miércoles, 21 de marzo de 2012

La primavera de nuestro otoño



La vi por la calle y ella no me vio.  Hacia 20 años que no la veía y mi corazón dio un vuelco....  De golpe fui arrastrado por un torrente de emociones que me hizo visitar paisajes internos que habían sido abandonados hacia mucho tiempo. Tuve temor a  entrar, por los recuerdos, y de pronto surgió la pregunta. ¿Por qué?

Amante, amiga, amor.  En ese baile de iniciales todo empezaba por A como nuestros propios nombres.  Ella había sido mi amante. Con ella había querido avanzar en esa triada en la que culminan algunas relaciones humanas, y tras un tiempo de éxtasis hube de olvidarla para sobrevivir.  Ella también me olvidó. Seguimos caminos que nunca más se volvieron a cruzar. Ni siquiera lo hicimos a propósito. Fue la inercia de la vida la que fue separando nuestras existencias.  A fin de cuentas no es tan difícil no coincidir.  Lo difícil es hacer posibles los encuentros deseados o hacer creíbles las intenciones que no son desinteresadas.

El éxtasis de eros es fugaz y la relación que surge es el paradigma de la pasión.

Dicen que la amistad es un afecto desinteresado y que el amor es la pasión que atrae un sexo hacia el otro… Seguramente pretendemos asignar demasiadas variables al amor.  Yo creo que el sentimiento amoroso por que el de ordinario nos unimos a una pareja,  –a diferencia de la amistad– no es desinteresado. Lo que llamamos amor persigue la posesión. Y quien no, me dirán algunos? Pues si, existe la alternativa, se llama amistad. Porque la amistad se comparte sin responder a utilidades, en ella no puede haber dominio, ya que si lo hubiera sería sumisión. Por eso defiendo que la forma de amar más pura esta confeccionada con amistad y erotismo por igual.  Pero los humanos somos como hojas al viento...y se nos marchita el arrebato porque lo erótico es algo transitorio y fugaz.  Es como el éxtasis,  si fuera cotidiano dejaría de serlo.  Por eso, y reduciendo la vida a lo ordinario, afirmo que la amistad –para que responda a ese paradigma– ha de ser la parte de la relación que amasa lo erótico en lo cotidiano. Ese contrapeso que no deja al eros elevarse hasta donde nos falta el aire.

La amistad es lo que dota de continuidad al sentimiento inicial dándole límites doméstico, convirtiéndose en la tramoya sobre la que discurrimos los que creemos amar diariamente sin necesidad de encaramarnos en la utopia:  sin perseguir cada día lo que solo una vez tuvimos al alcance de la mano.

Frente al misterio de lo erótico, frente a su absoluto presente intemporal, -que solo puede vivir en el recuerdo—, la amistad es la parte del amor que nos hace volver al redil, que subsiste a la ensoñación, y que no se rinde al fogonazo sensual del eros. La amistad explica, y justifica, el abandono de la búsqueda utópica de la pasión en estado puro.  Sin ella, la edad haría de nuestra vida una frustración permanente.

Yo la había olvidado aunque entonces no sabía todo esto. Pero realmente fue así como conseguí sobrevivir a ella.

Acabé pensando –mientras proseguía mi camino hacia ningún lugar en la ciudad– que la amistad siempre será un amor incompleto si le falta el toque de lo erótico. Y que el eros es una emoción salvaje que no permite el cultivo cotidiano, ese que daría paso a un sentimiento duradero.