jueves, 12 de marzo de 2015

Por que pedaleo?




Excepto para mi mismo, no creo que tenga ningún interés responder a esta pregunta.  Sin embargo responderla es un ejercicio que considero necesario a estas alturas de mi película, y a los demás, suponiendo que alguien lo leyera, al menos les llevaría a considerar si, a su juicio, las explicaciones que me doy son acertadas o equivocadas. Por tanto, al poner por escrito la respuesta a un por qué, me expongo a ser juzgado por lo que opino.  A lo mejor es lo que deseo.  Quizá trate de averiguarlo más adelante. 

En los últimos años se ha puesto de moda el runnig, las maratones, las ultratrails, el triatlón y las ironmans... muchísima gente escribe sobre ello.  Desde sus experiencias hasta sus justificaciones pasando por las formas de motivarse, de alimentarse, de entrenarse y de superar los propios limites.  También se escribe sobre la relación entre mente y cuerpo que se da espontáneamente en el acto de pasear, que, llevado a más intensidad se transforma en correr, comparado la acción del corredor que medita sobre su existencia con la forma que adoptó la escuela peripatética de Aristoteles, que como sabemos enseñaba a sus discípulos mientras paseaba.    

Como toda introspección debería de partir de una premisa.  La de que, contrariamente a lo que dice Murakami en su libro “De que habló cuando hablo de correr”, afirmo que somos unos verdaderos artistas en mentirnos a nosotros mismos

Por tanto deslindar lo que hay de verdad o mentira, verdad por supuesto subjetiva, será un analisis a posteriori.  Lo cual sucederá una vez vertidas las razones que me llevan a responder al por qué  pedaleo.   

Al aceptar este reto conmigo mismo, me doy cuenta de que todo este esfuerzo va en la dirección de describir un aspecto parcial de mi autobiografía.  Pues para crear el marco de la respuesta tengo que remontarme en el tiempo para ver como llegué a pedalear en su momento.  

Corrían los años 80 del siglo pasado.  En mi treintena no estaba de moda correr, sin embargo a mi alrededor se formó un núcleo de amigos y conocidos que corrían y se tomaban el correr con seriedad.  Entonces no había la presión del material, ni de las publicaciones, ni de las aplicaciones de móvil para running, ni del continuo bombardeo sobre marchas populares, carreras de todo tipo, maratones con cualquier excusa. El triatlon era una disciplina naciente solo practicada por minorías, no existían las Ironmans ni las carreras de montaña.   Nosotros corríamos para estar en forma.  Corríamos porque ir al gimnasio nos aburría y era más barato calzarse las zapatillas y salir a hacer kilómetros.  De vez en cuando participábamos en una media maratón y los mas entrenados se animaban a apuntarse a alguna maratón.  La de Paris, la de Nueva York y la de Barcelona eran las que mis amigos contemplaban en su calendario anual.  En aquel entonces mi vida laboral y familiar no me dejaba ni tiempo ni posibilidad económica de participar en estas maratones así que mi objetivo era más modesto y me limitaba a correr entre 8 y 10 kilómetros diarios de lunes a viernes.  Los fines de semana en invierno esquiábamos y en verano salíamos a la montaña a coleccionar tresmiles del Pirineo.  Me motivaba mucho más dedicar el fin de semana a mis hijas y mi mujer,  y con ellas tener una actividad que ocupaba el tiempo común.   Nunca vi en el correr algo que podía ocupar mi tiempo útil para compartir, el correr se reservaba al tiempo que no podía compartir, ese tiempo robado al sueño, que transcurría desde que salía el sol hasta que empezaba a trabajar.  Recuerdo que en aquella época tenia una cinta de correr, una eléctrica con inclinación graduable que ocupaba buena parte de la terraza que teníamos en el piso de la calle Tarafa en Granollers. La cinta la usaba solo los días de lluvia o en pleno invierno cuando era demasiado oscuro para salir a correr antes de ir al trabajo. 

A los 36 años tuve una progresiva ciatalgia (dolor en el trayecto del nervio ciático), que me llevó a dejar de correr.   Estuve tres meses con dolor, con antiinflamatorios y reposo, hasta que conseguí superarlo.  El amigo traumatólogo que llevaba mi caso, me aconsejó que dejara lo del correr y cambiara el deporte de entrenamiento por algo menos traumático.  Así fue como empecé a probar la bicicleta.  Yo siempre había tenido alguna bicicleta, de hecho tenia una vieja “Scott” de MTB en la casa de la Cerdanya, pero solo la usaba en verano para dar inocentes paseos con mis hijas.  También tuve una “Carrera” italiana de carretera con la que, cuando vivía en Premia de Mar, iba cada día a trabajar a Granollers.  Pero, años más tarde cuando empecé a correr, al vivir en Granollers, me la vendí.   Así que cómo no tenia bicicleta en Granollers me compre primero una estática para entrenar los días de invierno y los días de lluvia.  Luego me compré una BH de BMX con rueda pequeña, en la que con maña y esfuerzo conseguí instalar un pedalier adecuado y un juego de tres platos.  Con ella llegamos a subir en verano a la Tosa de Alp en una gesta memorable.   Pero sin duda mi primera bicicleta de verdad fue una Klein “Attitude Comp” una clásica MTB cuyo cuadro todavía conservo.   Se la compré a Pep Puig cuando tenia la tienda en el plà de Arenas.  Fue el verano del 90, era el primer verano después de descubrir el telemark, por eso lo recuerdo bien.   

A medida que mi afición por la bici iba en aumento se produjo el cambio de edad de mis hijas hacia una adolescencia que hacia difícil, por no decir imposible, que compartiésemos el tiempo libre en forma de excursiones a pie por la montaña.  En esa transición, que pasó de contar con ellas para vacaciones y fines de semana, hasta encontrarse  con que ellas hacían sus propios planes en los que no teníamos cabida,  me encontré por suerte y de forma solapada con la afición a la bici compartida con amigos.  

Puede decirse que a partir de mediados los 90, la bici, el pedalear, se convirtió en un complemento importante de mi vida.  El telemark y la bici han sido las dos pasiones que han caracterizado mi vida deportiva a partir de los 40 años.  


La bici la vi desde el principio como un juguete, y siempre me han gustado los juguetes para desmontarlos y montarlos de nuevo.  Recuerdo que de pequeño mi juego preferido era un Meccano y que por Reyes lo que más deseaba era que me trajeran uno nuevo, más grande y más complicado cada vez.  A pesar de ello no se me daban bien las mates así que mi incipiente interés por la ingeniería se fue abortando con el tiempo.  Fueron las novelas de Maxence Van der Meersch y de A.J. Cronin, tanto “Cuerpos y almas” como “La ciudadela” las que me pusieron en la pista de despegue de mi vocación medica.  Seguramente mi madre tuvo bastante que ver pues, según me confesó mucho más tarde, de haber nacido hombre seguramente ella habría sido médico.  En cualquier caso la inducción a estas lecturas fue obra suya.  

En nuestra “cultura familiar”, tanto la que yo mamé como la que yo hice mamar a mis hij@s, el concepto deporte como parte de una vida sana estaba implícito sin necesidad de refuerzo alguno, era algo natural, como cuidar la comida y asearse.   Pero es cierto que la cultura del esfuerzo usó el deporte como excusa durante los primeros 10 años de vida de mis hij@s.  Bueno, principalmente el deporte, pero también actividades complementarias como la música, la danza y los idiomas.  

Ahora me pregunto si fue más lo que yo di a mis hijos que lo que yo recibí de mis padres, y seguramente es lo primero.   Pero tengo bien claro que sin la semilla que mis padres plantaron no habría podido dar tanto. En casa siempre hemos tenido a mi padre por un gran deportista, sin embargo tengo que reconocer que esa aureola no se corresponde con la realidad, de hecho dejó de practicar regularmente ejercicio a partir de los treinta años. Antes de casarse mi padre fue corredor del CAN (Club Alpino Nuria) y durante la década de los 40 consiguió grandes logros como esquiador, fue campeón de España en dos ocasiones. De ahí vino su fama de deportista que ya le acompañó el resto de su vida. Pero creo que se volvió sedentario demasiado joven por razones de trabajo, fundamentalmente y por qué no tuvo ocasión ni tiempo de dedicarse.  

A pesar de que el deporte en general y sobre todo el esquí estuvieron presentes en mi infancia y adolescencia, no recuerdo demasiadas ocasiones en que pudiera compartir con mi padre una excursión a pie, menos en bicicleta y pocas veces esquiando juntos a partir de mis diez años. 

Eramos socios del club de Polo en la Barcelona de los años 60 y 70, allí mi padre jugaba de vez en cuando a tenis, aunque el verdadero aficionado al tenis era mi tio Ramón, al que yo admiraba secretamente su buena forma física, en contraste con la de mi padre que no podía dedicar tanto tiempo al tenis como su hermano.  A partir de los 50 años mi padre practicó con mi madre el golf.  Creo que ahí alcanzó su techo y se refugió en el golf durante más de 15 años para viajar con mi madre y al mismo tiempo entretenerse de campo en campo.  

En la década de los 80 irrumpió con fuerza la náutica en mi vida.   Años atrás había participado en regatas de cruceros con mi amigo Andy, y cuando tuve la oportunidad me compré, de segunda mano, un Siroco, un velero de 9 metros, mi querido “Pacific’s flea”, la pulga del pacifico.  En él vertí esos sueños nacidos de la lectura de tantos navegantes solitarios que habían dado la vuelta al mundo.  En mi ilusión estaba el llegar algún día a hacer lo mismo, y en estas andaba cuando mi padre decidió emular al hijo y se compró otro velero, un Dufour de 31 pies.  Para él y mi madre ese tiempo fue una época dorada, entonces tenían el velero en el puerto de Calafell y la casa de verano en Barà.  Mis hermanas pequeñas todavía eran casaderas y recuerdo algunas salidas con ellas en el Dufour.  A raíz de un percance con redes sumergidas que dejó al velero inmovilizado i a la deriva, mi padre vio que no tenia suficientes energías para seguir con la vela y decidió pasarse al motor.  Así fue como llegó a la familia una motora Rio de 10 metros que duró unos años más hasta que finalmente, y coincidiendo con la venta de la casa de Barà,  la vendió para dedicarse al golf.  Recuerdo que la primera vez que fuimos a conocer la nueva casa de la Cerdanya mis padres habían comprado una caravana, una Butsner de buen tamaño.  Con esta caravana sustituyeron la itinerancia del mar por los viajes terrestres.  Fue una nueva etapa para ellos de la que más tarde tomaría yo ejemplo para asimismo repetir la experiencia, pero con una autocaravana Fiat de 7 metros.   

Mi Siroco tuvo una vida breve pero intensa.  Hicimos travesías inolvidables por la Costa  Brava y por Baleares.  Recuerdo especialmente el verano del 81 con Nico en Ibiza pasando embarcados su varicela durante 10 días.  El regreso memorable a vela con el eje del motor roto en la maniobra de salida de la ultima cala en la que habíamos pasado la noche previa al salto. Pillamos una calma chicha y un mar balsa de aceite, por lo que tardamos 56 horas a vela hasta el puerto de Masnou.  El atraque a pura vela en nuestro amarre fue una odisea que recuerdo bien por qué me granjeó la simpatía de un marinero del puerto que a partir de entonces me consideró el “doctor de la vela”.  Fue la única vez en mi vida que maniobré dentro de un puerto sin motor.  La verdad es que no me quedaron ganas de repetir la experiencia.  A raíz de una travesía desde Palamós a Masnou, en la que empleamos 18 horas, experimentamos lo que es navegar a ciegas en la niebla, sin más ayuda que mi compañera de fatigas náuticas, la Caque, en la proa haciendo sonar la bocina a intervalos y yo con los ojos salidos de las órbitas, después de una noche sin dormir, tratando de adivinar si pasábamos a barlovento de las islas Hormigas o nos dábamos de narices con ellas.   Poco después decidimos vender el Siroco y cambiarlo por una BMW 1000RT con la que empezamos otra etapa, nos convertimos en motards.   Poco después nacería mi hija Marta.  

Cuando me pregunto por qué adherí tan rápido y tan intensamente con el mundo de la bicicleta tengo que aceptar que fui parte del momento ascendente de la afición por la mountain bike, ya que en los 90 se produjo un incremento notable de este deporte.  Tanto las marcas como los practicantes se multiplicaron en pocos años y se convirtió en una moda. El abandono del correr fue casual y coincidente con ello.  Ese es el primer motivo.
El segundo motivo es el bienestar que sentía al darme cuenta de que el cuerpo respondía bien a mis exigencias y que era capaz de hacer esfuerzos sin, por haber pasado de los cuarenta, penalizar demasiado.  Había bastante orgullo personal en la comparación que se manifestaba al medirme con otros bikers de menos edad y saber que podía con ellos.  Seria poco veraz sino admito que tengo una vena competitiva y la bici me permitía serlo con unas dosis de esfuerzo relativamente bien llevadas.  En aquella época ya vivía en Barcelona y empecé a dedicar una hora diaria a salir por la mañana por el Tibidabo, cada día hacia unos 500mts de desnivel acumulado y me puse en forma.  Es la época en la que descubrí la dieta de la zona y me puse a practicarla a pie juntillas.  Al final de los 90 cuando estaba a punto de cumplir los 50 llegué a mi máximo rendimiento.  Los años que siguieron fueron un intento constante, no ya de incrementar el rendimiento físico, sino el de mantener lo conseguido.  La bici me llevó a conocer a otros bikers con los que pronto llegue a intimar y hacer de ellos mis mejores amigos.  

El tercer motivo para entender por qué mi afición fue en aumento tiene que ver con la socialización que se desprende de compartir una afición como es la bici que requiere de largas jornadas de contacto y convivencia.  No se trataba de competir durante unas horas, ni de andar detrás de unas marcas personales concretas como es el caso del running.  Era más amplio, se trataba de compartir todo un fin de semana. El objetivo del entrenamiento diario era simplemente estar en forma para afrontar durante el fin de semana una salida colectiva de muchas más horas de las que se puede estar corriendo en una maratón.   Nuestras salidas en bicicleta duran  todo un día, paramos a comer y llegamos por la tarde con el tiempo justo de darnos una ducha en el hotel, en la casa rural o en el albergue que toca, para poco después compartir una buena cena con los amigos.  Algo impensable si hubiéramos sido corredores o marchadores, los cuales cuando se citan para correr juntos es siempre en relación a eventos con inscripción y cuya convivencia se limita a unas pocas horas.  

Ahora cuando miro retrospectivamente me doy cuenta de que correr es algo mucho más limitado al si mismo.  El entrenamiento diario es  similar en el pedalear y en el correr, pero el objetivo final es muy distinto.  

Durante los siguientes 15 años, desde los casi 50 hasta el presente, la bici ha sido una actividad social ademas de ser una forma de mantenerse en forma.  La bici me ha permitido compartir con mi pareja actual viajes inolvidables, aventuras indescriptibles, momentos duros y momentos felices.  La bici ha sido un gran viaje alrededor de la naturaleza, siempre descubriendo parajes nuevos y paisajes que de otra manera no hubiéramos conocido.  Todo ello en el contexto de un ejercicio aeróbico sin riesgo de desgastar las articulaciones o de macharse las vértebras por muchos kilómetros que se recorran.  Es por todo ello que pedalear se ha convertido en la actividad física que sobresale entre todas  por ser la que durante más tiempo al año puedo practicar.  

Siempre recordaré cuando allá por el verano del 2000, estaba haciendo mountain bike en el valle de Arán y me encontré a un grupo de bikers que buscaban un punto para iniciar el descenso por una trialera, un lugar que yo ya conocía y que tenia un acceso algo rebuscado.  Ese día fue el comienzo de una larga amistad.  Así fue como conocí a Miquel Calix, Josep Gabandé, Nuria Casals, Josep Maria Pujols... y algunos más que después con el tiempo se han ido perdiendo o difuminando en el olvido.  

En 15 años las cosas han cambiado mucho. Ahora encontrarse a un biker por la montaña no llama la atención, los hay a montones y simplemente los saludas pero no te detienes a hablar.  Es como el telemark en sus inicios, ahora cada vez es más normal encontrarse a alguien haciendo telemark por las pistas, ya no nos paramos para saber algo más de aquel otro “bicho raro”... aunque personalmente lo sigo haciendo siempre que puedo, lo cual siempre es ocasión posterior de choteo o comentario por parte de los que van conmigo y conocen mi propensión a “hacerme ver” en relación a la técnica del telemark y su didáctica... pero seguiré pensando que el mundo sería mejor si fuéramos más amigables, menos cerrados en nosotros mismos y más abiertos a establecer lazos con aquellos que practican la misma afición.  


Vilanova i la Geltrú
Marzo 2015