jueves, 29 de diciembre de 2011

10) Las áreas o funciones especializadas de la mente

         







Habíamos dicho que el flujo atencional (FA), la atención, puede ser dirigida hacia objetos —o sucesos— tanto físicos como mentales. Estos objetos que se ofrecen a la mente pueden ser de varias índoles. Así, son exactamente igual objetos mentales: un suceso lógico que nos lleva a una deducción razonable, como un suceso instintivo que nos lleva a decidir el alejamiento de un animal peligroso,  como el suceso emocional que nos lleva a  pronunciar  un discurso amoroso, como una pulsión llena de deseo que nos lleva a  relacionarnos sexualmente.  Aun cuando los hemos llamado objetos o sucesos mentales, la forma de procesarlos  que tiene la mente para cada uno de ellos,    —recordemos a la mente como un procesador—,  caería dentro de un campo de actividad específica  y su tratamiento psíquico dependerá, o debiera depender, precisamente de su naturaleza. Y digo debiera depender, porque, de la observación cotidiana de uno mismo y de los otros humanos,  se comprueba que no siempre un objeto o suceso mental de una naturaleza específica, es tratado o procesado psíquicamente de la forma adecuada, y  este proceder lejos de ser raro es precisamente lo que sucede de forma habitual en todos nosotros. 

Al reflexionar sobre las causas de este error de procedimiento llegamos a la conclusión de que el  ser humano normalmente no  se detiene a  examinar la distinta naturaleza de la materia mental que procesa, ha incorporado, a través de la educación y desde la infancia, un hábito automático en el que toma prestado el esquema habitual del mundo que nos rodea, el cual distingue entre emociones, sentimientos y deseos, todos juntos y, a menudo mezclados, por un lado, y pensamientos por otro. En la práctica el hábito automatiza el proceder y se observa que  el tratamiento psíquico depende más de las caracteristicas básicas del individuo que de la naturaleza del propio objeto o suceso.  Asi se explica como un individuo catalogado de "sentimental" manifieste influencia de esta índole cuando actúe o cuando piense, de la misma manera que un individuo "cerebral" dejará entrever su predominio racional tanto en sus sentimientos como en sus acciones y pensamientos. 

A pesar de lo dicho no podemos ignorar que el ser humano, aunque tiñe su procesamiento de aquella o aquellas características que lo configuran, dispone de la capacidad de sentir emociones genuinas por muy cerebral que sea, así como la de pensar y razonar con profundidad por muy emotivo que pueda ser.   De la experiencia se deduce pues que la mente dispone de funciones especificas para tratar las distintas naturalezas de los sucesos que ha de contemplar. 

La situación ordinaria de los hombres sería como la de un colectivo de jardineros con tendencia —o preferencia— a trabajar todos los aspectos de un jardín con tan sólo una herramienta determinada, cada cual la que más domina o prefiere, en lugar de elegir para cada trabajo la herramienta más apropiada.  
  
Hemos de admitir, pues, varias naturalezas de lo que se ofrece al procesador mental. ¿Cuales son esas naturalezas posibles? De la observación de la vida y aplicando el sentido común podemos decir que hay cuatro clases bastante evidentes.  Para cada una de ellas a lo largo de la vida se desarrolla una habilidad o función especifica en el conjunto de la mente. Las llamaremos sub-mentes, no por que sean un lugar o rincón de la mente global, sino por que son sub-funciones especificas dentro de la mente general tomada como función.

  1. La naturaleza racional de lo procesado hace que al campo de actividad que le es propio lo llamemos ordinariamente intelecto o razón.  A esta función, especializada en tratar con los contenidos intelectivos, la podemos llamar sub-mente intelectual
  2. La naturaleza emocional de lo procesado hace que al campo de actividad que le es propio lo conozcamos ordinariamente por actividad emocional y a la función especializada la llamaremos sub-mente emocional.  
  3. La naturaleza de los procesos fisiológicos internos del organismo sobre los que no tenemos control —normalmente—, hace que al campo de actividad que tienen que ver con lo vegetativo, lo instintivo y las funciones viscerales y endocrinas, sea manejado por  una función especifica de la mente que llamaremos sub-mente instintiva
  4. He dejado para el último lugar, por su importancia, el campo de actividad específico que se ocupa de los procesos mecanizados o procesos automatizados. Llamamos proceso mecanizado a aquel objeto o suceso mental que cumple con la  condición de acabar determinando un movimiento, una acción o un obrar, que siempre es consecuencia de un estímulo y que tiene como característica el darse de forma autónoma de la voluntad.  O sea el darse de manera directa,  espontanea y sin mediar elaboración o proceso reflexivo —de ida y vuelta—  que altere la respuesta esperada.  De esta función especifica se ocupa la que llamaremos sub-mente mecánica.

Una vez entendido que no es que haya cuatro mentes sino que son funciones especializadas, podemos hacer una licencia de lenguaje y acordar que las llamaremos: «mente intelectual», «mente emocional», «mente instintiva» y «mente mecánica», en lugar de ‘sub-mentes’ que es poco practico y muy feo.   Pero siempre recordemos que mente solo hay una y que eso que llamamos ahora «mente emocional» —por ejemplo— no es mas que una función especializada de la mente global. 

Al inicio decíamos que el FA puede ser dirigido o enfocado hacia un objeto físico o mental. Pero también observamos que existen procesos o sucesos que se procesan sin necesidad de que el FA sea controlado o dirigido conscientemente.  Es decir que hay situaciones en las que la mente procesa una situación sin que ni la personalidad ni el ‘yo mismo’ sepan lo que ocurre o tomen parte en decidir si es o no conveniente que algo de eso suceda.   Esto, que es muy evidente en el caso de los procesos instintivos o vegetativos, no solo ocurre con esta materia sino que también ocurre en el terreno de los pensamientos y las emociones. Cuando un material de pensamiento o emoción sigue este procedimiento es cuando lo podemos catalogar de pensamiento o emoción mecánicos.   Podemos encontrar muchos ejemplos de ello, los pensamientos por asociación se suceden en nosotros y no somos conscientes de que un determinado pensamiento conduce a otro, simplemente ocurre.  En este caso no hay atención o flujo atencional dirigido, no somos plenamente conscientes de adonde queremos llevar nuestro pensamiento, sino que de forma automática un pensamiento lleva a otro.   

Ejemplos de emoción mecánica también los tenemos en aquellas emociones que nos asaltan sin que lo deseemos, o a nuestro pesar. Las emociones son desencadenadas por un suceso, la contemplación de algo por ejemplo, y sentimos, si,   pero sin ser plenamente conscientes del proceso seguido.    Todos estos procedimientos configuran patrones de respuesta mecánica que tiende a repetirse, y a reforzarse, con el tiempo y con la practica. Examinándonos podemos comprobar que con el paso del tiempo disponemos de un gran bagaje de ‘moldes’ o patrones de respuesta prefabricada,  de comportamientos por tanto, que no requieren una atención consciente, y que de hecho se dan sin la participación de una atención dirigida.   Esto, lejos de ser un inconveniente es de una gran ayuda para la vida ordinaria en el nivel sensual de la existencia, o sea en la vida externa que es regida por los sentidos.  Sin embargo el habito de operar mecánicamente también se arrastra —se contagia— a la vida interna y a menudo nos encontramos usando mecanismos, patrones asociativos automatizados, para dar respuestas en el terreno de lo propiamente psíquico, o sea en el lado de las respuestas que requieren valoraciones más matizadas.  Es el caso de las opiniones personales, los prejuicios, o las ideologías incorporadas, que moldean nuestra manera de pensar sin que lo notemos.   De hecho si pensamos mecánicamente generalmente nos cuesta ver los matices en las cosas, los grises, pues la tendencia mecánica es a ver las cosas en función de blanco o negro, verdad o mentira, cierto o falso, cuando la realidad no es nunca tan exacta sino que abundan las escalas intermedias.  Solo con una reflexión auto-consciente podemos eludir la tendencia automática a aplicar dichos moldes de pensamiento generados de forma automática a lo largo del tiempo.  Esta es una descripción de como la «mente mecánica» controla también nuestro pensamiento racional.   Solo cuando la atención deja de ser atraída, por asociación con un molde prefabricado, y nos proponemos dirigirla conscientemente es cuando ponemos a trabajar a nuestra «mente intelectual».  Como consecuencia de este esfuerzo nuestro pensamiento deja de ser, entonces, simplemente mecánico.  

De la misma manera podríamos poner ejemplos de emociones mecánicas que atraen nuestro sentimiento por costumbre, por experiencias previas que han conformado respuestas emocionales prefabricadas ante hechos iguales.  En estos casos la atención es atraída por la emoción y no podemos hacer nada para evitar sentir en la dirección atraída, es un molde o patrón aprendido que se desencadena también por asociación, en este caso de emociones previas.  Solo si estamos dirigiendo la atención cuando se observa el hecho que desencadenará la cascada emocional,  o sea atentos a lo que sucede, sea una audición, contemplación o proyección emocional de una tercera persona, es cuando tenemos la posibilidad de trabajar el contenido emocional desde la «mente emocional» y zafarnos de la «mente mecánica» que determinaría un patrón emocional de respuesta prefabricado y ajeno a nuestro control. 

De todo lo dicho se puede deducir la importancia de la «mente mecánica» en nuestro obrar cotidiano.  Así es como, del análisis de lo que nos sucede habitualmente, y con un esfuerzo deductivo, vemos claramente como la actividad de la «mente mecánica» afecta tanto a la materia de la «mente intelectual» como a la materia de la «mente emocional».   Y como, de ordinario, funcionamos con mecanismos, hábitos de respuesta automatizados tanto en el procesamiento de pensamientos como de emociones.  

Pero podemos deducir una cosa todavía mas importante, que la diferencia entre pensar o sentir mecánicamente o no, está en la atención que ponemos en ello. 

¿Pero que significa estar atentos?  Quiere decir que observamos algo con atención dirigida, pues si es atención atraída no somos conscientes del hecho de que observamos algo.  Es decir, para que haya observación de algo nos hemos de percatar del hecho de que observamos. El FA ha de ser bidireccional para que el sujeto pueda ser diferenciado del objeto. La observación ha de regresar al lugar de procedencia para que se dé esa información que hace consciente al sujeto de  su diferencia, de su ‘separación’ del objeto.  Es entonces, y solo entonces, cuando el ser, al percibir que percibe, y que lo que percibe es otro, se hace consciente de su individualidad, de su presencia que lo diferencia del objeto que contempla.   De lo contrario se produce el fenómeno de identificación con el objeto observado.  Lo cual sucede siempre que la atención es atraída. 

La percepción siempre existe lo que no existe siempre es la percepción de que se percibe y que lo que se percibe es otro.  De esto deducimos que la percepción es independiente del flujo atencional.  Esto es algo que ya sabemos por que es lo que sucede en la vida de la naturaleza animal.  El tigre, —decíamos— percibe, aunque no es consciente de su percepción.  Vive las consecuencias de la percepción sin separarse de ella misma por que no tiene la capacidad de ser autoconsciente.  El ser humano si tiene la capacidad de autopercibirse como individuo,  y posee la capacidad para dirigir y controlar su FA, sin embargo la observación del mundo que nos rodea nos enseña que existe vida humana sin necesidad de ejercitar esta facultad. 

No es de extrañar, por tanto, que cuando el ser humano somete su FA a determinadas condiciones y a la vez consigue el control de lo que antes llamamos flujo mecánico del pensamiento o sentimiento, afloren unas sensaciones a la consciencia que, cualitativamente, representen una ampliación de los límites de la percepción del yo que de puro inusuales representen una vivencia extraña a la que no esta acostumbrado.