Todos corremos el riesgo de engrandecer con nuestro nerviosismo las situaciones difíciles que se nos presentan. Llamar la atención, el deseo de que nos compadezcan, la actitud de queja, el no querer aceptar la realidad: son causas todas ellas que explican por qué son pocas las personas que ante las contradicciones de la vida reaccionan con serenidad. A las cosas hay que darles la importancia que tienen, ni más ni menos. Aplicando un conocido aforismo podemos decir que, si uno mismo no es capaz de ser parte de la solución se convierte en parte del problema. Esforzarse con las pequeñas dificultades y recuperar el verdadero sentido de las cosas es siempre un ejercicio que incrementa poco a poco la capacidad para enfrentar mayores problemas con lucidez. La serenidad es un valor que debe ser inducido desde la infancia, por eso es bueno fomentar un autocontrol que nos dé un dominio sobre nosotros mismos. La persona que ha desarrollado esta cualidad sabe darle a los acontecimientos la importancia que tienen, y no pierde con facilidad los papeles.
El saberse ganar el respeto de los demás también es una manifestación de que se ha alcanzado un adecuado desarrollo de la persona. No es una actitud impuesta ni debida, es su mismo comportamiento el que nos lleva a considerar a su persona con seriedad. Quien se respeta a si mismo consigue el respeto de los demás. El autorespeto es una condición necesaria para obtener el respeto ajeno. Uno no puede ponerse en circunstancias donde pierda la propia dignidad y luego exigir que los otros le respeten. Las concesiones en este terreno se pagan caras. La conducta humana exige una coherencia que, de no darse, es captada de inmediato. El propio talante no se improvisa, sino que es fruto de un esfuerzo mantenido por mucho tiempo. El respeto del que hablamos hace referencia al tomarse en serio a si mismo y a los demás, al no hacer de la vida un juego frívolo o contemplar nuestra existencia como si fuera ajena.
domingo, 5 de julio de 2009
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