente relato. Pero con una condición básica, la aceptación de que ese relato solo lo usaremos de forma provisional para acceder a una mejora real del funcionamiento de nuestro software, o sea de nuestra mente. Una vez alcanzado cierto punto de equilibrio y mejora de nuestras funcionalidades mentales el relato es prescindible, a partir de ahí solo cuenta la experiencia vital en la que nos vemos inmersos a diario, para forjar el metal, para alcanzar progresivamente la renuncia al deseo que.... culminará con la renuncia a la vida y por tanto con la aceptación pasiva de nuestra muerte.