miércoles, 12 de diciembre de 2012

Educar en el caos? Una reflexion


Hay algo mas difícil que coger a un psicólogo con el paso cambiado?
Durante meses me repetía la pregunta solicitando una respuesta a la inspiración.   Un buen día, mientras subía en el ascensor, se abrió hasta mi la respuesta como si toda la vida hubiera estado ahí.  Era como llegar al 4º piso cuando lo habitual era bajar en el 3º donde tengo el despacho...
Si había algo más difícil que cogerles con el paso cambiado  era intentar convencerles de ello.   Efectivamente.  Psiquiatras, psicólogos y en general los trabajadores de la mente como yo les llamo coloquialmente, despiertan entre el resto de mortales ciertos ecos o reminiscencias que nos retrotraen a la imagen del brujo-adivino o chaman de la tribu ancestral.   Cierto temor reverencial ante sus explicaciones, advertencias agoristicas o sus, a menudo, inquietantes deducciones es el sentir que preside su contacto.  Quien  se encontrará libre de culpa edípica, de celos no reconocidos, de afán de venganza sublimado o de amor compulsivo por una frustración vivida en la escuela primaria? Ante estas posibilidades siempre nos cabe discutir, con nuestro propio verbo,  la supremacía del criterio seguido para llegar a esas proyecciones... pero al hacerlo nos arriesgamos a ser señalados como el peor de los afectados.  Resistirse es, lo sabemos, provocar sus iras, convocar al conjunto de males con el que ampliamente han pintado y descrito, pormenorizado y justificado, las razones ocultas que han movido nuestras vidas hasta el día en que los conocimos... O doblamos el espinazo, y aceptamos esa superioridad que nos infligen sin desearlo personalmente ninguno... o nos arriesgamos a caer en el caos...

De esto vamos.  De educación fractal y caótica, del efecto mariposa y del vórtice, de las escalas dentro de escalas… en fin de una compleja y nueva dimensión que escapa a la racionalización analítica, a la psicoanalítica, a la empiría, al conductismo, a la metodológica, a las reglas … siempre que no sean las que imperan en el caos.  Se trata, en definitiva, de aplicar la teoría del caos a la educación y acabar asi con una visión del desarrollo psicológico demasiado limitada por la consabida ley de la causa-efecto y presidida por los análisis de todo tipo a los que tan aficionada se ha vuelto nuestra sociedad humana en los últimos decenios.

Es cierto que uno no puede escapar a lo que es. Pero...cuando empieza a ser uno lo que dice que es?
Si uno de nosotros elige pareja y decide iniciar una vida en común todavía no es padre, aunque proyecte serlo.  Es cuando decide tener descendencia cuando inicia el camino de ser padre. Pero el ser del padre no nos permea de inmediato, no somos padres de la noche a la mañana con la llegada del primer hijo.  Seremos progresivamente padres como somos progresivamente personas y no acabaremos nunca de ser totalmente ni una cosa ni la otra hasta que la parca se nos lleve por delante.  Ser persona, como ser padre, no es un estado definitivo, es algo que fluye y evoluciona.  El agua de un río no es el río.  Ni lo es la surgencia que le da lugar, ni los arroyuelos que traerán el agua de mil lugares para juntarse en una torrentera, ni lo son los torrentes que se transformarán en riachuelos, ni lo serán los rápidos por los que descenderá veloz el agua por las gargantas.  El río será río cuando lo veamos morir en el mar. Solo adquiere esencia definitiva perdiéndola en otra dimensión mayor.  Es río en su conjunto pero sobre todo en su desarrollo.  No podemos tomar una parte por el todo ni perder de vista que ‘el río’ será aquello que determine el discurrir desde que este nace hasta que acaba. 

Una vez  la madre de un niño me preguntó en la consulta si  era una buena madre y le contesté que eso se lo tenia que preguntar a sus nietos.  Su rol de madre solo acababa de empezar y ya quería un juicio de valor sobre su capacidad.  Es como preguntarle al arroyo que superficie de regadío alimentará el río poco antes de llegar a su desembocadura.  No es posible saberlo.  La bondad del río se conocerá cuando su esencia se complete.  Por eso los que prejuzgan la conducta ajena basándose en la descripción de lo sucedido,  y con ello anticipando el valor de la esencia del ser padre,  cometen un error de apreciación que, introducido en la corriente de la vida, puede tener efectos impredecibles y responsabilidades que a largo plazo nadie se prestará a reconocer como propias.  En aquella ocasión se trataba de una madre separada, atormentada por la culpa y la carga que sobre sus hombros había depositado quizás algún psicólogo infantil que tomaba las partes por el todo...

Cuando llevas muchos años al otro lado de la mesa empiezas a vislumbrar certezas que no se analizan por mucha teoría que nos enseñen.   No es tan importante el consejo en sí que damos a quien nos  lo pide.  Si lo es aquello en lo que lo envolvemos cuando lo proyectamos desde nuestra mente hacia la comprensión del otro.  A la gente no la ayudamos aunque a menudo creamos lo contrario.  Lo que hacemos, cuando somos de ayuda, es escuchar y dejar que se nos acerquen.  Si comunicamos bien no importa demasiado lo que dices.  Cualquier banalidad es buena para apagar la tremenda sed de ser escuchado que a menudo tienen todos ellos.  Abandonarse al caos de la relación verbal es lo que hacen las comadres, los amigos que charlan por charlar,  los cotilleos entre compañeros del trabajo, los novios cuando devanean.  Todas estas formas de relación verbal  tienen en común una ausencia de guión establecido: es el azar quien encadena discursos y palabrería.  En todas esas relaciones verbales caóticas puede o no vincularse afecto, pasión, desamor, egoísmo, vanidad,  desprecio o interés.  Esa es la materia que contará.  No el contenido de las palabras.   Aquella madre recordará el interés que pusimos al escuchar su relato.  Seguramente olvidará todo lo que no puede hacer y nosotros sugerimos que hiciera.  Al final cada uno de nosotros acaba haciendo solo aquello que podía hacer.  No lo que se había, o le habían, propuesto que hiciera.  Saber ceder, en un momento dado,  a nuestra pulsión intelectualizadora (la que nos llevaría a los análisis) y  abandonarse con arte al caos de la relación verbal es un ejercicio  útil.

Con la edad y la experiencia podría aumentar nuestra capacidad para ser cariñosamente caóticos en nuestra relación verbal con los pacientes.  Para ello precisamos una experiencia del tiempo que sea gratificante.  Cuando vivimos en un cierto grado de apremio permanente no es posible.  La vivencia gratificante del tiempo es como el abono que precisa nuestra tierra para que florezca un trato presidido por el caos.  Un caos que, como el caos del universo, tiene sus propias leyes, su dinámica de arrastre y que siempre, siempre que lo respetemos, nos acaba sorprendiendo.