La vida no discurre de acuerdo con nuestro pensamiento. Una cosa es lo que deseamos y otra distinta lo que acontece. Al ir viviendo nos hacemos consciente de que las contradicciones son uno de los componentes de nuestra biografía. Hay que contar siempre con la posibilidad de no poder cumplir nuestro deseo, sin que esto suponga ningún descalabro emocional. Esta reflexión parece sencilla, sin embargo, cuando las cosas no acontecen como nosotros queremos, con facilidad surge el desconcierto, y, entre personas los desencuentros. Debe existir en nosotros una moderada desconfianza de poder hacer realidad todos nuestros proyectos, lo cual no implica que no pongamos todos los medios a nuestro alcance -incluida la ilusión para obtenerlos, pero debemos contar con que hay cosas que no dependen de nosotros y ante las cuales difícilmente podemos hacer algo. Las falsas expectativos no deberían producirse con la frecuencia con que se dan. Ser consciente de esto no es una invitación al pesimismo. El desarrollo equilibrado de la persona nos llevará a esperar de la vida lo que ésta puede dar. Atenerse a la realidad es, sin lugar a dudas, un principio de sabiduría que allana el camino de los desencuentros.
Esta sociedad nuestra se manifiesta muy exigente a la hora de pedirnos cosas. Si es malo no tener aspiraciones también lo es no encontrar nunca techo en lo que se desea. La ambición -incluso a nivel de curriculum- es un vicio. Saber conformarse con lo que se posee, no es una actitud propia de los débiles, sino de los prudentes. Disfrutar pacíficamente de lo alcanzado es -no lo olvidemos- saber explotar el éxito. Y este disfrute pocos lo saborean, porque cuando vienen a darse cuenta ya es tarde. Parte de esta búsqueda de llegar a más, viene dada por un excesivo amor al dinero y por la elección de una vida desmesuradamente activa. Estas dos actitudes son difíciles de erradicar. No es bueno para alcanzar la madurez humana ponerse como objetivos aspiraciones excesivamente ambiciosas: porque entre otras cosas nos exponemos a sufrir frustraciones innecesarias. El perfecto desarrollo de la personalidad debe estar sujeto a un control, a unas medidas de prudencia y a huir de todo exceso. Deberíamos aprender que las personas no son objetos clasificables por lo que tienen (incluso de inteligencia), sino que el ser persona es el valor por antonomasia. Yo estoy de acuerdo en que hay que ser algo en la vida, pero también debemos considerar a qué precio. Los días y la vida del hombre tienen un límite a partir del cual no es posible un desarrollo armónico de la personalidad.
lunes, 13 de abril de 2009
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