Nos vampiriza todo aquello que nos roba la energía que necesitamos para evolucionar...
1. Las personalidades que necesitan quejarse constantemente, que a menudo te necesitan para volcar sobre ti sus problemas, sus cuitas y sobre todo los juicios sobre los demás para asegurarse de que compartes su punto de vista… aléjate de ellas. Aunque sean buenas personas y bienintencionadas también son tóxicas. No puedes hacer nada por ellas.
2. No aceptar que ciertas cosas no se pueden cambiar. Si no aceptas, si resistes, entras en discusión, en lucha y pierdes mucha energía. Aceptar no es resignarse, aceptar es entender que cuando algo no está en nuestra mano cambiarlo es mejor cambiar nuestro punto de vista para no perder ni tiempo ni energía intentando un cambio imposible.
3. El desorden y la acumulación. A todos nos gusta el orden, pero no siempre conseguimos tenerlo de una forma eficaz. Cuando acumulamos más de lo necesario cada vez se hace más difícil controlar el orden, y el desorden, (aunque no sea visible estéticamente) nos desgasta y nos hace perder tiempo. Cuando el desorden lo escondemos en la apariencia de una estética determinada o en el guardar recuerdos para el futuro, creamos un problema añadido: engañarnos a nosotros mismos, además de perder energía cuando necesitamos encontrar algo en la enormidad de lo acaparado...
4. El no perdonar y el rencor. Perdonar es dejar ir la culpa que tú atribuyes al otro. El rencor es la consecuencia del perdón aplazado, no asumido. Sino juzgáramos a los demás no tendríamos necesidad de perdonar por que no trataríamos con una culpa de nadie. De la misma manera que aceptamos el accidente y no juzgamos a la naturaleza si inunda nuestro jardín, deberíamos aceptar sin juicio los daños que otros nos infligen. Si no les juzgamos no necesitamos perdonar, cómo no necesitamos perdonar a las nubes por descargar un aguacero. Pero es humano reaccionar primariamente contra el que nos perjudica. Después, cuando nos serenamos, podemos dar paso al perdón. Así liberamos la tensión y ahorramos la energía que nos consumiría a través del rencor.
5. La charla innecesaria y los Cosos. Ser dueño de mis silencios y no esclavo de mis palabras es un dicho difícil de cumplir. A menudo hablamos más de la cuenta y eso nos crea problemas. La charla inconsistente y banal es difícil que respete las reglas del “no hablar de otros aquello que no podríamos decir si estuvieran presentes”. Al no respetar esta norma mostramos en primer lugar que no cumplimos con no juzgar a los demás, y en segundo lugar creamos un rol mental que se delatará cuando estemos en presencia de aquel de quien hablamos. Por otro lado los Cosos (comentarios sobrantes), son fuente de conflicto que no añaden valor a la conversación y que a menudo negativizan el proceso de comunicación con el otro. Si un comentario no tiene que aportar algo positivo a la conversación, es mejor obviarlo, no hacerlo, guardarlo para sí. A menudo los Cosos son quejas, criticas y valoraciones parciales o subjetivas que pretendemos sean validas, objetivas y universales cuando en realidad solo parten de nuestra propia subjetividad. Al no hacerlos ahorramos la energía que supone la discusión o incidente que puede causar en el receptor. Los Cosos también pueden ser en origen verdades objetivas, pero adquieren calidad de sobrantes cuando la causa-efecto ya no tiene vuelta atrás. Por ejemplo: alguien se deja la luz encendida inadvertidamente (por que no lo ha hecho a propósito) comentar algo negativo al respecto, aunque objetivamente sea real la apreciación, no evitará el gasto de luz ni evitará que pueda ocurrir en otra ocasión, Por contra si el comentario no es negativo, deja de ser un Coso, y puede servir para que el receptor del comentario preste más atención en otra ocasión.