Reunirse para quererse mucho y ser felices porque el calendario obliga, a palo seco, no es fácil. Hay que reconocer que nos esforzamos, preparamos regalos, brindamos, y le queremos, tan si como no, poner corazón al asunto.
Pero tanto empeño no puede ser improvisado. La alegría no se decide así como así. Uno no se levanta por la mañana y se pone a sentir ilusión. Menos mal que nos coge desprevenidos, por que ensayamos un ratito cada año. El caso es que la felicidad, que verdaderamente no sabemos ni lo que es, cobra una importancia desproporcionada. Al querer agarrarla por obligación, puede volverse demasiado lejana, como ese autobus que nunca llega pero como esta casi llegando no te animas a dejarlo estar y coger el metro. Asi es como más de uno se pone de mala leche con tanta preparación prenavideña, mientras otros nos engañamos un poquito mas, ya no viene de aqui, y nos permitimos jugar al Risk de la Navidad un año mas, por que es un juego y es un riesgo. Imaginate que estás ahí, con todo el jolgorio, los galets, los turrones, los regalitos del cagatio y la alegría no te viene. Nada. Que resulta que este año, por un casual no sientes la burbuja navideña correr por tus venas. ¿Qué haces? ¿Fingir, beber? La segunda es la peor opción, por que te puede dar por ser sincero, y algunas reuniones familiares conjugan el amor incondicional con excavaciones emocionales demasiado profundas, hay peligro de caida. Por que? Pues, facil, por que los familiares creemos que nos conocemos tanto que en vez de hablar sería mejor escuchar música, mientras esperas tu turno, por que ya sabemos, si, ya sabemos que el de enfrente va a oír lo que le dé la gana incluso antes de que lo digas. Te conoce de toda la vida. El contenido de tu frase es lo de menos, no te esfuerces; te dira que sabe leer el sonido de tu voz, o la inflexión de cada palabra, o el sentido de sus cadencias. Esta seguro de que sabe de ti más que tú mismo. Pero todo eso no es mas que el juego de rol. El que hemos aprendido juzgandonos, etiquetandonos. Es muy común y pocos mortales escapan a este hechizo… un hechizo que intentaremos cada navidad volver a romper mientras nos toca el turno de explicar nuestro chiste, comentario o batallita, sabiendo que el grupo familiar, hace ya mucho, tomó decisiones sobre el carácter de cada uno, lo estigmatizó en yeso y el tiempo lo ha fosilizado. Si nos vieramos panza arriba defendiendonos nos oiriamos decir: Yo no soy eso que dices, yo no sé ni cómo soy, por qué crees que lo sabes tú…. Pues porque quizás en mi tablero de juego necesito que tú seas esa ficha que siempre has sido para que no se me descuadre la idea. Qué idea?… bueno es una forma de hablar... Y patatin y patatán pasará la cena, la comida y pasará la navidad. Otra oportunidad perdida para romper los moldes, los corses, las prefiguritas que nos hacemos de los mas proximos, esos que hemos de amar, cristalizados en nuestras etiquetas. Etiquetas que no son mas que pequeñas tiranas de nuestras relaciones a las que hoy he querido machacar aprovechando que la Navidad profunda no tiene mas sentido del que cada año hemos de renovar algo, intentar una vez mas, ese renacer en la esperanza de ser mejores.
viernes, 25 de diciembre de 2009
domingo, 1 de noviembre de 2009
La formacion cultural y la inteligencia
La formación en general nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Quien conoce las cosas y las personas es más difícil que se desconcierte con ellas. Pero el conocimiento exige primero un aprendizaje, una información, luego, más tarde vendrán las síntesis, las conclusiones personales que nos permitirán dar una valoración correcta de las relaciones del mundo que nos rodea. Pero lo que llamamos ‘realidad’ es algo complejo, que está sujeto a cambios y a interpretaciones diversas. No es sencillo, pues, acertar en los análisis que hagamos de esa realidad. Nuestros recursos culturales son un arsenal imprescindible para dar una respuesta adecuada a los problemas que la existencia nos plantea. Son las personas cultas las que disponen de unas posibilidades mayores para acertar en sus juicios. Se suele decir que la ignorancia es atrevida, y es verdad porque con toda la buena voluntad del mundo y con la carencia de conocimientos imprescindibles se cometen graves equivocaciones. La cultura es la única que nos permite seguir manteniendo una concepción abierta sobre la realidad. Cerrarse a nuevos análisis es, ciertamente, una actitud equivocada. Cuanto mas ascendemos en la escala del desarrollo mas importancia acabamos dando a la relatividad, a la flexibilidad, a los matices y, sobre todo, a la apertura mental a nuevas revisiones que nos acerquen más a la verdad. La formación cultural nos enseña todos estos ejemplos a lo largo de la historia humana.
Nuestra inteligencia -y nuestros conocimientos con ella- deben ir por delante a la hora de actuar. Un comportamiento inteligente siempre es mas probable que acabe siendo un comportamiento acertado. Quizá hoy se valore más la autenticidad de una acción, que la conveniencia (en todos sus sentidos) de dicha acción. A menudo los aspectos emotivos de la personalidad son tenidos más en cuenta que las capacidades intelectuales. No debe ser así. Ambos son importantes y no han de prevalecer uno sobre otro. La cuestión radica más bien en percatarnos de la necesidad de disponer de los registros intelectuales necesarios que estén siempre presentes en nuestra actuación. Estos registros intelectuales proceden de una filosofía de la vida. Nuestra existencia no es fragmentaria. Toda nuestra conducta está presidida por unos principios que dan unidad y sentido a nuestro comportamiento. Sin estos principios iluminadores la vida de un hombre se puede convertir en una larga suma de equivocaciones. La espontaneidad como norma es el peor de los criterios, porque conduce al caos, que entre otras cosas es estéril. La espontaneidad descontrolada y presidida por un emotivismo ciego a la razón, es origen de graves conflictos, que podían haberse evitado si la inteligencia con su criterio rector hubiera estado presente desde el principio. A nuestra inteligencia se puede sumar la de los demás, porque también ellos pueden arrojarnos luz sobre las cuestiones que nos afectan. Andar en solitario nunca suele ser bueno. El otro, la pareja, el amigo, si lo sabernos elegir, casi siempre es una ayuda. Nuestra inteligencia no agota los problemas que intentamos resolver. Y es precisamente ese otro quien puede aportar esa luz necesaria para encontrar la solución óptima al problema que estamos intentando resolver. No somos autosuficientes. Quien no haga de la inteligencia del otro un recurso necesario para acertar en la vida, fácilmente se equivocará.
Nuestra inteligencia -y nuestros conocimientos con ella- deben ir por delante a la hora de actuar. Un comportamiento inteligente siempre es mas probable que acabe siendo un comportamiento acertado. Quizá hoy se valore más la autenticidad de una acción, que la conveniencia (en todos sus sentidos) de dicha acción. A menudo los aspectos emotivos de la personalidad son tenidos más en cuenta que las capacidades intelectuales. No debe ser así. Ambos son importantes y no han de prevalecer uno sobre otro. La cuestión radica más bien en percatarnos de la necesidad de disponer de los registros intelectuales necesarios que estén siempre presentes en nuestra actuación. Estos registros intelectuales proceden de una filosofía de la vida. Nuestra existencia no es fragmentaria. Toda nuestra conducta está presidida por unos principios que dan unidad y sentido a nuestro comportamiento. Sin estos principios iluminadores la vida de un hombre se puede convertir en una larga suma de equivocaciones. La espontaneidad como norma es el peor de los criterios, porque conduce al caos, que entre otras cosas es estéril. La espontaneidad descontrolada y presidida por un emotivismo ciego a la razón, es origen de graves conflictos, que podían haberse evitado si la inteligencia con su criterio rector hubiera estado presente desde el principio. A nuestra inteligencia se puede sumar la de los demás, porque también ellos pueden arrojarnos luz sobre las cuestiones que nos afectan. Andar en solitario nunca suele ser bueno. El otro, la pareja, el amigo, si lo sabernos elegir, casi siempre es una ayuda. Nuestra inteligencia no agota los problemas que intentamos resolver. Y es precisamente ese otro quien puede aportar esa luz necesaria para encontrar la solución óptima al problema que estamos intentando resolver. No somos autosuficientes. Quien no haga de la inteligencia del otro un recurso necesario para acertar en la vida, fácilmente se equivocará.
lunes, 12 de octubre de 2009
Dos hermanas: la responsabilidad y la prudencia
Muchos creen ser responsables de sus actos, hasta que surge un conflicto. Entonces las cosas nos llevan de inmediato a cuestionar la responsabilidad de esa acción que quizá nos perjudica. La responsabilidad es consecuencia del desarrollo de nuestra etica personal, y seremos proporcionalmente mas responsables cuanto mas desarrollo hayamos adquirido… Revela un talante ético quien, sin grandes esfuerzos, manifiesta ser el culpable de un determinado hecho. No todo da igual y no todo está bien: éste es el primer presupuesto del que hemos de partir. Sin la referencia a una tabla de valores no es posible entender el concepto de responsabilidad. Únicamente una clara jerarquía de valores y un cierto grado de desarrollo interno son capaces de garantizar un comportamiento adecuado frente a nuestros actos y sus consecuencias.
Hemos de reconocer que la palabra prudencia sólo la utilizamos referida a la conducción. Fuera de este contexto raramente el valor de la prudencia está presente en nuestras vidas. Cada uno dice o hace lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. Únicamente la real gana parece ser la razón última de nuestras acciones sin tener en cuenta otros criterios, entre los que está la prudencia. Prudente es el que hace lo que debe en el momento oportuno (el kairós griego: tiempo adecuado) No cabe duda que hay en la prudencia una tensión moral: lo que se debe y no cualquier cosa. Incluso lo bueno puede dejar de serlo si no se realiza en el momento adecuado. La vida, y sobre todo la de relación, exige la presencia de la prudencia para evitar conflictos innecesarios. Hablar de prudencia es hablar sobre todo de la palabra oportuna. Esta es una de las tareas más convenientes para una buena convivencia (y también, en su caso contrario, la causa de grandes males). No todo lo que se puede decir, debe ser dicho, a menos que se trate del momento oportuno y en las circunstancias convenientes.
Hemos de reconocer que la palabra prudencia sólo la utilizamos referida a la conducción. Fuera de este contexto raramente el valor de la prudencia está presente en nuestras vidas. Cada uno dice o hace lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. Únicamente la real gana parece ser la razón última de nuestras acciones sin tener en cuenta otros criterios, entre los que está la prudencia. Prudente es el que hace lo que debe en el momento oportuno (el kairós griego: tiempo adecuado) No cabe duda que hay en la prudencia una tensión moral: lo que se debe y no cualquier cosa. Incluso lo bueno puede dejar de serlo si no se realiza en el momento adecuado. La vida, y sobre todo la de relación, exige la presencia de la prudencia para evitar conflictos innecesarios. Hablar de prudencia es hablar sobre todo de la palabra oportuna. Esta es una de las tareas más convenientes para una buena convivencia (y también, en su caso contrario, la causa de grandes males). No todo lo que se puede decir, debe ser dicho, a menos que se trate del momento oportuno y en las circunstancias convenientes.
domingo, 20 de septiembre de 2009
Los silencios
Cuando se alcanza cierto grado de desarrollo el hombre es ya un hombre de silencios. Sabe callarse conscientemente. Y sabe callarse cuando la cuestión que ocupa sus pensamientos lo requiere, y sabe callarse cuando es inútil desparramar palabras, porque de nada sirven. El verbalismo exagerado es una muestra de falta de control. De poca interiorización. Hemos de aprender, y se aprende solo observando la vida a nuestro alrededor, que la palabra se devalúa con el uso. No se le escucha igual a un hablador que a una persona de pocas palabras. Los silencios, para quien hace uso de ellos, terminan otorgándole por parte de los demás una actitud de escucha. No todas las personas tienen la misma predisposición a la hora de comunicarse con los demás. Las hay -son las menos- que con gran dificultad establecen nexos de relación con los otros. En cambio, abundan aquellos que se extralimitan en su sociabilidad. A los dos corresponde una política de reeducación que establezca un equilibrio entre el respeto a la palabra y la necesidad de comunicarnos con los demás. A veces la sociedad premia demasiado fácilmente los comportamientos de las personas habladoras, alegando que son divertidas, ocurrentes o graciosas. En sus bocas todo pierde entidad. La actitud de escucha, el acompañamiento de la mirada, la atención pueden ser también una clara manifestación de una incorporación activa en las relaciones sociales. Alcanzar ese punto en que controlamos nuestros silencios nos pone a salvo de la inconveniencia o de revelar intimidades al primero que pasa. No cabe duda que hablar es un arte y hay que conocer sus reglas.
domingo, 23 de agosto de 2009
El proyecto de vida
La madurez difícilmente puede alcanzarse sin un proyecto personal. Tener algo que realizar (con ilusión) en la vida, es el camino mas rápido para madurar. El vertebrar los días en función de un objetivo final adelanta en el tiempo sólo lo que los acontecimientos últimos ponen de manifiesto. Todo proyecto personal verdadero acaba siendo un ejercicio de aplicación de un código ético a la propia vida. Porque los proyectos personales requieren necesariamente reflexiones e interiorizaciones, que después se convierten en convencimientos personales. Sólo el que es fiel así mismo puede llegar a ser él mismo.
La vida que nos toca vivir, para que tenga sentido, no puede ser fragmentaria, o sea un relato de hechos inconexos o una suma de ocurrencias desconectadas entre si. A medida que progresamos en nuestro desarrollo percibimos claramente que nuestra existencia está atravesada por el sentido que le da nuestra forma de entender la vida. Tener un proyecto es tener algo mas que unos deseos por cumplir con un propósito. En todo proyecto hay una dirección, una razón de ser última que lo justifica. La coherencia es la fidelidad al diseño inicial, sin ella no hay dirección verdadera. La coherencia implica a la perseverancia. Sin un proyecto, la vida se disgrega en cuatro actividades heterogéneas, una vida fragmentada. Pero sin una constancia que nada haga desfallecer es imposible que realicemos lo que siempre deseamos. Ayer, hoy y mañana deben formar una unidad de sentido. Por ello el tiempo biográfico no puede estar reñido con su propia memoria. La memoria está llamada a almacenar con cariño los recuerdos que explican mi presente. Los proyectos son para largo tiempo, algunos para toda una vida. Si falta la ilusión por hacerlos realidad, está faltando una de las condiciones necesarias para que no surja la tentación del abandono. A las explicaciones lógicas que acompañan a todo proyecto deben sumarse los incentivos internos, que con su motivación den fuerza a nuestro actuar. Los hombres necesitamos la alegría del corazón para realizar las tareas que nos proponemos. Nuestra vida debe estar presidida por la razón, pero también es verdad que sin el empuje del corazón no puede llegar muy lejos. La ilusión le da alas a la cabeza para avanzar hacia el cometido deseado.
La vida que nos toca vivir, para que tenga sentido, no puede ser fragmentaria, o sea un relato de hechos inconexos o una suma de ocurrencias desconectadas entre si. A medida que progresamos en nuestro desarrollo percibimos claramente que nuestra existencia está atravesada por el sentido que le da nuestra forma de entender la vida. Tener un proyecto es tener algo mas que unos deseos por cumplir con un propósito. En todo proyecto hay una dirección, una razón de ser última que lo justifica. La coherencia es la fidelidad al diseño inicial, sin ella no hay dirección verdadera. La coherencia implica a la perseverancia. Sin un proyecto, la vida se disgrega en cuatro actividades heterogéneas, una vida fragmentada. Pero sin una constancia que nada haga desfallecer es imposible que realicemos lo que siempre deseamos. Ayer, hoy y mañana deben formar una unidad de sentido. Por ello el tiempo biográfico no puede estar reñido con su propia memoria. La memoria está llamada a almacenar con cariño los recuerdos que explican mi presente. Los proyectos son para largo tiempo, algunos para toda una vida. Si falta la ilusión por hacerlos realidad, está faltando una de las condiciones necesarias para que no surja la tentación del abandono. A las explicaciones lógicas que acompañan a todo proyecto deben sumarse los incentivos internos, que con su motivación den fuerza a nuestro actuar. Los hombres necesitamos la alegría del corazón para realizar las tareas que nos proponemos. Nuestra vida debe estar presidida por la razón, pero también es verdad que sin el empuje del corazón no puede llegar muy lejos. La ilusión le da alas a la cabeza para avanzar hacia el cometido deseado.
domingo, 5 de julio de 2009
La serenidad y el respeto
Todos corremos el riesgo de engrandecer con nuestro nerviosismo las situaciones difíciles que se nos presentan. Llamar la atención, el deseo de que nos compadezcan, la actitud de queja, el no querer aceptar la realidad: son causas todas ellas que explican por qué son pocas las personas que ante las contradicciones de la vida reaccionan con serenidad. A las cosas hay que darles la importancia que tienen, ni más ni menos. Aplicando un conocido aforismo podemos decir que, si uno mismo no es capaz de ser parte de la solución se convierte en parte del problema. Esforzarse con las pequeñas dificultades y recuperar el verdadero sentido de las cosas es siempre un ejercicio que incrementa poco a poco la capacidad para enfrentar mayores problemas con lucidez. La serenidad es un valor que debe ser inducido desde la infancia, por eso es bueno fomentar un autocontrol que nos dé un dominio sobre nosotros mismos. La persona que ha desarrollado esta cualidad sabe darle a los acontecimientos la importancia que tienen, y no pierde con facilidad los papeles.
El saberse ganar el respeto de los demás también es una manifestación de que se ha alcanzado un adecuado desarrollo de la persona. No es una actitud impuesta ni debida, es su mismo comportamiento el que nos lleva a considerar a su persona con seriedad. Quien se respeta a si mismo consigue el respeto de los demás. El autorespeto es una condición necesaria para obtener el respeto ajeno. Uno no puede ponerse en circunstancias donde pierda la propia dignidad y luego exigir que los otros le respeten. Las concesiones en este terreno se pagan caras. La conducta humana exige una coherencia que, de no darse, es captada de inmediato. El propio talante no se improvisa, sino que es fruto de un esfuerzo mantenido por mucho tiempo. El respeto del que hablamos hace referencia al tomarse en serio a si mismo y a los demás, al no hacer de la vida un juego frívolo o contemplar nuestra existencia como si fuera ajena.
El saberse ganar el respeto de los demás también es una manifestación de que se ha alcanzado un adecuado desarrollo de la persona. No es una actitud impuesta ni debida, es su mismo comportamiento el que nos lleva a considerar a su persona con seriedad. Quien se respeta a si mismo consigue el respeto de los demás. El autorespeto es una condición necesaria para obtener el respeto ajeno. Uno no puede ponerse en circunstancias donde pierda la propia dignidad y luego exigir que los otros le respeten. Las concesiones en este terreno se pagan caras. La conducta humana exige una coherencia que, de no darse, es captada de inmediato. El propio talante no se improvisa, sino que es fruto de un esfuerzo mantenido por mucho tiempo. El respeto del que hablamos hace referencia al tomarse en serio a si mismo y a los demás, al no hacer de la vida un juego frívolo o contemplar nuestra existencia como si fuera ajena.
jueves, 18 de junio de 2009
El diseño de la propia identidad
Para el hombre no es suficiente ser algo, le es necesario también tener conciencia clara de lo que es. La despersonalización y cierta alienación connatural a la vida moderna favorecen que muchas personas no se sientan protagonistas de su propia vida, simplemente por que no ‘se piensan’. Se vive demasiado aprisa y muy a la ligera, y esto no permite crear en el interior actitudes reflexivas que propicien tener una conciencia viva del propio yo. La filosofía del ser ha sido suplantada por la filosofía del hacer. Una vida vivida fragmentariamente es un verdadero obstáculo para alcanzar una conciencia reflexiva de la propia existencia. Se hace necesario, dada la vida desquiciada en la que estamos sumergidos, reivindicar un mayor ejercicio de la reflexión. Si el pensamiento distingue al hombre del resto de los animales, deberemos considerar que es a través del del acto de pensar -de pensarse- como se alcanza nuestra verdadera dimensión, la que nos distingue como seres racionales. Únicamente la reflexión es capaz de unir lo que está disperso, de dar sentido a lo que no lo tiene. Es fundamental dirigir la mirada hacia uno mismo y preguntarse: ¿quién soy? No importan tanto las respuestas, como la intención unificadora con que se plantea la cuestión. La utilidad de una acción no es el único criterio a tener en cuenta. Con demasiada frecuencia calificamos corno pérdida de tiempo acciones que pueden tener un gran valor enriquecedor para nuestra persona. La vida del hombre necesita un sentido que la dirija. Pero para que esto suceda es necesario que yo tenga una conciencia viva de mi propia identidad. Es necesario ‘ser’ antes algo, para después conseguir algo. La vida de un hombre no se diseña sólo con acciones, es necesario, además, que estas acciones estén atravesadas por un sentido que las unifique.
sábado, 2 de mayo de 2009
Autoestima y aceptación de si mismo
Quien se estima o valora a sí mismo, no necesita de grandes títulos para concederse el respeto que se merece. Situar fuera del núcleo del hombre el punto de referencia de la autoestima es un error. Ni por más títulos se es mejor persona, ni por más joyas se es más elegante. La elegancia o la bondad, como el propio reconocimiento personal nacen del interior. Estamos de acuerdo que lo extrínseco, lo adquirido, puede reafirmar, confirmar -e incluso aumentar- esa conciencia de nuestra autoestima, pero ésta necesita un substrato previo, una cierta concienciación de merecerse a si mismo, de haberse forjado en el esfuerzo y reconocerse con un sello único e irrepetible como ser humano, despojado de adornos y pertenencias. Sin esta concienciación no se entiende la dignidad del ser humano. En cambio, cuando hay un auténtico convencimiento de esta realidad se hace más fácil la autoestima y la estima ajena. El criterio de valoración de la sociedad está equivocado. Por eso es tan fácil encontrarse con mucha gente sin autoestima o con autoestima baja. Si lo que se valora es el tener (títulos, apellidos, dinero, patrimonio etc.). no es de extrañar que haya quienes al no tener casi nada sientan una autovaloración muy escasa. Se tiene mucho porque se vale mucho, y se vale mucho porque se tiene mucho: ésta es la trayectoria que con excesiva ligereza reconocemos en el enjuiciamiento de los seres humanos. Salirse de ella es esencial si queremos situarnos en el ámbito de la verdad. Se hace necesario volver a descubrir el valor que lleva implícito el ser humano, por el simple hecho de serlo.
Para alguien podría parecer inútil hablar del hombre en términos de aceptación. Nunca es prudente dar por supuesto nada y menos en un análisis de nuestra existencia. Aceptarse supone el conocerse, y asumir sin dramatismos la propia realidad. Al hombre le es fácil idealizar su valía personal, e incluso es frecuente que en momentos depresivos se infravalore, a veces hipócritamente. Lo que verdaderamente es difícil -no lo consiguen todos- es tener un conocimiento realista de su persona y aceptarlo. Aceptarse no supone una valoración a la baja de nuestro yo, también implica el reconocimiento de nuestras propias capacidades y la seguridad de su desarrollo, quizás todavía inacabado. Pero para llegar a esta visión entre lo que realmente soy y lo que pienso de mí, hay un largo recorrido si no de equivocaciones al menos de correcciones. No llegamos al conocimiento de nuestra propia realidad de una forma clara y diáfana. Se trata más bien de un proceso de la búsqueda de interrogantes y de rectificaciones. Y en este largo camino es frecuente desorientarse con ensoñaciones. Si las ilusiones no coinciden con las capacidades, el conocimiento del propio proyecto personal se dificulta en gran manera. Aceptarse cuesta, porque cuando se es joven con frecuencia se valoran más las deficiencias (incluso físicas) que las virtudes. Sólo el tiempo nos ayuda a entendernos y a aceptarnos paulatinamente según sea nuestro grado de desarrollo.
Para alguien podría parecer inútil hablar del hombre en términos de aceptación. Nunca es prudente dar por supuesto nada y menos en un análisis de nuestra existencia. Aceptarse supone el conocerse, y asumir sin dramatismos la propia realidad. Al hombre le es fácil idealizar su valía personal, e incluso es frecuente que en momentos depresivos se infravalore, a veces hipócritamente. Lo que verdaderamente es difícil -no lo consiguen todos- es tener un conocimiento realista de su persona y aceptarlo. Aceptarse no supone una valoración a la baja de nuestro yo, también implica el reconocimiento de nuestras propias capacidades y la seguridad de su desarrollo, quizás todavía inacabado. Pero para llegar a esta visión entre lo que realmente soy y lo que pienso de mí, hay un largo recorrido si no de equivocaciones al menos de correcciones. No llegamos al conocimiento de nuestra propia realidad de una forma clara y diáfana. Se trata más bien de un proceso de la búsqueda de interrogantes y de rectificaciones. Y en este largo camino es frecuente desorientarse con ensoñaciones. Si las ilusiones no coinciden con las capacidades, el conocimiento del propio proyecto personal se dificulta en gran manera. Aceptarse cuesta, porque cuando se es joven con frecuencia se valoran más las deficiencias (incluso físicas) que las virtudes. Sólo el tiempo nos ayuda a entendernos y a aceptarnos paulatinamente según sea nuestro grado de desarrollo.
lunes, 13 de abril de 2009
Desencuentros y aspiraciones
La vida no discurre de acuerdo con nuestro pensamiento. Una cosa es lo que deseamos y otra distinta lo que acontece. Al ir viviendo nos hacemos consciente de que las contradicciones son uno de los componentes de nuestra biografía. Hay que contar siempre con la posibilidad de no poder cumplir nuestro deseo, sin que esto suponga ningún descalabro emocional. Esta reflexión parece sencilla, sin embargo, cuando las cosas no acontecen como nosotros queremos, con facilidad surge el desconcierto, y, entre personas los desencuentros. Debe existir en nosotros una moderada desconfianza de poder hacer realidad todos nuestros proyectos, lo cual no implica que no pongamos todos los medios a nuestro alcance -incluida la ilusión para obtenerlos, pero debemos contar con que hay cosas que no dependen de nosotros y ante las cuales difícilmente podemos hacer algo. Las falsas expectativos no deberían producirse con la frecuencia con que se dan. Ser consciente de esto no es una invitación al pesimismo. El desarrollo equilibrado de la persona nos llevará a esperar de la vida lo que ésta puede dar. Atenerse a la realidad es, sin lugar a dudas, un principio de sabiduría que allana el camino de los desencuentros.
Esta sociedad nuestra se manifiesta muy exigente a la hora de pedirnos cosas. Si es malo no tener aspiraciones también lo es no encontrar nunca techo en lo que se desea. La ambición -incluso a nivel de curriculum- es un vicio. Saber conformarse con lo que se posee, no es una actitud propia de los débiles, sino de los prudentes. Disfrutar pacíficamente de lo alcanzado es -no lo olvidemos- saber explotar el éxito. Y este disfrute pocos lo saborean, porque cuando vienen a darse cuenta ya es tarde. Parte de esta búsqueda de llegar a más, viene dada por un excesivo amor al dinero y por la elección de una vida desmesuradamente activa. Estas dos actitudes son difíciles de erradicar. No es bueno para alcanzar la madurez humana ponerse como objetivos aspiraciones excesivamente ambiciosas: porque entre otras cosas nos exponemos a sufrir frustraciones innecesarias. El perfecto desarrollo de la personalidad debe estar sujeto a un control, a unas medidas de prudencia y a huir de todo exceso. Deberíamos aprender que las personas no son objetos clasificables por lo que tienen (incluso de inteligencia), sino que el ser persona es el valor por antonomasia. Yo estoy de acuerdo en que hay que ser algo en la vida, pero también debemos considerar a qué precio. Los días y la vida del hombre tienen un límite a partir del cual no es posible un desarrollo armónico de la personalidad.
Esta sociedad nuestra se manifiesta muy exigente a la hora de pedirnos cosas. Si es malo no tener aspiraciones también lo es no encontrar nunca techo en lo que se desea. La ambición -incluso a nivel de curriculum- es un vicio. Saber conformarse con lo que se posee, no es una actitud propia de los débiles, sino de los prudentes. Disfrutar pacíficamente de lo alcanzado es -no lo olvidemos- saber explotar el éxito. Y este disfrute pocos lo saborean, porque cuando vienen a darse cuenta ya es tarde. Parte de esta búsqueda de llegar a más, viene dada por un excesivo amor al dinero y por la elección de una vida desmesuradamente activa. Estas dos actitudes son difíciles de erradicar. No es bueno para alcanzar la madurez humana ponerse como objetivos aspiraciones excesivamente ambiciosas: porque entre otras cosas nos exponemos a sufrir frustraciones innecesarias. El perfecto desarrollo de la personalidad debe estar sujeto a un control, a unas medidas de prudencia y a huir de todo exceso. Deberíamos aprender que las personas no son objetos clasificables por lo que tienen (incluso de inteligencia), sino que el ser persona es el valor por antonomasia. Yo estoy de acuerdo en que hay que ser algo en la vida, pero también debemos considerar a qué precio. Los días y la vida del hombre tienen un límite a partir del cual no es posible un desarrollo armónico de la personalidad.
lunes, 2 de marzo de 2009
La autocritica
Somos, fundamentalmente, nosotros mismos quienes hemos de corregir nuestros errores. Las indicaciones que nos vienen de fuera de algún modo nos son un poco ajenas, por lo menos hasta que las hacemos propias. Pero en un primer lugar debemos admitir que la equivocación es posible en nosotros. A nivel teórico es fácil admitir esta posibilidad porque ninguno nos consideramos perfectos. La dificultad viene cuando hemos de reconocer que una determinada actitud nuestra es equivocada. Si no existe un espíritu de cierta desconfianza sobre la propia persona no es posible que nazca la autocrítica, y sin ésta no hay cabida a la corrección. La autocrítica no surge de un deseo en un momento determinado, sino de la misma complejidad de las relaciones humanas. Aprendemos a serlo si se reúnen las condiciones necesarias. Pero existen muchos obstáculos que nos pueden inducir al error o enmascarar la meta, y es mejor conocerlos: la precipitación, las presuposiciones, el juicio de intenciones, las proyecciones personales, las falsas apariencias, los prejuicios, las descalificaciones genéricas, pero sin duda el mayor peligro procede de la prepotencia personal producto de la soberbia. Solo con una actuación que desconfíe inteligentemente de nuestras propias certezas entraremos en la capacidad de ser autocríticos. Así pues, la capacidad para ser critico consigo mismo nace de una exigencia de la razón, que, al no ser infalible corre el riesgo de equivocarse, y de hecho se equivoca. De lo cual se deduce que nuestra exposición al error ha de ser vigilada. Si, pero ¿porque lo tendríamos que hacer si nos creemos infalibles? La observación del mundo y de los otros nos enseña los defectos de los demás. Estos si que nos es muy fácil verlos, y nos puede hacer reflexionar para analizar si nuestra conducta también contiene errores. Desconfianza, pues, y capacidad de análisis. Sin una reflexión sobre la propia vida y la ajena no es factible consolidarse en el intento de mejorar nuestro desarrollo humano.
viernes, 20 de febrero de 2009
El crecimiento interior y la madurez
Todos los que hemos pasado de la juventud damos por supuesto que hemos adquirido cierta madurez. Pero no cabe duda que son muchas las personas que no han sabido -o no han podido- alcanzar el desarrollo pleno de su persona. La madurez conlleva necesariamente el autoconocimiento y el conocimiento ajeno. Conocimientos que a su vez conducen a la autocrítica y al autocontrol. Dar por supuesto que cualquier pensamiento, palabra o idea está llena de razón porque procede de mi inteligencia, es erróneo. Sin autocrítica no es posible recorrer el camino que conduce a la verdad. Tal como afirmar algo no implica necesariamente negar lo contrario, la autocrítica no está reñida con la autoestima; pueden -deben- convivir juntas regidas por la inteligencia. Pienso que vale la pena que nos enfrentemos al reto de analizar todos aquellos elementos que configuran el camino hacia el pleno desarrollo humano, porque en ello nos va nuestra realización como personas y una feliz convivencia con los demás. En las siguientes entradas del blog intentaré resumir las nociones básicas y los puntos principales que afectan a la tarea de alcanzar un pleno desarrollo de nuestra persona humana.
lunes, 12 de enero de 2009
El desarrollo armonico del ser humano
El ser humano, el hombre, nace, se desarrolla y muere. Su etapa de desarrollo es larga, puede abarcar toda la vida. Nacemos con una carga previa que sólo hasta cierto punto conocemos. La genética y el nicho familiar así como los condicionantes sociales conformarán los primeros pasos en este desarrollo que ha de conducirnos a la madurez o al desarrollo completo. No siempre el desarrollo emprendido será armonioso, ni siquiera completado a la edad en que socialmente nos consideramos adultos. En la medida en que seamos autoconscientes de nuestra situación en este esquema, tomaremos unas u otras medidas para corregir desarmonías o completar aspectos inmaduros de nuestra persona. Pero ¿cuando podemos decir que hemos alcanzado un desarrollo adecuado de nuestra persona? En términos ordinarios de la vida, decimos que somos adultos cuando somos capaces de vivir sin depender de otros, pero esa característica no significa que lleve forzosamente aparejada la cualidad de ser armónicamente desarrollado. Se trata de un estado interior que evoluciona durante nuestra vida adulta, pero que ha de pasar por correcciones continuas y sucesivas mejoras de nuestros hábitos, conductas y características básicas, a fin de obtener el funcionamiento optimo de nuestras capacidades. A lo largo de mi vida he podido comprobar que no todos los humanos están por esta labor. Y que muchos no se plantean el desarrollo interior por que no les interesa para nada asomarse a dentro de si mismos. Unos por que no les gusta lo que ven, otros por que ya les va bien tal como son, otros por que no se encuentran con fuerzas para emprender ningún cambio. Otros, quizás una gran mayoría, por que jamas se han planteado nada que no se dé, o suceda, por puro automatismo animal o social. No es obligatorio aspirar a ser mejor persona, mejor amigo, mejor padre, mejor ciudadano, mejor profesional... Pero aquellos que toman para si esta aspiración, y la convierten en un objetivo, dignifican la racionalidad que nos separa del mundo de los seres que solo se mueven por los instintos.
Algunas personas tienen dificultades de relación, con el mundo o consigo mismas; aparecen manías o conductas extrañas; se deprimen o se vuelven excesivamente nerviosas; tienen obsesiones que perturban su descanso o sus relaciones amorosas; sufren trastornos físicos que tienen su base en la somatización que genera la angustia por resolver lo que les preocupa o su ansiedad por dejar de ser lo que creen que son… todo esto forma parte de la anormalidad del desarrollo humano. Es materia de la psicología o de la psiquiatría. Algunas de estas personas son simplemente adultos inmaduros que necesitan desarrollar sus capacidades, madurar y corregirse. Son personas que necesitan ayuda externa. Alguien, un profesional de la salud mental, les debera redirigir el proceso de crecimiento anómalo (dis-armónico) hasta que puedan seguir creciendo de forma autónoma hasta su propio techo de plenitud. Pero hay muchas más personas que, no habiendo llegado, todavía, a presentar problemas de los mencionados, necesitan orientarse en este difícil propósito. Desde los que no encuentran satisfactoria su forma de vida pero no saben como resolverla, hasta los que creen no estar viviendo en toda su plenitud... pasando por todas las variaciones de la falta de amor en su entorno o la incapacidad para sentirse felices con lo que tienen… Todos hemos buscado recursos, lecturas o apoyos personales en algún momento de nuestras vidas, para salir adelante. Algunos los hemos encontrado antes que otros. Es para mi un deber moral tratar de ayudar en la medida de mis posibilidades, a aquellos que pasan por lo que yo pasé en mis inicios de este camino. En el que sigo siendo un peregrino más.
Algunas personas tienen dificultades de relación, con el mundo o consigo mismas; aparecen manías o conductas extrañas; se deprimen o se vuelven excesivamente nerviosas; tienen obsesiones que perturban su descanso o sus relaciones amorosas; sufren trastornos físicos que tienen su base en la somatización que genera la angustia por resolver lo que les preocupa o su ansiedad por dejar de ser lo que creen que son… todo esto forma parte de la anormalidad del desarrollo humano. Es materia de la psicología o de la psiquiatría. Algunas de estas personas son simplemente adultos inmaduros que necesitan desarrollar sus capacidades, madurar y corregirse. Son personas que necesitan ayuda externa. Alguien, un profesional de la salud mental, les debera redirigir el proceso de crecimiento anómalo (dis-armónico) hasta que puedan seguir creciendo de forma autónoma hasta su propio techo de plenitud. Pero hay muchas más personas que, no habiendo llegado, todavía, a presentar problemas de los mencionados, necesitan orientarse en este difícil propósito. Desde los que no encuentran satisfactoria su forma de vida pero no saben como resolverla, hasta los que creen no estar viviendo en toda su plenitud... pasando por todas las variaciones de la falta de amor en su entorno o la incapacidad para sentirse felices con lo que tienen… Todos hemos buscado recursos, lecturas o apoyos personales en algún momento de nuestras vidas, para salir adelante. Algunos los hemos encontrado antes que otros. Es para mi un deber moral tratar de ayudar en la medida de mis posibilidades, a aquellos que pasan por lo que yo pasé en mis inicios de este camino. En el que sigo siendo un peregrino más.
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