miércoles, 9 de enero de 2013

Espontaneidad... la excusa del débil.

A menudo en nuestras relaciones humanas surge la cuestión de si fulanito/a es muy espontáneo/a o si mengano/a lo es menos. Implícito en ello va la asociación de espontaneidad con naturalidad, ingenuidad, simplicidad o franqueza como valores más cotizados que sus contrarios: la deliberación, el calculo, la premeditación, el artificio o la afectación. Por eso no es infrecuente que sin darnos cuenta transmitamos a nuestros hijos, con el ejemplo, con la forma o con la conversación, elementos que analizados a fondo considero controvertidos. Esta controversia es la que hoy traigo a colación en la tertulia.
Hay un marco general y otro particular que quiero delimitar como cuestión previa. Estos marcos hacen referencia a la cuestión histórico-social por la que me explico a mí mismo el valor que en nuestros días se le da esta expresión y otro es el marco especifico del significado de las palabras. A efectos prácticos empezaré por este ultimo. Una vez descritos y estructurados estos dos marcos pasaré a la controversia en si misma.

Usando el 'Diccionario de Sinónimos, Ideas afines y Contrarios' de Pey Ruiz, encontramos las siguientes relaciones:

-Espontáneo es igual a indeliberado, natural, instintivo, automático y maquinal. Su antónimo más común es deliberado. En segunda generación de sinonimia espontáneo se asimila con llano, franco y natural y se contrapone a afectado.

Mientras que consultando el 'Diccionario de Sinónimos' de Gili Gaya, hallamos las siguientes explicaciones:

-Espontáneo -a. adj. En ocasiones puede coincidir con indeliberado, automático y voluntario, pero estos, a su vez no implican necesariamente idea de espontaneidad. Así indeliberado significa que se da sin participación del entendimiento o del raciocinio: "su contestación fue espontánea..." Automático o maquinal da idea de proceso que se desarrolla de forma mecánica, sin intervención de la voluntad, pensamiento o deseo humanos: "hizo un movimiento espontáneo...". Voluntario en sentido de espontáneo, denota que se produce sin coacción: "su voto fue espontáneo...".

Después de este breve repaso podemos decir que cuando el término espontáneo se aplica al comportamiento humano, a su forma o a su fondo, a su expresión verbal o a su conducta, estamos usando un calificativo que precisa que aquello que se está produciendo o se ha producido es algo desinhibido, algo no modulado o condicionado por otras instancias, algo que tiene la calidad de ser directo, no mediado o intervenido por algún instrumento mental, herramienta analítica, conducta acordada, código o ley. Es algo que nos habla de las motivaciones y pulsiones internas, y más íntimas, del ser humano sin que estas pretendan ocultarse, transformarse o revestirse. En definitiva habla de una calidad de lo emitido que no se preocupa por amoldar su proyección a norma o convención alguna.

Pero veamos que razones hay que expliquen el alza de valor que experimentó en el tercio final del siglo pasado (nuestro siglo para la mayor parte de adultos), y en nuestro mundo occidental, la espontaneidad.

El siglo XX nace con la revolución industrial, grandes cambios en la forma externa de vida que no se acompañan con la misma rapidez en la forma interna. La educación, el primer y más importante filtro a la espontaneidad, es un valor que hasta bien entrado el siglo XX se refugiaba en las llamadas clases privilegiadas: nobleza, intelectuales y clérigos. La progresiva popularización de la educación es consecuencia de la revolución industrial, y como resultado de su extensión la que llamare humanidad global crece en las siguientes capacidades: de comprensión, de autocrítica y de generar respuestas no amoldadas a la corriente imperante. Veamos cómo y porqué. Usando el modelo analógico podemos asimilar la humanidad global a un ser humano. El primer tercio del siglo XX es la etapa todavía prepuberal de este ser, el tercio central de nuestro siglo occidental representa el despertar definitivo a su etapa adolescente en la que todavía nos encontramos; y de la que apenas se esboza en el final de siglo el parcial advenimiento de una etapa más adulta, más autoconsciente de la ruinosa realidad planetaria y social que hemos ido dejando. El despertar de una conciencia ecológica en el seno del primer mundo o también llamado mundo occidental, es la muestra evidente de esta naciente madurez de la que llamo nuestra humanidad global.

Los adultos que vivieron, decidieron y participaron las dos guerras mundiales del primer tercio de nuestro siglo, transmitieron una falsa moral justificadora de tanta muerte y devastación. Los miserables negocios de la guerra que esta falsa moral encubrió fueron quedando al descubierto por las generaciones subsiguientes que, al alcanzar sus mayorías de edad, se encontraron con un mundo educado pero falso al cual o ponían en evidencia, con la consiguiente perdida de privilegios, o aceptaban seguir encubriendo. La posguerra se extiende durante casi 20 años y aparece en escena una nueva generación: los que nacieron ya en plena recuperación económica. Una generación que llegaría al 68 con veinte años. Es el momento de la generación de la huida, de la psicodelia, de los hippies, de las comunas, del libertarismo y de la ruptura con el mundo heredado de unos adultos que habían crecido en la educación de la forma, sin que el decurso de sus propias vidas fuera ejemplo de lo que sus palabras proponían. Eran los hijos de unos padres demasiado ocupados en la reconstrucción del mundo de la postguerra para darse cuenta de que los valores que la educación transmitía no se decían con la forma de vivir que ellos mismos practicaban. Así fue como todo lo que procedía del mundo previo fue defenestrado en el 68. La imposición, los códigos, el corsé de la educación, las formas religiosas, las fórmulas de convivencia social. Todo. 

El libertarismo reactivo echó abajo las convenciones aceptadas. Se podía hacer todo, se podía enseñar todo. Todo era natural, por tanto todo era posible. La familia se fragmentó y se ensayaron fórmulas tribales y comunas colectivas. Los jóvenes se iban tempranamente de su casa. La estructura religiosa, puesta en duda por los intelectuales de más prestigio, tuvo que buscar apoyo en lo popular. En el 62, seis años antes de la eclosión de la crisis espiritual del sistema, el Vaticano II se volcó hacia el pueblo no instruido, si educado, el pueblo que no podía huir de las convenciones porque si no no comía. El rito se acercó al oficiante y su público, en lengua vernácula, para soslayar el desenganche de los intelectuales que habían estudiado latín y griego en las universidades paganas. Ni se podía, ni se intentó explicar que había hecho la Iglesia todo el tiempo previo a su acercamiento al pueblo. Para muchos esos 16 siglos de lapsus entre la Iglesia de los Primeros Cristianos, que se cierra con la secularización o mundanización de Constantino (s. IV) y el Vaticano II, era demasiado tiempo para hacer creíble, no el mensaje cristiano, sino a los que instrumentándolo habían vivido siglos a costa de él. Y es que todo acaba pasando factura, más tarde o más temprano.

En la década del 70 se consolida la creencia en la superioridad de la falta de tapujos, en la falta de freno a lo que se ha de decir, en el soltarse la melena, en el subirse las faldas y sacarse de encima los corsés impuestos, los sujetadores también. Es el momento en que el mass media se da cuenta de que lo que ha de vender en la generación que sube, los que en los 70 apenas empezaban a ser adolescentes, es la fabricación del ideal espontáneo. Un individuo que por su falta de autocontrol podrá ser víctima de los mensajes que interesen. Es la preparación para la primera generación nacida ya en plena era del consumismo. Con el valor en alza de la espontaneidad no habrá peligro en que los jóvenes puedan hacer caso de los cantos de sirena de quien les advierta de los peligros del adolescere (de la falta de algo). La no adquisición de ese algo en los momentos claves del despertar al mundo hace morir el interés por la autotransformación y predispone a una vida de mecánico discurrir, que aceptará sin deliberación, sin introspección, sin análisis, aquellos mensajes que el mass media diseñe para que sean tragados, aceptados o incorporados, solo mediatizados por la ensalzada espontaneidad. (Obviamente es mucho más fácil fabricar mensajes interesados que tan sólo deban de contar con el factor espontaneidad para pasar la barrera de la incorporación al individuo). Esos adolescentes se hacen adultos sólo por que adquieren la condición de ser independientes económicamente. Eso es lo que progresivamente cambia. Pero desde mi óptica el individuo así obtenido sigue siendo un adolescere, por que le falta algo, el algo que le permite distinguirse de lo natural, esa parte que cultivada (proceso plenamente humano que requiere de un "artificio" que nos contrapone a "lo natural") nos hace plenamente hombres y nos distingue de la inmediatez animal de las pulsiones, del sometimiento a los deseos del cuerpo, a los instintos y a las emociones que nos dominan.

En definitiva, pues, la espontaneidad nos habla de alguien que no experimenta vergüenza al permitir que surja de sí el acto, la conducta, la emoción, la palabra, la idea, sin filtro ni matiz, ya que de lo contrario, de experimentar vergüenza de sus pulsiones, intenciones, motivaciones, trataría de controlar o matizar las emanaciones de sí (o imagen de sí) que alcanza o se proyecta hacia los demás. Esto es así, y no admite ambigüedad, veamos si no la conocida expresión de 'tu espontaneidad te ha traicionado', tratando de ilustrar el hecho de que la indeliberación ha permitido que el individuo enseñara el plumero, quedaran en evidencia sus intenciones, o mostrara una parte de él que ordinariamente estaría a cubierto de la indiscreción ajena.

A estas alturas: ¿podemos seguir considerando a la espontaneidad una virtud? Yo creo que NO, en la acepción explicada. Pero la trampa esta servida ya que el término, como muchos, es polisémico, y, atendiendo a un rango de significación más elevado, en según que contextos se puede oponer a ficticio, artificioso o falso, por lo que aparentemente puede valorarse como algo engañosamente positivo. Esa es la excusa del débil. 

Acabo con algunas consideraciones sobre la educación.

Entre los muchos códigos que el hombre usa para relacionarse, el de la educación es el de más importante rendimiento. Las reglas de la educación son fundamentales para que se cumpla con éxito el proceso de adquisición de aquello que le falta al individuo para llegar a la etapa de adulto. El adolescente ha de dejar de adolescere en primer lugar gracias a la herramienta que le proporciona la educación. Esta primera herramienta no actúa transformando nada tan sólo le da tiempo para insertarse sin conflicto en un mundo con cuyo roce o contacto descubrirá sus propias limitaciones, sus inconcreciones, sus inconsecuencias y sus miserias personales, en fin empezará su autoconocimiento. Una vez en este punto, consciente de su fealdad (de otra forma no se llega nunca a percibir) interna o espiritual, podrá forjar las herramientas personales que le lleven al intento de ser. En esta etapa deberá, si la espontaneidad no se lo impide, de percibir que para SER diferente se ha de trabajar sobre el ser, y que para conseguir las cosas se han de diseñar estrategias de trabajo interno, difíciles, arduas, largas y en constante lucha con las pulsiones que afloran de la animalidad continuamente latente en cualquiera de nuestras proyecciones, sean palabras, actos, conductas o deseos. Si las concesiones a la espontaneidad no lo han impedido, con la repetición de los intentos se llega a la autopercepción de uno mismo, una visión las más de las veces angustiosa de la íntima realidad, lío y pobreza del ser, que no cabe remediar con el TENER, fuga que frecuentemente nos monta la espontaneidad para no enfrentarse con la difícil tarea de HACERSE HOMBRE. De forjarse a si mismo, de dar temple a la animalidad, que dejada a su espontánea evolución/maduración nos ha de llevar a una vida esclava de los deseos, de los instintos y en definitiva de las partes menos elevadas del ser humano.

Y acabo, esta vez definitivamente, diciendo que la educación en sí misma no es lo que importa, no es el tipo o clase de educación, o si las normas son o no son las adecuadas. Es, más allá del contenido, la excusa de la educación lo que interesa. Es precisamente la excelencia en el cumplimiento de una norma que nos encontramos delante, que aceptamos aunque pudiéramos -en nuestra pequeña/gran soberbia- considerar obsoleta. Es en definitiva lo de siempre. Aquello a lo que siempre me acabo remitiendo (los que me conocen saben que es un elemento que no podía estar ausente en esta reflexión). Se trata de aceptar las cosas con las que nos topamos en la Vida para que ciñéndonos a ellas nos transformen. Esa es mi personal lectura del "dejar que se haga Su Voluntad en mi". El esfuerzo por la excelencia de su cumplimiento es lo que transformara nuestro ser. De ahí la importancia del asumir la historia personal, de aceptar los papeles que la vida azarosamente nos va asignando. De ahí la consideración de campo de trabajo, campo de forja, que le doy a la existencia, a la Vida.

Espero que a partir de hoy la espontaneidad entre nosotros ocupe el lugar que merece. Y dejemos que la educación más exquisita presida nuestras relaciones humanas.