Aunque pueda resultar más fácil o cómodo decir Sí a todo aquello que piden los hijos, el NO es conveniente y necesario para enseñarles a incorporar la obediencia a unas normas y para aprender, nosotros como padres, a transmitir una disciplina que nuestros hijos deben experimentar a dosis progresivas desde pequeños para que aprendan a ser responsables de sus actos el día de mañana.
Durante los primeros meses de la vida el NO es un modo de protegerlos y darles seguridad, ya que los bebés, llevados por su curiosidad, comienzan muy pronto a explorar su entorno y ese afán aventurero suele llevarles, a menudo, a situaciones peligrosas: tocar un enchufe, asomarse a unas escaleras, tocar una estufa... En este momento no entienden las consecuencias de sus acciones y se olvidan de nuestras advertencias. Por eso no podemos hacer otra cosa que repetir nuestras prohibiciones con paciencia y firmeza. Estos primeros meses también nos ayudan a ver nuestra propia capacidad, el tamaño de nuestra paciencia, nuestro mucho o poco aguante, como afecta esta cuestión a nuestra relación de pareja y como esas pequeñas trifulcas afectan a la convivencia familiar. La carrera de obstáculos apenas acaba de comenzar y hemos de evaluar nuestra realidad enfrentada al problema. Ahora ya no es lo que imaginábamos o lo que nos contaban. Ahora es nuestro problema concreto como padres que tratan de asumir su papel.
Entre los 2 y 3 años los niños ya son capaces de diferenciar entre lo que es posible y lo que está prohibido. Y con la adquisición del lenguaje comprensivo, entre los 3 y 4 años, están preparados para entender los motivos de los riesgos y los peligros, por eso hay que explicarles de forma simple las razones de nuestras prohibiciones. De esta edad en adelante el modelo se irá repitiendo en una escala progresiva. Básicamente seguirá el mismo principio de marcar limites pero con razonamientos cada vez más complejos.
Aunque a veces sea difícil encontrar el término medio entre dejarles hacer y prohibir, lo más importante es ser coherente y mantener la decisión con los razonamientos más convenientes para cada ocasión. Hay que tener en cuenta que:
Ser responsable es ser capaz de dar respuestas correctas a la labor, papel o rol que decidimos asumir. Si no nos vemos capacitados podemos tomar dos caminos: prepararnos con esfuerzo para ello o renunciar a nuestro papel si todavía estamos a tiempo.
Educar no es una ciencia exacta y tiene mucho de arte. Como todo arte tiene una parte de técnica que es posible aprender, practicar y mejorar, pero también tiene unos aspectos que escapan a la racionalización y dependen de la intuición, de la mano izquierda, de la empatía personal y de ciertas destrezas que no se aprenden. Por ello la capacidad para educar es entrenable en algunas personas e innata en otras.
En general los padres no se preparan para educar, y si lo hacen es peligroso que confundan el papel de padre con el papel de educador. Un padre/madre cuando educa no puede olvidar que fundamentalmente es padre/madre y no un pedagogo o maestro más en la vida del niño.
Educar siempre es limitar. A diferencia de un maestro, cuando un padre pone límites a su hijo también por lo general se limita a sí mismo, a su familia o a una parte de ambos. El autocontrol necesario para educar es la autolimitación que nos exigimos para ser buenos padres.
Imponer límites es una tarea difícil y lenta, pero importantísima para conseguir que los niños lleguen a ser personas responsables. Si dentro de la vida familiar todo vale y todo está permitido, los pequeños tendrán más dificultades para asumir las normas que van a encontrarse en la escuela (y en la vida) a medida que crezcan.
Muchos problemas de disciplina se pueden evitar si desde pequeños escuchan un NO en el momento necesario. Cuando la ira, el enfado o la contrariedad dictan nuestro NO es que la situación ha superado nuestra capacidad para manejarla con afecto. El NO útil ha de ir acompañado de un mensaje no verbal de comprensión de la molestia o disgusto que causa en la terquedad infantil o en los deseos contrariados del niño. Es un NO acompañado mentalmente de un LO SIENTO (realmente sentido)... PERO ES POR TU BIEN.
Es preferible que el establecimiento de estas normas se haga desde el respeto, el razonamiento y la tolerancia que desde la fuerza, explicando siempre los motivos que tenemos para tomar una decisión. Si, a pesar de intentarlo, los razonamientos no convencen siempre nos queda la posibilidad de tomar decisiones basándonos simplemente en nuestra autoridad de padres. Este procedimiento siempre debe de ser una excepción. Cuando se convierte en norma estamos delante de un abuso.
Los niños aprenden observando nuestras actitudes, valores y comportamientos y, por lo tanto, éstos deben estar en consonancia con nuestras palabras y explicaciones. Hay que asumir que es lógico cometer algunos errores ya que muchas veces un NO responde más al estado de ánimo de los padres o a sus propios temores más que a la situación concreta que se está sancionando. En estos casos, los niños pueden darse cuenta del error y cuestionar esta decisión. Conviene hablar con ellos y enseñarles que los padres también pueden equivocarse y, si es necesario, disculparse asumiendo la equivocación. Cuando esta situación es excepcional es también una forma de enseñarles, con nuestro ejemplo, a rectificar. Cuando la falta de autocontrol de los adultos es habitual estamos delante de padres y/o educadores irresponsables.