jueves, 29 de diciembre de 2011

10) Las áreas o funciones especializadas de la mente

         







Habíamos dicho que el flujo atencional (FA), la atención, puede ser dirigida hacia objetos —o sucesos— tanto físicos como mentales. Estos objetos que se ofrecen a la mente pueden ser de varias índoles. Así, son exactamente igual objetos mentales: un suceso lógico que nos lleva a una deducción razonable, como un suceso instintivo que nos lleva a decidir el alejamiento de un animal peligroso,  como el suceso emocional que nos lleva a  pronunciar  un discurso amoroso, como una pulsión llena de deseo que nos lleva a  relacionarnos sexualmente.  Aun cuando los hemos llamado objetos o sucesos mentales, la forma de procesarlos  que tiene la mente para cada uno de ellos,    —recordemos a la mente como un procesador—,  caería dentro de un campo de actividad específica  y su tratamiento psíquico dependerá, o debiera depender, precisamente de su naturaleza. Y digo debiera depender, porque, de la observación cotidiana de uno mismo y de los otros humanos,  se comprueba que no siempre un objeto o suceso mental de una naturaleza específica, es tratado o procesado psíquicamente de la forma adecuada, y  este proceder lejos de ser raro es precisamente lo que sucede de forma habitual en todos nosotros. 

Al reflexionar sobre las causas de este error de procedimiento llegamos a la conclusión de que el  ser humano normalmente no  se detiene a  examinar la distinta naturaleza de la materia mental que procesa, ha incorporado, a través de la educación y desde la infancia, un hábito automático en el que toma prestado el esquema habitual del mundo que nos rodea, el cual distingue entre emociones, sentimientos y deseos, todos juntos y, a menudo mezclados, por un lado, y pensamientos por otro. En la práctica el hábito automatiza el proceder y se observa que  el tratamiento psíquico depende más de las caracteristicas básicas del individuo que de la naturaleza del propio objeto o suceso.  Asi se explica como un individuo catalogado de "sentimental" manifieste influencia de esta índole cuando actúe o cuando piense, de la misma manera que un individuo "cerebral" dejará entrever su predominio racional tanto en sus sentimientos como en sus acciones y pensamientos. 

A pesar de lo dicho no podemos ignorar que el ser humano, aunque tiñe su procesamiento de aquella o aquellas características que lo configuran, dispone de la capacidad de sentir emociones genuinas por muy cerebral que sea, así como la de pensar y razonar con profundidad por muy emotivo que pueda ser.   De la experiencia se deduce pues que la mente dispone de funciones especificas para tratar las distintas naturalezas de los sucesos que ha de contemplar. 

La situación ordinaria de los hombres sería como la de un colectivo de jardineros con tendencia —o preferencia— a trabajar todos los aspectos de un jardín con tan sólo una herramienta determinada, cada cual la que más domina o prefiere, en lugar de elegir para cada trabajo la herramienta más apropiada.  
  
Hemos de admitir, pues, varias naturalezas de lo que se ofrece al procesador mental. ¿Cuales son esas naturalezas posibles? De la observación de la vida y aplicando el sentido común podemos decir que hay cuatro clases bastante evidentes.  Para cada una de ellas a lo largo de la vida se desarrolla una habilidad o función especifica en el conjunto de la mente. Las llamaremos sub-mentes, no por que sean un lugar o rincón de la mente global, sino por que son sub-funciones especificas dentro de la mente general tomada como función.

  1. La naturaleza racional de lo procesado hace que al campo de actividad que le es propio lo llamemos ordinariamente intelecto o razón.  A esta función, especializada en tratar con los contenidos intelectivos, la podemos llamar sub-mente intelectual
  2. La naturaleza emocional de lo procesado hace que al campo de actividad que le es propio lo conozcamos ordinariamente por actividad emocional y a la función especializada la llamaremos sub-mente emocional.  
  3. La naturaleza de los procesos fisiológicos internos del organismo sobre los que no tenemos control —normalmente—, hace que al campo de actividad que tienen que ver con lo vegetativo, lo instintivo y las funciones viscerales y endocrinas, sea manejado por  una función especifica de la mente que llamaremos sub-mente instintiva
  4. He dejado para el último lugar, por su importancia, el campo de actividad específico que se ocupa de los procesos mecanizados o procesos automatizados. Llamamos proceso mecanizado a aquel objeto o suceso mental que cumple con la  condición de acabar determinando un movimiento, una acción o un obrar, que siempre es consecuencia de un estímulo y que tiene como característica el darse de forma autónoma de la voluntad.  O sea el darse de manera directa,  espontanea y sin mediar elaboración o proceso reflexivo —de ida y vuelta—  que altere la respuesta esperada.  De esta función especifica se ocupa la que llamaremos sub-mente mecánica.

Una vez entendido que no es que haya cuatro mentes sino que son funciones especializadas, podemos hacer una licencia de lenguaje y acordar que las llamaremos: «mente intelectual», «mente emocional», «mente instintiva» y «mente mecánica», en lugar de ‘sub-mentes’ que es poco practico y muy feo.   Pero siempre recordemos que mente solo hay una y que eso que llamamos ahora «mente emocional» —por ejemplo— no es mas que una función especializada de la mente global. 

Al inicio decíamos que el FA puede ser dirigido o enfocado hacia un objeto físico o mental. Pero también observamos que existen procesos o sucesos que se procesan sin necesidad de que el FA sea controlado o dirigido conscientemente.  Es decir que hay situaciones en las que la mente procesa una situación sin que ni la personalidad ni el ‘yo mismo’ sepan lo que ocurre o tomen parte en decidir si es o no conveniente que algo de eso suceda.   Esto, que es muy evidente en el caso de los procesos instintivos o vegetativos, no solo ocurre con esta materia sino que también ocurre en el terreno de los pensamientos y las emociones. Cuando un material de pensamiento o emoción sigue este procedimiento es cuando lo podemos catalogar de pensamiento o emoción mecánicos.   Podemos encontrar muchos ejemplos de ello, los pensamientos por asociación se suceden en nosotros y no somos conscientes de que un determinado pensamiento conduce a otro, simplemente ocurre.  En este caso no hay atención o flujo atencional dirigido, no somos plenamente conscientes de adonde queremos llevar nuestro pensamiento, sino que de forma automática un pensamiento lleva a otro.   

Ejemplos de emoción mecánica también los tenemos en aquellas emociones que nos asaltan sin que lo deseemos, o a nuestro pesar. Las emociones son desencadenadas por un suceso, la contemplación de algo por ejemplo, y sentimos, si,   pero sin ser plenamente conscientes del proceso seguido.    Todos estos procedimientos configuran patrones de respuesta mecánica que tiende a repetirse, y a reforzarse, con el tiempo y con la practica. Examinándonos podemos comprobar que con el paso del tiempo disponemos de un gran bagaje de ‘moldes’ o patrones de respuesta prefabricada,  de comportamientos por tanto, que no requieren una atención consciente, y que de hecho se dan sin la participación de una atención dirigida.   Esto, lejos de ser un inconveniente es de una gran ayuda para la vida ordinaria en el nivel sensual de la existencia, o sea en la vida externa que es regida por los sentidos.  Sin embargo el habito de operar mecánicamente también se arrastra —se contagia— a la vida interna y a menudo nos encontramos usando mecanismos, patrones asociativos automatizados, para dar respuestas en el terreno de lo propiamente psíquico, o sea en el lado de las respuestas que requieren valoraciones más matizadas.  Es el caso de las opiniones personales, los prejuicios, o las ideologías incorporadas, que moldean nuestra manera de pensar sin que lo notemos.   De hecho si pensamos mecánicamente generalmente nos cuesta ver los matices en las cosas, los grises, pues la tendencia mecánica es a ver las cosas en función de blanco o negro, verdad o mentira, cierto o falso, cuando la realidad no es nunca tan exacta sino que abundan las escalas intermedias.  Solo con una reflexión auto-consciente podemos eludir la tendencia automática a aplicar dichos moldes de pensamiento generados de forma automática a lo largo del tiempo.  Esta es una descripción de como la «mente mecánica» controla también nuestro pensamiento racional.   Solo cuando la atención deja de ser atraída, por asociación con un molde prefabricado, y nos proponemos dirigirla conscientemente es cuando ponemos a trabajar a nuestra «mente intelectual».  Como consecuencia de este esfuerzo nuestro pensamiento deja de ser, entonces, simplemente mecánico.  

De la misma manera podríamos poner ejemplos de emociones mecánicas que atraen nuestro sentimiento por costumbre, por experiencias previas que han conformado respuestas emocionales prefabricadas ante hechos iguales.  En estos casos la atención es atraída por la emoción y no podemos hacer nada para evitar sentir en la dirección atraída, es un molde o patrón aprendido que se desencadena también por asociación, en este caso de emociones previas.  Solo si estamos dirigiendo la atención cuando se observa el hecho que desencadenará la cascada emocional,  o sea atentos a lo que sucede, sea una audición, contemplación o proyección emocional de una tercera persona, es cuando tenemos la posibilidad de trabajar el contenido emocional desde la «mente emocional» y zafarnos de la «mente mecánica» que determinaría un patrón emocional de respuesta prefabricado y ajeno a nuestro control. 

De todo lo dicho se puede deducir la importancia de la «mente mecánica» en nuestro obrar cotidiano.  Así es como, del análisis de lo que nos sucede habitualmente, y con un esfuerzo deductivo, vemos claramente como la actividad de la «mente mecánica» afecta tanto a la materia de la «mente intelectual» como a la materia de la «mente emocional».   Y como, de ordinario, funcionamos con mecanismos, hábitos de respuesta automatizados tanto en el procesamiento de pensamientos como de emociones.  

Pero podemos deducir una cosa todavía mas importante, que la diferencia entre pensar o sentir mecánicamente o no, está en la atención que ponemos en ello. 

¿Pero que significa estar atentos?  Quiere decir que observamos algo con atención dirigida, pues si es atención atraída no somos conscientes del hecho de que observamos algo.  Es decir, para que haya observación de algo nos hemos de percatar del hecho de que observamos. El FA ha de ser bidireccional para que el sujeto pueda ser diferenciado del objeto. La observación ha de regresar al lugar de procedencia para que se dé esa información que hace consciente al sujeto de  su diferencia, de su ‘separación’ del objeto.  Es entonces, y solo entonces, cuando el ser, al percibir que percibe, y que lo que percibe es otro, se hace consciente de su individualidad, de su presencia que lo diferencia del objeto que contempla.   De lo contrario se produce el fenómeno de identificación con el objeto observado.  Lo cual sucede siempre que la atención es atraída. 

La percepción siempre existe lo que no existe siempre es la percepción de que se percibe y que lo que se percibe es otro.  De esto deducimos que la percepción es independiente del flujo atencional.  Esto es algo que ya sabemos por que es lo que sucede en la vida de la naturaleza animal.  El tigre, —decíamos— percibe, aunque no es consciente de su percepción.  Vive las consecuencias de la percepción sin separarse de ella misma por que no tiene la capacidad de ser autoconsciente.  El ser humano si tiene la capacidad de autopercibirse como individuo,  y posee la capacidad para dirigir y controlar su FA, sin embargo la observación del mundo que nos rodea nos enseña que existe vida humana sin necesidad de ejercitar esta facultad. 

No es de extrañar, por tanto, que cuando el ser humano somete su FA a determinadas condiciones y a la vez consigue el control de lo que antes llamamos flujo mecánico del pensamiento o sentimiento, afloren unas sensaciones a la consciencia que, cualitativamente, representen una ampliación de los límites de la percepción del yo que de puro inusuales representen una vivencia extraña a la que no esta acostumbrado.  


miércoles, 2 de noviembre de 2011

9) La comprensión psicológica

 




Todos sabemos que significa la palabra comprensión.  Comprendemos algo cuando lo entendemos.  Nos explican una historia y entendemos de que va la historia cuando nos lo van desvelando.  Leemos un texto y lo comprendemos cuando entendemos lo que nos trata de explicar.   Pero la comprensión psicológica solo es una de las clases de comprensión posible.  De hecho hay dos clases de comprensión que se diferencian por el lugar desde el cual surgen.  La comprensión literal o lógica, que emana de la mente sensual y la comprensión psicológica que emana de la mente abstracta o mente psicológica.  

La comprensión no es algo que se tenga o no se tenga, sino que se tiene en grado variable.  En el desarrollo habitual del hombre predomina la comprensión lógica dado que habitualmente el ser humano ‘funciona’ bajo el influjo de la mente sensual.  Solo cuando el hombre se interroga e interioriza, o sea vierte su atención al mundo abstracto de los contenidos propios de su mente psicológica, se enfrenta al problema de ‘entender’ situaciones o ‘significados’ que van más allá de las realidades comprobables por los sentidos y debe usar la comprensión psicológica.  

La mayor parte de los hombres tienen un grado de comprensión psicológica desarrollada al tener contacto con el mundo abstracto de las ideas. Por ejemplo si leemos algo sobre el concepto de libertad o de justicia, rapidamente hemos de usar nuestra comprensión psicológica pues lo que vamos a ponderar se escapa del mundo externo, y de lo evaluable por los sentidos.    Pero, a diferencia de la comprensión literal, la psicológica requiere un entrenamiento esforzado para poder desarrollarse.  Esto es así por que el ser humano en general vive en la inercia de lo sensual y apartarse de ello requiere un esfuerzo dirigido y mantenido. 

La comprensión psicológica se forma con la lectura y con el dialogo profundo, no con la lectura de entretenimiento, sino con aquellas lecturas que nos ponen frente a contenidos abstractos que hemos de entender y valorar.  La charla habitual mundana tampoco ayuda a formar la comprensión psicológica pues no trata de contenidos o ideas propias de la parte psicológica o abstracta del ser.  Debido a todo ello lo natural es que se posea una comprensión literal bien desarrollada y una débil, o poco desarrollada,    comprensión psicológica.  

La acumulación de datos aumenta nuestro conocimiento, eso lo sabemos por experiencia.  El conocimiento es el bagaje de datos que relacionados nos aportan comprensión.  Cuando los datos adquiridos pertenecen al mundo exterior, al mundo sensual, tenemos un gran conocimiento de las cosas.  Solo cuando los datos proceden del mundo interior o de los productos elaborados por la mente humana, construcciones hechas de ideas y conceptos abstractos, manifestadas a través de ideologías, filosofía, arte, etc. podemos decir que se entrena la comprensión psicológica.   La mayor parte del tiempo destinado a acumular datos se emplea en aumentar el conocimiento sensual o ligado a la vida externa.  Así la preparación para vivir la vida, desarrollar una profesión o dedicación, el aprendizaje de cualquier técnica manual o no, la adquisición de habilidades para sobrevivir como cocinar, pintar, cultivar, cantar o tratar con animales, etc, todo ello cae dentro de las cosas que incrementan nuestra comprensión lógica o literal. 

El ser humano no siempre usa la comprensión psicológica para tratar con el mundo interior o los significados profundos ocultos en la vida ordinaria.  A menudo aplica su comprensión literal o sensual a dichos contenidos y el conocimiento que entonces alcanza queda limitado.   Un ejemplo es el de aquel que viendo una película solo alcanza a valorar lo inmediato, lo que se narra y no el contenido profundo que subyace a la historia que nos han ofrecido.  Es por eso que aumentar nuestro conocimiento del mundo de lo abstracto nos facilita comprender psicológicamente aquellos ‘significados’ ocultos en el arte o en la literatura que van más allá de lo meramente dicho u observado.   Estamos por tanto delante de una facultad entrenable. 

Tener una buena cultura no debiera ser una frase que indique que lo que se posee son muchos ‘datos’ culturales, sino debiera significar que lo que se tiene es una buena comprensión psicológica de los significados profundos que están más allá del hecho físico de la cultura.  Es por eso que las obras de arte tienen lecturas diferentes para un mismo hecho observable. 

Hay niveles dentro de la comprensión literal, por ejemplo en el caso de la danza, no será lo mismo la observación de un espectáculo si tenemos datos previos, información sobre la técnica, conocimientos de coreografía, etc. que si observamos la danza sin ninguna información.  Seguramente obtendremos mucho más rendimiento de la visión de una danza si nuestro nivel de conocimientos sobre la danza es más alto.  Lo mismo sucede con la comprensión psicológica.  Los niveles de penetración en la comprensión psicológica serán más altos en tanto tengamos más datos o ‘formación’ en la valoración del mundo interno.    Cuando se adquieren datos ‘culturales’ y se hace recaer su adquisición o visionado, de manera mecánica en la mente sensual –la que opera con los sentidos externos–, podemos decir que se tiene una cultura superficial por que solo atiende a los contenidos externos, emocionales, técnicos o estéticos, aunque puedan resonar por asociación otros valores del mundo interno.

Los productos elaborados por la mente humana pueden —no siempre es así— contener ‘significados’ psicológicos dirigidos a los diferentes niveles de comprensión, desde la comprensión psicológica más cercana a ‘lo literal’, hasta la más elevada.  

Precisamente la atención dirigida —no la atraída5— hacia lo observable, es lo que permite la comprensión psicológica de los significados que subyacen a la expresión, sea la literatura, el teatro, la danza, la música, el cine o cualquier otra forma de expresión artística.     

La observación en uno mismo de como opera la comprensión psicológica, junto a una reflexión deductiva que tiene en cuenta nuestra incapacidad para mantener la  autoconsiciencia de forma permanente, nos lleva a hilar más fino todavía y percibir que hay un nivel ‘superior’ de comprensión psicológica al que ordinariamente no accedemos.  Se trataría de la ‘verdadera’ comprensión psicológica por contraposición a la ‘pseudo’ comprensión psicológica.  Me explicaré. 

Aceptando que vivimos normalmente identificando la consciencia del ‘yo mismo’ con la personalidad, vemos que cuando proyectamos sobre los significados nuestra comprensión psicológica desde la personalidad los efectos de ello son limitados y no repercuten directamente sobre el ser verdadero.  Es por tanto la unión de conocimientos y ser –ser no identificado- la que daría lugar a la verdadera comprensión psicológica.  Dicho de otra manera cuando ‘comprendemos’ desde el ser, cuando ‘consideramos’ los ‘significados’ estando situados en nuestra verdadera autoconsciencia es cuando ‘comprendemos’ como nos afectan de verdad los contenidos que valoramos.  Todo lo que no sea este tipo de comprensión psicológica será un enriquecimiento de la parte elevada y noble de la  personalidad, pero no estará conectado al ser y no tendrá influencia en el crecimiento interno del ser.  Es como si un velo mantuviera separado lo adquirido y esto no nos afectara más que como adorno de nuestro comportamiento, pero no se convierte en comportamiento real nacido de la compresión total que permite el proceso de comprensión cuando el conocimiento es conducido por el ‘yo mismo’.   Dicho de otra manera, el velo que impide que incorporemos al ser global lo adquirido es justamente la inconsciencia de ese ser en la que transitamos, pues nuestra sensación de ser es atrapada y manejada por la personalidad.   Si no descubrimos habitualmente que esto pasa es gracias al poderoso mecanismo que la mente posee para identificarse con partes de si misma y tomarse a si misma, desde la parte, como el todo.   

Nuevamente, desde la reflexión sobre los mecanismos de la comprensión psicológica, vemos como el diseño de la mente es tal que prima la supervivencia del ser animal por encima del ser global.   Cuando la indagación quiere penetrar en los contenidos abstractos, cuando pretende ahondar en los mecanismos íntimos de nuestro obrar, volvemos a encontrarnos con una dificultad insalvable, al parecer, y es que por mucho que apliquemos la comprensión psicológica esta no deja de ser una comprensión que se liga -querámoslo o no– a la personalidad desde la que actuamos, pensamos y obramos.

Una vez comprendido psicológicamente –con la pseudo comprensión psicológica– que existe esta dificultad se hace necesario volver a considerar el orden de los factores. O sea establecer un objetivo prioritario que no es otro que tratar de ‘situarnos’ en la autoconsciencia para dirigir la comprensión desde el ‘yo mismo’  y no desde la personalidad. 

No sirve por tanto adquirir ‘conocimientos’ o aceptar ‘doctrinas’ reveladas que guíen el comportamiento mientras no se consiga mantener o acrecentar la capacidad para ser autoconscientes al tiempo que la mente piensa y comprende.   La construcción del ser ha de comenzar por este punto.  

No está de más advertir y comentar que si no hubiéramos sido capaces de adquirir ‘conocimientos’ o haber aceptado ‘doctrinas’ reveladas habiéndolas depositado en la parte  mas ‘noble’ o interior de nuestra personalidad, no hubiéramos sido capaces de llegar a este punto de la indagación y seguiríamos dandole vueltas a nuestro obrar sin percibir que las influencias recibidas tan solo modificaran de forma mecánica, sensual y externa nuestro obrar.  

Pero desear que algo suceda no significa que vaya a suceder.  Por mucho que deseemos ser autoconscientes no lo vamos a lograr sin grandes esfuerzos y una cierta metodología.  De esta metodología hablaremos más adelante.  Pero primero y de forma contundente he de decir que sin la comprensión psicológica de que este logro nos es absolutamente necesario para avanzar en la construcción del ser, no haremos nunca los esfuerzos que se necesita para salir de la jaula de la que somos prisioneros.  Nuestra jaula dorada es a menudo tan confortable que no vemos la necesidad de escapar de ella y esto sucede por que la comprensión psicológica aplicada parte desde de la personalidad, es — por así llamarla— ‘pseudo comprensión’ psicológica.

No podemos comprender de verdad nuestra situación.  Solo al progresar en este camino de pseudo comprensión psicológica de significados, accedemos a vislumbres, como chispazos de visión, que por momentos nos dan un entendimiento más amplio de nuestro drama.  Estos destellos proceden de la verdadera comprensión psicológica, cuando hemos conseguido establecer contacto entre el conocimiento y el ser global.   Pero solo son flashes que no podemos hacer permanentes. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

8) El objetivo equivocado

No se ha de ser muy original para llegar a este punto.  Muchos seres humanos a lo largo de la historia han andado este camino para llegar a la misma conclusión.  Pero el paso siguiente es delicado.

Viendo como están las cosas: la dificultad inherente al ser para mantener una auto-consciencia permanente —dificultad que reside en el diseño y construcción de la maquina humana—, nos podemos preguntar como han resuelto este problema otros antes que uno mismo.  Si hacemos un repaso a la historia humana a la búsqueda de respuestas que permitan variar nuestro modo de funcionar, vemos que esta cuestión ha generado ríos de tinta y de experiencia.   Más adelante abordaremos —sobre esta temática— un matiz que a menudo se pasa por alto, es la ‘noble’ cuestión de sacar partido de la ignorancia ajena en beneficio propio. O dicho de otra manera, el: «para saber lo que yo sé, tú has de pagar un precio».

La tentación de ceder a ciertos modelos prefabricados que explican como salir del atolladero es muy grande.  Pero hemos dicho de antemano que nuestro planteamiento inicial no era la creencia en algo que otro proclama como cierto, sino la averiguación, usando la razón, para entresacar lo que esté poco visible e iluminar lo que es poco claro.   Utilizar los dogmas de terceros en este caso sería incoherente con el principio expresado.   Es útil, si, por supuesto, acceder a las explicaciones que han dado todo tipo de maestros del desarrollo humano en todas las variantes posibles.  Sobre todo es útil para hacerse una idea de fondo que permite deducir que, con palabras diferentes y con creencias desiguales, todos caminan mas o menos por los mismos derroteros.   Algo debe de haber que hace que todos acaben pensando en las mismas cosas. 

A fuerza de darle vueltas, y de vivir en ello, he acabado deduciendo que lo que es igual o común a todos es que todos los sistemas abordan al ser humano como algo perfectible pero no necesariamente obligado a perfeccionarse.  O sea que tenemos la posibilidad de construir un ser coherente con lo específicamente humano, pero no es necesario que así sea para lograr la supervivencia de la raza.  La humanidad puede seguir mecánicamente su desarrollo, que eso no la destruirá de inmediato —y no podemos especular si lo hará en el futuro—,  pues parece como que existiera en los hombres un posible desarrollo mental o psíquico que nos situaría por encima del nivel mental natural; desarrollo que solo podrían alcanzar aquellos que se plantean la vida como un camino para perfeccionarse.

Muy brevemente describo la teoría de los tres mundos que el filosofo K.Popper enunció para explicar ciertas cosas.  En ella se explica que existen tres mundos que tiene relación entre si.  Como «Mundo 1» se refiere a lo que puede llamarse el mundo físico: los objetos,  las rocas, los árboles, los animales, la naturaleza en general y los mundos de la química y la biología. Como «Mundo 2» se refiere al mundo psicológico propiamente humano. Es el mundo subjetivo de lo humano, el de los sentimientos, de las disposiciones a actuar y de todo tipo de experiencias subjetivas, incluidas las subconscientes e inconscientes. Como «Mundo 3» se refiere al mundo de los productos elaborados por la mente humana, los productos tanto culturales como teorías de pensamiento, religión, arte, ideologías, etc. .  El contenido de un libro, o de una teoría, es algo abstracto. Todos los cuerpos físicos concretos, tales como las rocas, los árboles y los cuerpos animales y humanos, pertenecen al «Mundo 1»; y todos los estados psicológicos, sean conscientes o subconscientes, pertenecen al «Mundo 2». Pero las cosas abstractas, como los problemas, las teorías y argumentos, incluidos los erróneos, pertenecen al «Mundo 3».

Los términos «Mundo 1 », «Mundo 2» y «Mundo 3» fueron escogidos conscientemente por su falta de color y por la arbitrariedad. Pero hay una razón histórica para llamarlos 1, 2 y 3: parece que el mundo físico existió antes que el mundo de los sentimientos animales; y  Popper conjetura que el «Mundo 3» no comienza hasta la evolución de un lenguaje humano estructurado.

El «Mundo 1» no influye en el «Mundo 2» ni en el «Mundo 3», o sea, no los hace actuar.  El «Mundo 2» puede actuar sobre el «Mundo 1», pero no actúa sobre el «Mundo 3» solo lo alimenta de productos, al igual que el «Mundo 1» proporciona la base o alimento del «Mundo 2».   Sin embargo el «Mundo 3» si que actúa modificando al «Mundo 2», actúa sobre el psiquismo, sobre la conducta, sobre la emoción humana, en definitiva hace actuar al «Mundo 2», y como consecuencia acaba actuando también sobre el «Mundo 1» alterando al mundo de los cuerpos físicos concretos. Por ejemplo: una ideología como el ecologismo pertenece al «Mundo 3», esta ideología afecta al psiquismo humano, influyendo en su forma de sentirse y conducirse en relación a la naturaleza, eso es «Mundo 2», y a su vez los hombres actúan sobre la naturaleza evitando una tala de arboles o una explotación minera a cielo abierto, objetos que pertenecen al «Mundo 1».  En este caso la naturaleza se ve afectada por la acción del hombre a su vez impulsada por la acción de las ideas que mueven la acción del hombre.  El ejemplo es contundente.

Siempre me ha gustado traer esta visión de los tres mundos de K.Popper a mis reflexiones, pues ayuda muchísimo a comprender como a lo largo de la historia de la humanidad se ha influido sobre la conducta humana.  Es  evidente que las ideologías en general, al igual que los contenidos del arte, de las religiones o de la filosofía tienen acción sobre el ser humano.  El desarrollo de los acontecimientos moviliza las voluntades humanas a partir de que se pone en escena un determinado contenido ‘eideico’.  Así por ejemplo la ideología capitalista pone en marcha una forma de mercado que es autónomo y que condiciona a los que viven de él y para él.  De la misma forma que el marxismo moviliza unas voluntades y las lleva a la acción, también lo hace el budismo de acuerdo a sus supuestos, el luteranismo o cualquier otro producto de la cultura humana que como dice Popper configuran un «Mundo 3» que no es ni el de los objetos ni el de los humanos, sino del producto de la elaboración humana gracias a la capacidad transmisora de ideas, conceptos, o sensaciones que emanan del lenguaje estructurado.  Los productos del «Mundo 3» tiene por tanto una vida y desarrollo propio que afectará a la conducta humana.

Si analizamos la influencia de las ideologías sobre los humanos podríamos abrir un debate que seria inacabable.  No he querido mas que entrar de pasada en el tema para retomar el eje de la reflexión allí donde la dejamos.  Así pues decíamos que el factor común a todos los sistemas que se han planteado el problema de escapar a la tendencia humana natural-animal ha sido la comprobación de que la propia naturaleza humana tiene un diseño que impide la permanencia de la auto-consciencia, motivo por el que se vuelve necesario controlar la conducta de los humanos con la imposición de códigos normativos que penalicen o premien la conducta final.   Pero también comprobamos que todos los sistemas dejan abierta la puerta a la posibilidad de vivir una vida natural-humana sin plantearse, obligadamente, que ir más allá de la mente natural sea una necesidad absoluta.

Muchos serian los que viven la vida sin esa necesidad y abrazan una vida de evolución mecánica, asociativa y digna, pero sin el objetivo de cambiar sus condiciones de partida.  Sin embargo, a pesar de estar rodeados de humanos de esta clase la buena vida humana es posible.  Ya que manteniendo el paradigma de que lo que tu hagas te harán, siempre es posible disculpar al que ignora o tiene flaquezas, para perdonar o disculpar hasta las conductas que más nos podrían perjudicar.


Es precisamente la necesidad de organizar lo humano la que nos lleva al que yo llamo ‘error de objetivo’ o objetivo equivocado. Me explicaré.

Al vivir en comunidad, el ser humano descubre que la animalidad, unida a sus capacidades psíquicas (intelectuales) deviene en maldad —entendida desde la óptica del daño que puede ocasionar a sus semejantes—.  Se vuelve necesario, mucho antes del desarrollo de una ética del comportamiento deducida por la filosofía, imponer una norma de comportamiento que tenga facilidad de comprensión y establezca ciertas condiciones que ‘obliguen’ al ser humano a comportarse de manera que no se pueda dar la maldad entre humanos sin consecuencias negativas para el causante.  Aparece un mandato que supuestamente es revelado a hombres escogidos que tendrán como misión conducir a otros hombres por el camino de la creencia, es la religión en cualquiera de sus formas.  En definitiva lo que se persigue es establecer normas, formas de conducta aceptadas que hagan posible la convivencia humana.   De las leyes que rigen al  hombre religioso mas tarde derivaran las leyes que organizan la sociedad civil y sus relaciones entre tribus o comunidades, mas tarde la organización social se hace más y más compleja hasta que aparece el derecho civil y el estado.   Así sucede que durante miles de años ‘el objetivo’ a perseguir es el cumplimiento de la norma.  Todo el acento, durante siglos, se pone en lo externo, en como limitar o conducir al ser humano, hacia unas promesas de premio o castigo que son diferentes según las religiones o ideologías, pero que todas tienen como fundamento convencer a los seres humanos que después de la muerte hay algo más.  Algo a lo que accederemos para bien si hemos hecho el bien o para mal si hemos obrado mal.  Obrar bien o mal en función de un sinnúmero de normas, códigos, mandamientos, mandatos, preceptos, practicas, etc.

Pero hay una pregunta que subsiste ¿se ha resuelto el problema con tanta norma y complejidad de códigos?  Solo parcialmente.  Si bien hemos conseguido una, más o menos, efectiva moderación de la conducta sensual-animal persiste el problema de una auto-consciencia permanente que permita al ser mantenerse en contacto con su ‘yo mismo’ y no caer en la identificación permanente con su personalidad.  De hecho la religión y sus secuelas consiguen enriquecer y hacer más solida la personalidad del creyente pero no resuelve la unificación permanente del principio mental en un solo ‘yo mismo’ auto-consciente y no identificado.

Dado que no es una necesidad biológica la de acceder a un nivel más elevado de consciencia, el transcurso del tiempo ha consagrado como validas las creencias religiosas para desenvolverse en la vida y dotar al ser humano de un ‘ser y estar en el mundo’ compatible con la vida en comunidad.

Cuando afirmaba que se yerra en el objetivo, me refería a que el verdadero objetivo para vencer la dificultad del ser para mantener una auto-consciencia permanente, no son normas ni códigos que depositados sobre la personalidad modelen la conducta, sino el conocimiento intimo del mecanismo psíquico por el cual el ser humano se identifica con sus acciones a través de la personalidad y sus variadas facetas. No podemos saber si ‘el que yerra en el objetivo’ posee intencionalidad, por tanto es sujeto, o si por el contrario es el devenir histórico propio de un producto cultural —perteneciente al «Mundo 3»—, en cualquiera de los dos casos parece como que a pesar del intento se hubiera decantado el proceso por la solución más rentable desde el punto de vista global de la humanidad, dejando al ser individual la posibilidad de ir más allá si esta es su voluntad verdadera. Como si el que ‘yerra en el objetivo‘ hubiera decidido o comprobado que en la naturaleza de lo humano el peso de la animalidad determinaría una tendencia casi imposible de soslayar.  


En cualquier caso,  sin acceso a la auto-consciencia permanente, el ser humano sigue siendo mecánico y sus respuestas serán matizadas por los devenires automatizados que ha ido adquiriendo a lo largo de la vida.  La mayoría, por no decir casi la totalidad, de los hombres, por morales, éticos, religiosos y creyentes que sean, seguirán sin poder cambiar aquellos rasgos que se formaron en la personalidad de forma azarosa y sin tener verdadero control de sus existencias.  El hombre visto así no deja de ser un autómata educado para seguir la corriente azarosa de la vida con el mejor resultado posible.

viernes, 16 de septiembre de 2011

7) El flujo atencional y la identificación


Hemos hecho progresos en la comprensión de como somos por dentro, sabemos que tenemos una mente funcional que no siempre actúa de forma unificada y que cuando tomamos la decisión de revisar nuestra vida nos hallamos con una construcción del ser determinada por las circunstancias vitales de cada uno de nosotros. Cuando tomamos conciencia de esta realidad comprobamos que no podemos cambiar determinados comportamientos aunque queramos. 

La atención es el proceso psíquico por el cual dirigimos el foco del ‘yo soy’ o ‘yo mismo’ hacia un objeto concreto exterior (físico) o interior (psíquico). El objeto o materia de la atención puede ser de índoles varias.  Mas adelante veremos que de estas diferentes índoles se puede derivar que la mente no procesa todo por igual, depende de la naturaleza del objeto percibido usa una u otra área de su estructura que debido a ello se convertirán en áreas especializas según la materia de lo procesado. 

Me gusta hablar de flujo atencional por que es más exacto que hablar de atención.  De hecho la atención no es otra cosa que un flujo energético que tiene intensidad, dirección, polaridad3, etc. Un flujo incluye el concepto dinámico de dirección, por eso hablamos de dirigir la atención, por tanto le damos las características de un fluido que corre en la dirección elegida.  Pero de la observación habitual deducimos que esa intencionalidad de dirigir la atención no es lo que sucede en la mayor parte de las ocasiones en las que usamos la atención para pensar, sentir o cualquier otro proceso psíquico.  Mas bien al contrario, la atención no es consciente.  La atención es mecánica, cuando se dirige hacia objetos que nuestro ‘yo mismo’ no ha elegido.  Se produce un flujo atencional mecánico  en el funcionamiento corriente de la vida y es así como podemos estar pensando en una cosa y al mismo tiempo conduciendo un vehículo. La asociación mecánica entre pensamientos próximos atrae el flujo atencional y nos vemos inmersos en procesos sin que hallamos dirigido la atención de forma voluntaria. Eso es lo que podemos llamar flujo mecánico del pensamiento.  Si observamos este proceso en nosotros, vemos como es posible volver a la realidad mucho tiempo después sin haber prestado atención a un montón de cosas que sucedieron mientras tanto.

¿Pero quien es el que presta atención o dirige la atención hacia un objeto?  Debería ser nuestro ‘yo mismo’ sin embargo no es así.  La atención es usada —como quien atrapa la manguera y la usa— por los diferentes mecanismos o subfunciones que manejan al ente, y usada para procesar las informaciones que nos llegan.  El flujo atencional ‘creemos’ dirigirlo ‘nosotros’, pero resulta que ese ‘nosotros’ no es siempre —casi nunca— el ‘yo mismo’ sino alguno de los aspectos de la personalidad o de las subfunciones de la mente que ‘usurpan’ la identidad o sea nos hacen creer que somos lo que no somos.  Ese estado del ente, en el que transcurre la vida ordinaria, es un estado de identificación con unas partes de nosotros, no con el autentico ser, el que seria representado por el ‘yo mismo’ o ‘yo soy’.

Usar el flujo atencional de forma auto-consciente supone ser capaces de observar nuestra conducta o recibir percepciones externas, sin perder de vista quien es el que observa o quien es el que percibe. 

Podríamos deducir de ello —de este funcionamiento descrito— que es precisamente la atención el gran problema que subyace a la divergencia entre lo que nuestra conducta debiera ser y la que es.

Cuando se intenta mantener este flujo atencional desdoblado, o sea enfocado hacia el objeto y sin perder el foco del percibidor: el ‘yo mismo’, es cuando nos damos cuenta de que nuestro diseño interior no permite hacerlo por mucho tiempo y se nos escapa la posibilidad de seguir dirigiendo el flujo atencional de manera real o sea siendo al mismo tiempo auto-conscientes de la observación y no identificados con ella. 

Dicho de otra manera, si nuestras acciones las dirigiera siempre el ‘yo mismo’ no caeríamos en las acciones a las que nos conducen otras partes de nuestra mente que deciden acciones respaldadas por otros intereses que no son los del ‘yo mismo’ sino de la personalidad o de partes de ella.  Dicho de otra manera, la perdida del control atencional es lo que posibilita que el actor se identifique con el personaje y actue bajo los intereses del propio personaje y no bajo los intereses del actor.

Por lo que vamos viendo el diseño del ser humano no está pensado para que sea auto-consciente, sino más bien para facilitar la vida animal mecánicamente.  Solo la emergencia de la percepción interna del ‘yo mismo’, algo que como vimos anteriormente da lugar a la individuación o sea a la auto-percepción como ser, permite distanciarnos de la tendencia animalizante y vernos a nosotros mismos como lo que somos: un ente vivo, con capacidad para el lenguaje y con la posibilidad de elegir sus conductas al margen de los imperativos del código genético.  Sin embargo la mayor parte de la vida de los humanos no transcurre en el estado de consciencia del propio yo, sino en la identificación continua con nuestras percepciones que caen mecánicamente en las áreas especializadas y en las subfunciones de la mente que se han ido programando a medida que transcurre nuestra existencia de manera automática para dar respuestas que configuran una forma de ‘ser y estar en el mundo’ no siempre acorde con lo que desearíamos. 

Podríamos decir que el flujo atencional es el substrato psíquico que permite la percepción del yo.  Sin flujo atencional dirigido al ‘yo mismo’ no sabríamos que ‘somos’. O sea no sabriamos que somos actores realmente y no el personaje.  Podríamos vivir, como viven los animales, y daríamos respuestas únicamente acordes con la naturaleza animal inscrita en nuestro código genético.  Pero algo nos hace diferentes, ese algo es el flujo atencional dirigido que se necesita para concienciar nuestra individualidad.   Desgraciadamente comprobamos que el mantenimiento permanente del flujo atencional ‘consciente’ no viene en nuestro diseño de fabrica cosa que impide que siempre seamos coherentes con la idea humanizadora que debiera presidir en todo momento la conducta a seguir. 


domingo, 21 de agosto de 2011

6) La condición animal subyacente y la mente sensual


No hemos de olvidar que somos animales, racionales si, pero la inscripción animal en nuestro código genético es preexistente a la emergencia de la auto-consciencia y el lenguaje o viceversa.   Esto tiene una importancia decisiva en como va a ‘funcionar’ la mente. 

Hemos dicho que el procesador abarca todo el funcionamiento del ente.  Y que traduce a acciones la información que recibe tanto del exterior como del interior, pero que sobre todo obedece a un código inscrito en el propio ente que es el código genético.  La supervivencia del individuo y de la especie es la tendencia dominante: la animalidad que conlleva el código genético.  El ser humano al adquirir auto-consciencia y lenguaje humano advierte que puede hacer cosas distintas a las que están inscritas en el código genético, cosa que el ser animal no puede hacer.  En definitiva adquiere libertad, condicionada si, pero ‘electividad’ al cabo, para obrar.  

El tigre no puede hacer mas que seguir las instrucciones genéticas que lo impelen a actuar como actúa, no elige a su víctima mas que por la valoración estratégica de su genética que le lleva a elegir el mejor alimento posible.  No puede sentir ni piedad ni compasión —ni otras ‘consideraciones’ que son propias del ser humano— porque es insensible al sufrimiento ajeno.    Pero nosotros si podemos ser sensibles al sufrimiento ajeno y podemos ‘elegir’ como obrar ante esa situación. 

El dilema esta servido en el centro del procesador.  Las tendencias humanizadoras se pueden ver en conflicto con las tendencias animales que nos dominan.  Es así como se explica que dentro de esa pluralidad de autopercepciones en las que se subdivide la función mental puedan prevalecer algunas que se identifican más con la tendencia animal y nos conduzcan a acciones que van en contra de los intereses propiamente humanos.  Si no existiera más que un principio rector en la mente eso no sucedería y el ‘yo soy’ nunca haría dejación de sus funciones propiamente humanas, pero la observación de la realidad nos demuestra que esto no es así.  A menudo una parcial identificación con el papel animal tiñe las acciones de los seres humanos y los convierte en humanos mas próximos a los animales de lo que al propio ser le gustaría.  A su pesar. 

Si tomamos como tendencia humanizadora los contenidos éticos que establecemos como principio rector o corpus doctrinal a seguir, y como tendencia animalizadora los mandatos que emergen de los instintos y del código genético puramente animal, vemos que la prevalencia de una u otra tendencia determinará de forma importante el resultado de nuestra conducta y afectará básicamente, por tanto, al conjunto de la personalidad que es la parte visible, conductual, de nuestro comportamiento.

Así, el ser se va construyendo en un balance entre las dos tendencias y cuando nos sometemos a reflexión observamos que muchas tendencias que ‘nos poseen’ o sea que nos determinan, no nos dejan ‘actuar’ todo lo humanamente que desearíamos. 

Llamamos hacer el bien a seguir conductas humanizadoras y hacer el mal a conductas animalizadoras.  Pero hemos de explicarlo más  a fondo, pues el mal concebido como no procurarnos un buen vivir humano no siempre coincide con un comportamiento animal. De hecho seria un insulto para los animales, los cuales no son capaces de infligir daño o perjuicio a sus semejantes por el mero hecho de hacerlo, mientras que el ser humano si.  Encontraríamos miles de ejemplos de conductas que no se podrían explicar meramente por la tendencia animal… es precisamente la mezcla de las dos la que puede explicar como el humano, movido por la tendencia animalizante pero trascendiendo la ley natural llega a ser humanamente malo.  Es decir si el instinto le lleva a procurarse cobijo y alimento, no se conforma con lo que un animal necesitaría sino que va más allá y gracias a su ingenio humano trata de acaparar para sí más de lo necesario.  De la misma manera que su tendencia instintiva a mantener su territorio libre de competidores, le lleva a la guerra desproporcionada, a la búsqueda del exceso y de más territorio del que necesitaría para vivir.  Precisamente por que es libre y el animal no, es por lo que hace uso de su capacidad para transgredir el código genético en beneficio propio, en beneficio propio animal claro está, ya que si su conducta fuera regida por la parte humanizada vería que lo que le interesa es tratar al resto de sus semejantes de la misma manera que desearía ser tratado.   Y si fuera puramente animal se limitaría a mantener un equilibrio natural en sus conductas animales. 

Nuevamente vemos como una cosa son las buenas intenciones y otra las realidades que constituyen el mundo humano. 

La pregunta básica que surge de esta observación cuando se vuelve una observación auto-reflexiva  es la siguiente:   ¿porque si tenemos clara nuestra decisión de ser humanamente buenos nos vemos arrastrados a conductas que no nos gustan, sin poder evitarlo?  A esta pregunta podemos encontrarle una respuesta, pero para ello hemos de hacer un esfuerzo importante de comprensión de nuestra forma íntima de funcionar.

La condición animal preexistente hemos visto como determina el obrar.  Pero lo que nos hace obrar no es otra cosa que la dirección que imprime a los actos la mente.  La mente habitual, la funcionalidad impuesta por el devenir de la vida, es una mente sensual.  Esto quiere decir que es desde los sentidos externos que toma en cuenta la realidad contra la que actúa.  Las respuestas a las sensaciones se procesan sin la participación de nuestro ‘yo mismo’ de forma aprendida desde la infancia.   Digamos que el niño no es capaz de pensar de forma abstracta hasta que no se hace mayor y se enfrenta a la necesidad de someter la reflexión —pensamiento dirigido— hacia conceptos que no pertenecen a la realidad externa.   La vida interior, que podemos llamar vida psíquica, tiene lugar dentro de nuestra mente y no trata con respuestas sensorias externas,  sino con percepciones o elaboraciones de ellas, que parten de las ideas —material eideico—. Ese es el pensamiento abstracto que se inicia a cierta edad pero que se puede desarrollar mas o menos segun se entrene.  La coincidencia en el tiempo entre la adquisición o entrenamiento del pensar psiquico o abstracto y la aparición de la personalidad como función de la mente que se apropia de la sensación de ser, hace que desde el inicio —desde la salida de la infancia— se desarrolle el pensar abstracto desde la personalidad.  O sea que los primeros balbuceos de la interrogación que el ser en desarrollo se plantea: ¿quien soy? ¿porque soy? ¿para que soy? ¿como soy? son relacionados con la sensación yoica que pertenece a la personalidad.  Recordemos que la personalidad usurpa la percepcion del ‘yo soy’ y el ser humano deja de percibirse separado de las cosas y de los eventos o sucesos que conforman la vida, para identificarse con ellos mismos, o sea para dejar que sea el piloto automático y no el ‘yo soy’ quien decida que hacer en cada momento.  De esta forma el pensar abstracto o vida interior es alojado —por decirlo de alguna manera— en el mismo recipiente funcional en el que se gestiona la vida sensual.   Este hecho es fundamental para entender como, los conceptos elevados y los contenidos morales así como los ‘significados’ que no tienen que ver con la vida sensual sean tomados a menudo por la mente sensual y vividos de forma equivocada, pues, si bien se ha adquirido habilidad de abstracción, esta se halla limitada por el propio entrenamiento de la mente sensual que actúa por reflexión del mundo externo de forma automática.  Así se explica la dificultad que el ser experimenta para mantener su atención dirigida hacia el mundo interno, dificultad para ‘meditar’, para ‘interiorizar’ o para ‘reflexionar’ sobre contenidos abstractos, capacidad que, si bien se tiene, se encuentra infra-desarrollada pues la mente sensual nos atrae poderosamente hacia la realidad externa con mecanismos que nos distraen, como los pensamientos asociativos, la imaginación o la continua charla interior que en su agitación permanente aparta la atención del foco interno.