Siempre he pensado que viajar ha de tener un sentido más allá del simple desplazamiento para ver algo.
Hace mucho tiempo escribí –seguramente tomado de alguna lectura–, que los museos son los cementerios de la cultura, pero sé que las imágenes visuales, en cualquiera de sus formatos, son la memoria de lo vivido, y los rastros de la historia se ven en lo que los hombres han construido a lo largo del tiempo. És por eso que acepto el ver, el visitar, todo aquello que muestra la historia local de los lugares por que se viaja, incluidos esos "cementerios" que son los museos o lugares destinados a mostrar, lo que se pudo guardar para que la posteridad tuviera conocimiento del pasado. Sin embargo nunca olvidemos que una raya muy fina separa lo valioso de lo superficial y la sociedad de consumo, en la que vivimos, no lo pone fácil a la hora de discernir este limite entre todo aquello que nos propone para su consumo cultural inmediato.
El criterio personal, si es que sobre este tema se ha reflexionado antes, es el único instrumento del que disponemos para medir el interés de una determinada visita. El tiempo no es ilimitado, si lo fuera no tendríamos necesidad de ser selectivos. Pero no lo es, y es en base a esta limitación que se vuelve todavía más importante el saber ser adecuadamente selectivo con nuestro tiempo.
Cuando se plantearon estas vacaciones no sabía con lo que me encontraría. Llevado de la ilusión de viajar en la furgo no ponderé las dificultades que “la selección de lo visitable” podía acarrear. Y es que mi concepto del ver no es el mismo que el de Anna, sin que por ello tenga más o menos valor una que otra opción. A la vista de los choques que se sucedían, debido a nuestros diferentes criterios, propuse un plan de actuación basado en la generosidad por parte de ambos, que permitiera ceder sutilmente ante las preferencias del otro, de una forma alternante, sin llevar exactamente cuentas pero sin perder la cuenta. Algo que sin una relación amorosa no se podía abordar, pues la balanza necesita de continuo ser reequilibrada, y allí donde uno ha mostrado su preferencia el otro ha de saber cuantificar si lleva mucho tiempo haciendo lo que a él/ella le gusta, para dejar pasar la ocasión o no, insistiendo o no, en aplicar su criterio por encima del criterio del otro. El plan se basaba en la sutileza, no en llevar rigurosamente cuenta de cuantas veces he dejado que tu hicieras lo que te apetece y cuantas yo he renunciado a lo que me apetece. Pero la sutileza, en este caso, solo puede ser aplicada si sabemos ponernos en el lugar del otro y solo si sabemos pensar en que cosas le agradan la otro. Este sentido profundo del viaje es importante para mí, pues es una ocasión para trabajar sobre uno mismo y sobre la relación de pareja. Es la vida la que nos pone en la situación de trabajo interno que representa este plan de actuación y, para mí, eso dota de un sentido profundo al hecho de viajar.
Sin embargo la cosa no ha resultado al nivel que yo esperaba. Seguramente es por mi manera de concebir el viajar, y por mi falta de comunicación del hecho en sí. Por no saber explicarle a Anna mi visión, o por no haber abordado previamente estos temas. Es posible que inconscientemente no lo haya hecho por temor a que se sienta tan alejada de mi forma de ver el viajar que rechace mi propuesta. Es también posible que me vea a mí mismo tan radicalmente opuesto a su forma de ver las cosas del viajar que si lo expresara abiertamente me llevaría a rechazar el viaje en su compañía. Y sin embargo quiero su compañía, me esfuerzo para que sea agradable, me muevo como si lo fuera aunque a menudo no lo sea, o no lo sea tanto como me gustaría. Y al final, el resultado es que no lo puedo comunicar de forma abierta por que sé que no entendería mis cuestionamientos. Quiero ser más fuerte y capaz de lo que realmente soy, y a menudo la frustración, cuando constato mi impotencia, me hace saltar y salirme del papel que había creído que podía interpretar.
Me gustaría ser más concreto sobre lo que me gusta y lo que no me gusta… y lo voy a intentar.
Me gusta viajar para ver los lugares, los paisajes, tan diferentes a los nuestros habituales, para ver lo que los hombres han edificado en otros momentos de la historia, para contemplarlo y maravillarme pensando en como lo hicieron, da igual si es un coliseo, una catedral o un palacio renacentista. Me gusta conocer la historia de los lugares por los que paso. Ver los centros históricos de las ciudades por las que paso, siempre y cuando esos centros históricos tengan base real y no sean un maquillaje para consumo de turistas, un Disneyland cultural para adultos…
Me gusta pasar por los pueblos característicos de cada zona, a la busca de aquello que los hacen diferentes a los otros. Y me gusta seleccionar lo que voy a ver en base a informaciones obtenidas de la experiencia de otros, a menudo plasmada en las guías, pero siempre tratando de evitar "la venta" interesada del producto que algunas guías ofrecen. Esta lectura entrelineas no siempre es fácil y es posible equivocarse, pero prefiero esta postura un tanto precavida que no la fe ciega en la verdad de las guías, unas guías que han de contentar a muchos y que por tanto obedecen a intereses no siempre visibles.
Me gusta descubrir cosas que me sorprendan, mas que fiarme a pie juntillas del gusto de otros. Y es que experiencias previas me enseñan que a menudo no coinciden mis juicios de valor con los de algunos bienintencionados informantes. Para evitar sentirme confuso tengo mi propia estrategia, a saber: de entrada, a los comentarios de terceros, les concedo el beneficio de la duda, y una vez comprobado por mí mismo el valor o no, establezco el juicio. Aquí me surge un problema moral. El de la superioridad de los criterios. Es algo automático que hemos de aprender a evitar, el único medio es haber pensado en ello y haber reflexionado en cómo se desarrolla el mecanismo. Solo se puede combatir con el rigor hacia uno mismo en la evitación del menosprecio hacia la posición del otro. En la pareja es más fácil tenerlo en cuenta, pero más fácil no quiere decir que siempre se haga. Pero con los criterios de los demás es más frecuente que los tomemos por inferiores a los nuestros y asome por tanto el menosprecio.
Me gusta comprar cosas de comer o beber, propias del lugar por el que paso. Me gustan los mercados locales y sus productos, siempre que no sean excesivamente "hechos para los turistas". Me gusta disponer de tiempo para preparar una buena cena. Me gusta relajarme con una cerveza después de un trayecto. Me gusta llevar algún regalo a los de mi casa que tenga que ver con el viaje.
No me gusta emplear mi tiempo de viaje trasteando por tiendas o reiterando paisajes ya conocidos o similares a los que acabo de descubrir, no me gusta casi nada comprar souvenirs ni recuerdos, no me gusta aprovechar que estoy de vacaciones para comprar ropa que no necesite en ese momento, no me gusta estar demasiado pendiente de lo que dice una guía. Y, como me gusta descubrir por mi mismo las cosas, prefiero aventurarme e investigar una ruta (aunque a veces me equivoque), antes que preguntarle a un paseante cual es el camino que debo seguir...
No me gusta sentirme un guiri. Y para mi un guiri es un consumidor típico de todo aquello que ha sido diseñado para que lo consuma un turista... Sea souvenir, comida, paisaje, jardín o trenecito cultural por una ciudad...
El viaje tiene sus ritmos, y el ritmo se hace de pausas. Así que no me gusta comer en cinco minutos por que haya que ver algo. Tampoco me gusta hacer muchas cosas por que se han de hacer si o si. Ser selectivo con lo posible es tan importante como saber que no todo se podrá ver. Y que lo que se vea sea en armonía con el momento, no de forma apresurada. Y para no ir apresurado hay que poner coto al desperdicio del tiempo en otras cosas que no sean esenciales al viaje. Es mucho más productivo ver tres cosas tranquilamente que querer ver todo lo que "me dijeron que tenia que ver” de forma apresurada. Eso forma parte del ritmo. Y si para ver bien tres cosas hace falta saltarse alguna menor o repetida, pues se afronta. Al fin y al cabo ningún viaje conseguiría profundizar en todo ni captar todos los detalles que cualquier guía propone.
Descansar, leer, relajarse, escribir, o dar un paseo (caminando, corriendo o en bici) forman parte, para mí, del viaje.
"Una vuelta por Francia en furgo..."
Chartres, 15 agosto 2016