viernes, 16 de septiembre de 2011

7) El flujo atencional y la identificación


Hemos hecho progresos en la comprensión de como somos por dentro, sabemos que tenemos una mente funcional que no siempre actúa de forma unificada y que cuando tomamos la decisión de revisar nuestra vida nos hallamos con una construcción del ser determinada por las circunstancias vitales de cada uno de nosotros. Cuando tomamos conciencia de esta realidad comprobamos que no podemos cambiar determinados comportamientos aunque queramos. 

La atención es el proceso psíquico por el cual dirigimos el foco del ‘yo soy’ o ‘yo mismo’ hacia un objeto concreto exterior (físico) o interior (psíquico). El objeto o materia de la atención puede ser de índoles varias.  Mas adelante veremos que de estas diferentes índoles se puede derivar que la mente no procesa todo por igual, depende de la naturaleza del objeto percibido usa una u otra área de su estructura que debido a ello se convertirán en áreas especializas según la materia de lo procesado. 

Me gusta hablar de flujo atencional por que es más exacto que hablar de atención.  De hecho la atención no es otra cosa que un flujo energético que tiene intensidad, dirección, polaridad3, etc. Un flujo incluye el concepto dinámico de dirección, por eso hablamos de dirigir la atención, por tanto le damos las características de un fluido que corre en la dirección elegida.  Pero de la observación habitual deducimos que esa intencionalidad de dirigir la atención no es lo que sucede en la mayor parte de las ocasiones en las que usamos la atención para pensar, sentir o cualquier otro proceso psíquico.  Mas bien al contrario, la atención no es consciente.  La atención es mecánica, cuando se dirige hacia objetos que nuestro ‘yo mismo’ no ha elegido.  Se produce un flujo atencional mecánico  en el funcionamiento corriente de la vida y es así como podemos estar pensando en una cosa y al mismo tiempo conduciendo un vehículo. La asociación mecánica entre pensamientos próximos atrae el flujo atencional y nos vemos inmersos en procesos sin que hallamos dirigido la atención de forma voluntaria. Eso es lo que podemos llamar flujo mecánico del pensamiento.  Si observamos este proceso en nosotros, vemos como es posible volver a la realidad mucho tiempo después sin haber prestado atención a un montón de cosas que sucedieron mientras tanto.

¿Pero quien es el que presta atención o dirige la atención hacia un objeto?  Debería ser nuestro ‘yo mismo’ sin embargo no es así.  La atención es usada —como quien atrapa la manguera y la usa— por los diferentes mecanismos o subfunciones que manejan al ente, y usada para procesar las informaciones que nos llegan.  El flujo atencional ‘creemos’ dirigirlo ‘nosotros’, pero resulta que ese ‘nosotros’ no es siempre —casi nunca— el ‘yo mismo’ sino alguno de los aspectos de la personalidad o de las subfunciones de la mente que ‘usurpan’ la identidad o sea nos hacen creer que somos lo que no somos.  Ese estado del ente, en el que transcurre la vida ordinaria, es un estado de identificación con unas partes de nosotros, no con el autentico ser, el que seria representado por el ‘yo mismo’ o ‘yo soy’.

Usar el flujo atencional de forma auto-consciente supone ser capaces de observar nuestra conducta o recibir percepciones externas, sin perder de vista quien es el que observa o quien es el que percibe. 

Podríamos deducir de ello —de este funcionamiento descrito— que es precisamente la atención el gran problema que subyace a la divergencia entre lo que nuestra conducta debiera ser y la que es.

Cuando se intenta mantener este flujo atencional desdoblado, o sea enfocado hacia el objeto y sin perder el foco del percibidor: el ‘yo mismo’, es cuando nos damos cuenta de que nuestro diseño interior no permite hacerlo por mucho tiempo y se nos escapa la posibilidad de seguir dirigiendo el flujo atencional de manera real o sea siendo al mismo tiempo auto-conscientes de la observación y no identificados con ella. 

Dicho de otra manera, si nuestras acciones las dirigiera siempre el ‘yo mismo’ no caeríamos en las acciones a las que nos conducen otras partes de nuestra mente que deciden acciones respaldadas por otros intereses que no son los del ‘yo mismo’ sino de la personalidad o de partes de ella.  Dicho de otra manera, la perdida del control atencional es lo que posibilita que el actor se identifique con el personaje y actue bajo los intereses del propio personaje y no bajo los intereses del actor.

Por lo que vamos viendo el diseño del ser humano no está pensado para que sea auto-consciente, sino más bien para facilitar la vida animal mecánicamente.  Solo la emergencia de la percepción interna del ‘yo mismo’, algo que como vimos anteriormente da lugar a la individuación o sea a la auto-percepción como ser, permite distanciarnos de la tendencia animalizante y vernos a nosotros mismos como lo que somos: un ente vivo, con capacidad para el lenguaje y con la posibilidad de elegir sus conductas al margen de los imperativos del código genético.  Sin embargo la mayor parte de la vida de los humanos no transcurre en el estado de consciencia del propio yo, sino en la identificación continua con nuestras percepciones que caen mecánicamente en las áreas especializadas y en las subfunciones de la mente que se han ido programando a medida que transcurre nuestra existencia de manera automática para dar respuestas que configuran una forma de ‘ser y estar en el mundo’ no siempre acorde con lo que desearíamos. 

Podríamos decir que el flujo atencional es el substrato psíquico que permite la percepción del yo.  Sin flujo atencional dirigido al ‘yo mismo’ no sabríamos que ‘somos’. O sea no sabriamos que somos actores realmente y no el personaje.  Podríamos vivir, como viven los animales, y daríamos respuestas únicamente acordes con la naturaleza animal inscrita en nuestro código genético.  Pero algo nos hace diferentes, ese algo es el flujo atencional dirigido que se necesita para concienciar nuestra individualidad.   Desgraciadamente comprobamos que el mantenimiento permanente del flujo atencional ‘consciente’ no viene en nuestro diseño de fabrica cosa que impide que siempre seamos coherentes con la idea humanizadora que debiera presidir en todo momento la conducta a seguir.