lunes, 27 de agosto de 2012

La función de la personalidad: el desarrollo del Individuo


La personalidad es la cáscara que protege la esencia del Ser.  La máscara tras la cual se esconde el ser que somos.  La parte del ser que solo aparentamos, nuestra personalidad, puede estar más o menos estructurada, organizada alrededor de un reconocimiento egoico, y la fortaleza de esta construcción yoica depende del desarrollo que ha tenido en los primeros años de vida.  En algún momento de nuestra biografía aparece en la conciencia del “yo soy” la duda de quien o qué somos.  Ese puede ser el inicio de un despertar que, si somos capaces de hacerlo, nos conduzca al  desarrollo del Ser que somos y no al que aparentamos. Al Ser que hemos olvidado que somos. 

Pero empecemos por el principio.

Al nacer no tomamos conciencia de nuestra existencia hasta que no podemos tener la noción de “quien soy”.  El nacimiento es un trauma por el que todos pasamos necesariamente.  

De pronto nuestra imprecisa existencia, sin conciencia exacta de qué o quien somos, se ve perturbada por un cambio brutal del medio de vida.  Nos hemos de asfixiar, dejando de respirar el líquido amniótico, para abruptamente pasar al medio aéreo y aspirar la primera bocanada de aire que oxigenará nuestro sistema pulmonar.  El trauma del paso por el canal vaginal, una enorme presión a la que somos sometidos, escurre todo el líquido pulmonar que hasta ahora inundaba los pulmones.  Los alveolos pulmonares se desplegarán unos instantes más tarde con la primera aspiración y descubrirán que están diseñados para usar el medio aéreo en la obtención de oxigeno.  Durante la gestación la sangre no pasaba por los pulmones, estos simplemente estaban llenos de líquido amniótico, el líquido en el que flotamos durante nueve meses.  La oxigenación de nuestro organismo la recibíamos del torrente sanguíneo materno que, a través de la placenta, nos cedía el oxigeno y los nutrientes que necesitamos durante el embarazo para crecer y desarrollarnos.  En el momento del nacimiento, la circulación sanguínea sufre un colapso a nivel umbilical para desencadenar la circulación a través de los pulmones. El corazón y los grandes vasos sanguíneos sufren cambios, cierre del conducto arterioso y del foramen oval, que permiten el inicio de la circulación sanguínea pulmonar. A partir de este momento recibimos la oxigenación del intercambio aéreo alveolar pulmonar y dejamos de depender de la circulación placentaria materna.   

Todos estos grandes y traumáticos cambios suceden en pocos minutos.  Hemos visto la luz. Nos han alumbrado.  El receptáculo del Ser, el cuerpo físico del recién nacido, deberá sobrevivir al trauma del parto.  Lo normal es que así sea.  Seguirán tiempos difíciles para el cuerpo físico, un aprendizaje lento de adaptación al nuevo medio. El Ser, sin saber todavía que es, adquiere tempranamente conciencia de su vulnerabilidad y encarga al cuerpo físico su defensa.  El recién nacido manifiesta pronto su temperamento innato, algo que la herencia genética ha incrustado en el individuo como si fueran los instrumentos mínimos para sobrevivir, como un equipaje de emergencia que viene de serie.   Ese temperamento marcará sus primeros intercambios con el medio, con el mundo, con los otros individuos.  Descubrirá que para reclamar sus necesidades ha de expresarse.  Y se expresará según le dicte su temperamento.  Su temperamento marcará los intercambios con sus cuidadores y descubrirá que puede acercarse o alejarse de las condiciones ideales en las que creció en el seno materno: confort, abrazo, arrullo, caricia, sonidos dulces… e intentará que se mantengan o reproduzcan y se quejará cuando se le nieguen.  El medio no le dejará buscar siempre ese confort y aprenderá a conformarse con más o menos tolerancia según sea su temperamento.  

En esta primera fase de su infancia todavía no está claro quien es.  Necesita que la madre le separe del todo, que sea posible reconocerse como aislado, como individuo único y no como parte de algo.  El parto físico no siempre va acompañado de un parto psicológico, lo normal es que haya un retraso en el parto psicológico y que este se produzca pasado un tiempo del nacimiento físico.  Depende de la personalidad materna que este retraso sea más o menos largo. 
Pero más tarde o más temprano será posible reconocerse como individuo y nominarse.  El ambiente, el entorno, le nominará tan repetidamente que acabará reconociéndose como algo separado de su madre. Ese es su nacimiento psicológico.  Por fin es alguien.  Sin embargo su esencia sabe eso desde siempre, pero no existe manifestación real de su esencia pues primero  necesita crecer y desarrollarse, ahora solo esta en fase embrionaria y no puede actuar per se, es por ello que el ser indefenso que ha nacido fisicamente primero y psicológicamente después, necesita proteger al ser que lleva consigo.  Esa es la razón de ser de la máscara, de la personalidad que trata de preservar, ocultar, a la esencia.  

Durante el resto de su vida, la personalidad ira enriqueciéndose, formándose primero un carácter sobre la base del temperamento y en función de la suma de normas, reglas e imposiciones culturales gravadas sobre las experiencias que se van sucediendo y modelando conductas, creando mecanismos de respuesta automatizados que crearan un patrón por el que seremos conocidos.  Todo ello conformará finalmente una personalidad más o menos rica, más o menos estructurada y mas o menos cristalizada e invariable.  

Aunque el mecanismo esté diseñado inicialmente como una forma de protección del “yo soy” esencial, del sentimiento egoico, con el paso del tiempo el “yo soy” se identifica con la personalidad olvidando que se es un personaje, que somos provisionalmente una dualidad, confundiendo personaje y actor, y en consecuencia haciendo que las posibilidades de que la máscara creada, la personalidad que oculta al ser, acabe cayendo y desvelando a la esencia, sean mínimas.  Lo habitual es que la máscara acapare el protagonismo del ser y la esencia quede olvidada, como una semilla que no llega nunca a germinar.  Ese es el destino habitual del ser humano.  Convertirse en un individuo.  Un actor que acaba identificado con su personaje.    

Diccionario General Etimológico de Roque Barcia (edición 1883). “Dícese del adjetivo Individuo: aquello que no se puede separar ni dividir, en cuya acepción es sinónimo de indiviso.”  

Cuando por las razones que sean nos replanteamos nuestra existencia y aparece la duda de “quien soy” se abre una puerta a un camino que, de recorrerlo, nos llevará de vuelta a la dualidad, si éramos indivisos, ya no lo volveremos a ser.  Dejaremos el estado de individuo para iniciar un camino difícil hacia el crecimiento del Ser.   Pero esta es otra historia.