El ser humano, el hombre, nace, se desarrolla y muere. Su etapa de desarrollo es larga, puede abarcar toda la vida. Nacemos con una carga previa que sólo hasta cierto punto conocemos. La genética y el nicho familiar así como los condicionantes sociales conformarán los primeros pasos en este desarrollo que ha de conducirnos a la madurez o al desarrollo completo. No siempre el desarrollo emprendido será armonioso, ni siquiera completado a la edad en que socialmente nos consideramos adultos. En la medida en que seamos autoconscientes de nuestra situación en este esquema, tomaremos unas u otras medidas para corregir desarmonías o completar aspectos inmaduros de nuestra persona. Pero ¿cuando podemos decir que hemos alcanzado un desarrollo adecuado de nuestra persona? En términos ordinarios de la vida, decimos que somos adultos cuando somos capaces de vivir sin depender de otros, pero esa característica no significa que lleve forzosamente aparejada la cualidad de ser armónicamente desarrollado. Se trata de un estado interior que evoluciona durante nuestra vida adulta, pero que ha de pasar por correcciones continuas y sucesivas mejoras de nuestros hábitos, conductas y características básicas, a fin de obtener el funcionamiento optimo de nuestras capacidades. A lo largo de mi vida he podido comprobar que no todos los humanos están por esta labor. Y que muchos no se plantean el desarrollo interior por que no les interesa para nada asomarse a dentro de si mismos. Unos por que no les gusta lo que ven, otros por que ya les va bien tal como son, otros por que no se encuentran con fuerzas para emprender ningún cambio. Otros, quizás una gran mayoría, por que jamas se han planteado nada que no se dé, o suceda, por puro automatismo animal o social. No es obligatorio aspirar a ser mejor persona, mejor amigo, mejor padre, mejor ciudadano, mejor profesional... Pero aquellos que toman para si esta aspiración, y la convierten en un objetivo, dignifican la racionalidad que nos separa del mundo de los seres que solo se mueven por los instintos.
Algunas personas tienen dificultades de relación, con el mundo o consigo mismas; aparecen manías o conductas extrañas; se deprimen o se vuelven excesivamente nerviosas; tienen obsesiones que perturban su descanso o sus relaciones amorosas; sufren trastornos físicos que tienen su base en la somatización que genera la angustia por resolver lo que les preocupa o su ansiedad por dejar de ser lo que creen que son… todo esto forma parte de la anormalidad del desarrollo humano. Es materia de la psicología o de la psiquiatría. Algunas de estas personas son simplemente adultos inmaduros que necesitan desarrollar sus capacidades, madurar y corregirse. Son personas que necesitan ayuda externa. Alguien, un profesional de la salud mental, les debera redirigir el proceso de crecimiento anómalo (dis-armónico) hasta que puedan seguir creciendo de forma autónoma hasta su propio techo de plenitud. Pero hay muchas más personas que, no habiendo llegado, todavía, a presentar problemas de los mencionados, necesitan orientarse en este difícil propósito. Desde los que no encuentran satisfactoria su forma de vida pero no saben como resolverla, hasta los que creen no estar viviendo en toda su plenitud... pasando por todas las variaciones de la falta de amor en su entorno o la incapacidad para sentirse felices con lo que tienen… Todos hemos buscado recursos, lecturas o apoyos personales en algún momento de nuestras vidas, para salir adelante. Algunos los hemos encontrado antes que otros. Es para mi un deber moral tratar de ayudar en la medida de mis posibilidades, a aquellos que pasan por lo que yo pasé en mis inicios de este camino. En el que sigo siendo un peregrino más.
lunes, 12 de enero de 2009
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