jueves, 18 de junio de 2009

El diseño de la propia identidad

Para el hombre no es suficiente ser algo, le es necesario también tener conciencia clara de lo que es. La despersonalización y cierta alienación connatural a la vida moderna favorecen que muchas personas no se sientan protagonistas de su propia vida, simplemente por que no ‘se piensan’. Se vive demasiado aprisa y muy a la ligera, y esto no permite crear en el interior actitudes reflexivas que propicien tener una conciencia viva del propio yo. La filosofía del ser ha sido suplantada por la filosofía del hacer. Una vida vivida fragmentariamente es un verdadero obstáculo para alcanzar una conciencia reflexiva de la propia existencia. Se hace necesario, dada la vida desquiciada en la que estamos sumergidos, reivindicar un mayor ejercicio de la reflexión. Si el pensamiento distingue al hombre del resto de los animales, deberemos considerar que es a través del del acto de pensar -de pensarse- como se alcanza nuestra verdadera dimensión, la que nos distingue como seres racionales. Únicamente la reflexión es capaz de unir lo que está disperso, de dar sentido a lo que no lo tiene. Es fundamental dirigir la mirada hacia uno mismo y preguntarse: ¿quién soy? No importan tanto las respuestas, como la intención unificadora con que se plantea la cuestión. La utilidad de una acción no es el único criterio a tener en cuenta. Con demasiada frecuencia calificamos corno pérdida de tiempo acciones que pueden tener un gran valor enriquecedor para nuestra persona. La vida del hombre necesita un sentido que la dirija. Pero para que esto suceda es necesario que yo tenga una conciencia viva de mi propia identidad. Es necesario ‘ser’ antes algo, para después conseguir algo. La vida de un hombre no se diseña sólo con acciones, es necesario, además, que estas acciones estén atravesadas por un sentido que las unifique.