miércoles, 27 de junio de 2007

La vida como alambique [sobre el sufrimiento del esfuerzo]


Querida hermana: quiero hablar un rato contigo, aunque no tengo casi nada que decirte que sirva para algo de verdad, apenas nada verdaderamente útil.

A menudo quedo anonadado, confundido momentáneamente por la simplicidad de ciertos planteamientos que la vida de unos y de otros me aproxima. Y es cuando los contrasto con mi propia experiencia de la vida, y las experiencias que nos han dejado otros personajes a lo largo de la historia, cuando la angustia de la soledad aparece en todo su esplendor.Pero no vayas a creer que me quejo de padecer estas angustias..., creo que solo si pasas por este estado te sientes realmente vivir en medio de lo real. Si no se alcanza a percibir nunca este desamparo es señal de que todavía se está bajo el que yo llamo el signo de "los elegidos", y te he de decir que yo no estoy bajo esta circunstancia desde hace un tiempo. Ahora me explico:

Hubo una época en la que creía estar en posesión de unas pocas verdades fundamentales para orientar una vida. En medio del desorden interior que me intuía, mejor quizás presentía, tenia un faro que aunque fuera a trompicones guiaba mis tímidos pasos por la vida. Había un propósito claro, un ideario que sustentaba la acción, una fuerza que emanaba de la lucha por apartar los obstáculos. El tiempo fue acumulando experiencias hasta que un buen día descubrí que el faro era un espejismo, una ilusión de mi niñez reconvertida en mi adolescencia para dotar de sentido y dirección al caminar vital. La angustia cobró progresivamente su autentica dimensión. Me encontré sumido en un mundo al que habían robado sus referencias, esas referencias obligadas para sentirse instalado como en casa, en una casa que pudiera no agradar o pudiera generar el impulso para cambiarla pero, en último extremo, una casa sentida como la propia. Las ideas simples adquirieron, a partir de entonces, dimensiones de enorme complejidad que, al parecer, tan solo yo apreciaba; constaté que para la generalidad de los que caminaban a mi lado esas ideas seguían siendo claras y simples aunque la mayor parte de ellos no las sustentaban realmente, tan solo las acariciaban externamente creyendo a menudo que hacían uso consciente de sus significados, cuando en realidad su mecánico desarrollo mas bien pasaba por encima de la comprensión de su contenido.

Finalmente empecé a comprender que tan solo la pureza de corazón podía tener sentido en estas horas de oscuridad, en el desamparo de la sin esperanza. Pero necesité todavía mucho tiempo para darme cuenta de que la vida que nos atraviesa, a nuestro pesar, no permite que la pureza de corazón sea una experiencia REAL más allá de la infancia, ya que si así fuera no tendría sentido la vida. Y digo esto, me permitiré explicarlo tan mal como pueda , porque creo que el ciclo de la vida que se inicia con el nacimiento y acaba con la muerte para, (posiblemente) volver a recomenzar en algún punto o lugar que no podemos (por ahora) conocer, no es más que un enorme alambique que podemos o no aprovechar. Te recuerdo que el alambique es un chisme que permite destilar el agua, separar las impurezas, las sales, los sólidos y partículas en suspensión, del elemento agua en su estado químicamente puro. El niño al nacer es como el agua químicamente pura, su próxima e inmediata vida, que el niño no ha podido elegir, se encargará de enrarecer, contaminar, cargar y disolver en ella todos los elementos que harán impuro el corazón del hombre adulto. Sin embargo esa misma vida encierra en si la posibilidad de destilarse, de alcanzar, gracias al sufrimiento del esfuerzo, nuevamente el estado de pureza de corazón.No son fáciles de captar estas ideas. Se leen, si, pero raramente llegan a tocar profundamente la comprensión necesaria del cómo y del por qué eso afecta directamente a nuestra existencia. Las ideas preconcebidas que la vida nos cede y que asimilamos desde la infancia, se encargan de mantenernos ocupados y ajenos a esta experiencia.Muchos son los que ni siquiera son capaces de reflexionar, no ya sobre el sentido de su vida, sino sobre los problemas ordinarios que se les plantean a diario. Otros muchos reflexionan pero parten de bases tan fuertemente establecidas, de creencias o ideales que no pueden discutir, que, a pesar de su reflexión no experimentan la necesidad de indagarse hasta las últimas consecuencias. Son muy pocos los que presienten como necesaria la renuncia a todo faro que no sea su propio descubrimiento.

Quizás se deba de descender hasta el fondo del abismo sin esperanza para hallar respuestas. Quizás se deba de apurar hasta el final la copa de la impotencia, de la desesperación, de la soledad infinita, para rescatar aquella pureza primitiva del corazón del niño. En cualquier caso, y mientras no se cumpla este viaje a los abismos de si mismo, no se puede hablar de esperanza. Hablar de ella en esos momentos es volver a confortarse con los ideales, con el camino de los elegidos. Hablar de ella, o desear que exista, es no aceptar la propia condición de esclavo de si mismo, que se ha presentido, experimentado o descubierto. Una falsa visión que contemplara la esperanza impediría el continuado descenso a las catacumbas de la nada, evitaría la aceptación total y sin reservas de la contradicción en si mismo. Crearía una falsa expectativa en un Futuro que realmente no existe, porque tan solo puede ser el fruto de un esfuerzo sobrehumano nacido de la desesperación del sentirse NADA.

No puedo, ni quiero, sobrecoger tu claridad; tan solo me he apoyado unos momentos en ti porque se que puedes entender las varias lecturas que todo esto puede tener, ojalá que aun sin compartir mis ideas pudieras sentirme próximo pues estoy seguro de que si así fuera querría decir que has entendido este homenaje reciproco a nuestra soledad.

Esperando que estés bien. Recibe todo el afecto de tu hermano, y más.