Director: Josep María Pou
Teatro Goya
Esta celebrada, y aplaudida, comedia de Alan Bennett es algo más de lo que aparenta. La puesta en escena de JM Pou es muy buena, tan buena que llega a ocultar el verdadero leit motif que la justifica. Solo una mirada perspicaz, indagadora, descubre el núcleo central de la propuesta. La habilidad literaria del magnifico guión, la muy bien conseguida teatralidad con gags brillantes que nos hacen reír a menudo, y sonreír la mayor parte del tiempo, van maquillando el plato que nos vamos tragando sorbo a sorbo. Sustentada en algo tan de actualidad como la controversia entre una educación para la vida y una educación para los resultados inmediatos, nos sumerge en un mundo fascinante de citas literarias y erudición, rellenando con tal luminosidad el escenario, que oculta el verdadero drama sobre el que el autor pivota (quizá reflejo de su propia existencia), que no es otro que contextualizar la homosexualidad para, frívolamente, acabar comparando e igualando, los tocamientos genitales a sus alumnos en la moto, con los escarceos del director persiguiendo el trasero de su secretaria. Lamentablemente se banaliza el hecho de que ese juego semiclandestino se realiza a costa de seminiños, o sea adolescentes, mientras que la secretaria es un adulto. Pero no es solo eso, sino que nos acaba haciendo simpático al pederasta, acompañándonos mentalmente en la justificación del medio para obtener un fin. Un quid pro quo que queda continuamente en las sombras, opaco al público, maquillado de excelencia en el brillante contexto literario. En suma un gran ejercicio de maestría escénica en el que la aportación de un JM Pou inenarrable convierte la velada en una delicia… aunque algo indigesta para estómagos delicados.
Obviamente de la posición personal frente a la homosexualidad dependerá en gran medida la visión final de este quid pro quo. Pero en cualquier caso yo me pregunto si trasladando el escenario, de adolescentes de ultimo curso a niños de secundaria, seriamos capaces de ver que la proposición indecente dejaría de serlo para bordear el delito. Pero la obra, como la vida, no engaña y muestra las consecuencias del juego homosexual cuando este se ceba en el más jovencito de los chicos, el todavía imberbe judío. Como era de esperar, el epílogo de la obra describe los destinos adultos de los chicos; y el judío es el único en el que la homosexualidad se convierte en un rasgo definitivo. Que la mayor parte del público no caiga en ello, no atine o no vea necesario profundizar en esta cuestión es parte del juego buscado. Las cartas están bien jugadas, porque la propuesta aparente de cuestionar ‘la educación de los resultados’ es la mano derecha que nos maravilla, y distrae, mientras la otra, la izquierda, nos mete mano en la conciencia. El teatro bien hecho tiene un mucho de prestidigitación. El autor nos embelesa con sus pases mágicos mientras nos da gato por liebre dejándonos altamente satisfechos. Una obra de teatro que recomendaré ver a mis amigos. Advirtiéndoles, claro, que no es lo que parece.
Vilanova i la Geltrú 29/01/2009