miércoles, 20 de enero de 2010

La pareja y la complementariedad


No podemos decidir sobre la elección de pareja, o si? A menudo cuando esta pregunta tiene interés es porque nos estamos cuestionando la conveniencia o no de una pareja que ya tenemos. Pero la pregunta sigue teniendo validez.
Empecemos la disección por el principio y tal como suceden las cosas. Uno no elige fríamente la pareja, mas bien se empareja por la empatía que proporciona un enamoramiento. Primero puede haber una atracción, una relación de amistad, o una camaradería. Después, antes o después de ceder o satisfacer el impulso sexual que conlleva la atracción, uno se siente atraído por el universo del otro. Siente ‘necesidad’ del ‘estar y ser’ con el otro. En un momento dado uno se plantea ‘que me pasa?’ y se contesta me he enamorado... si el mecanismo ha sucedido recíprocamente nace una nueva pareja. El estado de enamoramiento es una enajenación transitoria, es un estado influido poderosamente por las endorfinas y/o neurotransmisores que mantendrá nuestra euforia durante un tiempo limitado. La experiencia humana acumulada nos enseña que el enamoramiento es una etapa, es un principio, nunca un final. El intento de ser pareja se inicia por el enamoramiento y prosigue en el cultivo de esa emoción básica e instintiva transformándola en un sentimiento: el amor. Esto se inicia la mayor parte de las veces de forma totalmente mecánica, sin participación consciente de los actores. Estos empiezan a ser conscientes de que están ‘cultivando’ una emoción para hacer de ella un sentimiento, cuando se autoperciben como dadores de partes de si al otro. Es decir cuando se dan cuenta de que ‘se dan’ y valga la redundancia. Darse, durante la fase inicial de ‘enajenación transitoria’, ya se han dado uno al otro, y no han sido conscientes de ello porque todo sucede rápidamente con el trasfondo de un poderoso deseo, el de ver como lo que hacemos, decimos, elaboramos, pensamos, transmitimos, etc, etc, produce felicidad en nuestra pareja, felicidad que nos es devuelta para gratificar nuestra conducta... así aprendemos a dar por que hacemos feliz al receptor, pero también aprendemos a recibir el reflejo de nuestra acción en forma de gratificación: mirada, gesto, lenguaje no verbal, etc. Felicidad que buscamos proporcionar para aseverar nuestra certeza de que la empatía sentida es mutua, lo cual conlleva la consiguiente ‘seguridad en ese nosotros incipiente’, nacida del hecho de sabernos a salvo de que nos dejen por otra pareja mas atractiva. Es algo biológico y por tanto mecánico, por el momento.

El progreso en esa ‘seguridad en nosotros’ hace que mas tarde o mas temprano acabemos con el convencimiento de que ya somos pareja y la cosa no ha de cambiar. La fase de enamoramiento ha de solaparse con la fase de crecimiento o ‘cultivo de la emoción’ y con la toma de conciencia de que ese no es un acto casual sino voluntario y a menudo acompañado de renuncias y esfuerzos. Todo lo que no sea una percepción clara de este hecho esta probablemente condenado al fracaso mas o menos lejano. Hasta aquí no hay nada nuevo y es un proceso lleno de obviedades.

Cuando uno cae en la cuenta de que ya tiene pareja se puede o no plantear si el tipo humano básico de su pareja es complementario de su propio tipo básico o no. Normalmente no se lo plantea antes. Es por eso que he empezado diciendo que la elección de pareja no se hace previamente sino que simplemente sucede como consecuencia de una empatía inicial que nos liga a una persona concreta.

El trabajo personal de averiguación de cuales características ‘me unen o separan de mi pareja’ forma parte del trabajo del amor y se debe de realizar mientras dura el enamoramiento pues, a menudo, sin el estimulo del enamoramiento no se concluye y se produce un estado de estancamiento en la relación que puede proseguir pero con dificultades proporcionalmente crecientes al tiempo de relación.