domingo, 18 de febrero de 2007

Las 3 Górgonas: Libertad, Igualdad, Fraternidad


La violencia en la televisión… el hambre y la desigualdad en el tercer mundo… el gasto en armamento del primer mundo… la pulsión a la guerra que súbitamente aparece en cientos de miles de pacíficos ciudadanos …

Porque preguntarse por las consecuencias de estos hechos? Porque no preguntarse primero si podemos evitar los hechos en si? Empecemos singularizando. Si no podemos evitar el hecho es inútil preguntarse por las consecuencias, a no ser que entremos en un nivel meramente descriptivo de la cuestión. Pero vayamos a ese padre adulto-interesado o a ese profesional-informado que comienza su conferencia o su articulo con una descripción del tipo de: “Casi a diario en nuestro mundo vemos como la violencia en la television es la responsable de que nuestros hijos etc.” y acaba el primer párrafo cuestionándose alguno de los puntos iniciales de este escrito. Siempre es lo mismo. Sea el tema la violencia televisiva, la guerra no deseada o la injusticia del hambre. Este adulto no es verdaderamente consciente de la situación en la que él y la sociedad entera vive, crece, se desarrolla y muere. Probablemente crea que es consciente y tome decisiones meditadas, incluso elabore reflexiones escritas para tratar de ayudar a otros adultos afectados por los problemas que aquellas cuestiones plantean. Pero que él CREA ser consciente no quiere decir que sea exactamente así. Por tanto, primera cuestión: supongamos que existe la posibilidad de vivir creyendo cosas que no son reales. Si esto fuera asi, cuando alguien actúa bajo el convencimiento de algo que no responde a la realidad decimos que actúa engañado. Ahora pasemos de la suposición a la realidad. Yo afirmo que existe una apariencia de realidad en la que transitamos. Esta ‘realidad’ funciona gracias a un entramado de leyes que nos gobiernan a nuestro pesar o dicho de otra manera somos condicionados por ellas para acabar ‘actuando’ de la forma prevista, y con apariencia de libertad, dentro de unos márgenes o limites más allá de los cuales no podemos establecer modificaciones ni siquiera si fuéramos verdaderamente conscientes de la realidad de este hecho, cosa que no sucede habitualmente pues el cuestionamiento del sistema no es la norma entre los humanos sino la excepción.

Cuando se plantea este tema a menudo la soberbia humana se revela en contra y no acepta el papel de títere, marioneta o prisionero de una realidad que condiciona nuestras existencias. Creemos en la libertad de acción del ser humano y nos resistimos a aceptar que algo o alguien manipula nuestro destino, nuestra sociedad o nuestras ideas. Creemos que regimos nuestro destino personal tomando decisiones cruciales en nuestras vidas. Creemos que cambiamos sucesos gracias al libre albedrío del que somos usuarios. Creemos que evitamos males mayores tomando decisiones colectivas (sociales) empujadas por la voluntad de cambio del ser humano. Creemos que las ideas de ciertos hombres, politicos, religiosos o intelecturales, tienen capacidad para mover voluntades. Y creemos muchas cosas más que no son exactamente ciertas. Pero no tenemos elección. Si no creyéramos todo eso no podríamos vivir en el sistema que nuestra actividad humana ha generado por si misma y al margen de las voluntades individuales o colectivas de los seres humanos. Son los productos de la actividad humana los que con su propia dinámica han configurado el esquema vital en el que existimos o transitamos, según sea. Y nuestra existencia o nuestro transito, se pliega a las condiciones que crea el sistema sin que debamos de apreciar en ello una voluntad consciente o manipuladora, simplemente se trata de una inercia que obedece ciegamente a ciertas leyes. Los hechos y los actores se encadenan unos a otros causalmente sin que pueda suceder otra cosa que lo que sucede. Los márgenes de libertad de acción individual son muy estrechos, pero existen, aunque la probabilidad global de que suceda algo diferente a lo que ha de suceder es despreciable. Es así, como, de forma colectiva, la humanidad avanza en la línea del determinismo que impone el sistema ("el mundo 3" de Carl Popper o “el sistema de los memes” descrito por Susan Blackmore). Un sistema que escapa a nuestro control por que no es ninguna voluntad, ni humana ni extrahumana, quien dirige las líneas generales del discurrir de la humanidad. El sistema es autoprogramado para que ciertos automatismos vayan creando las situaciones que lo hacen avanzar de momento histórico en momento histórico. Los actores humanos son el combustible que el sistema precisa para seguir funcionando.

Pero a menudo no es la apariencia de libertad nuestro peor enemigo. Tres son los regalos que nos dejó la Revolucion Francesa. Hemos empezado hablando de la libertad pero la igualdad y la solidaridad no salen mejor paradas. El ser humano no es igual ni solidario. Ni la igualdad es un derecho de nacimiento ni la solidaridad es un beneficio que se regala a nadie a cambio de nada. Pero para hablar de ello hemos de remontarnos en el tiempo. O quizás mejor, antes de emprender el viaje hacia atrás, plantearemos algunas preguntas sin respuesta.

· Porque mi voto en la sociedad democrática tiene el mismo valor que el de mi vecino del tercero, borracho decadente, bárbaro inculto por pereza, ácrata por desidia y abandonado a la modulación única de sus instintos, sin otra ley que la del más fuerte para transitar por la vida y la calle? Si alguien me dijera, compasivamente, que no tuvo las mismas oportunidades le contestaría que si las tuvo. Fue a un colegio de jesuitas y recibió una buena educación de sus padres. Quiso estudiar Farmacia y nunca llego a aprobar primer curso. Acabó empleado en un supermercado donde ahora trajina con cajas de lechugas “iceberg” y otras fruterías.
· Porque es la misma la vara de medir del juez que juzga las tropelías cometidas por personajes como De la Rosa, Mario Conde, etc. frente a las que puede cometer un ratero de barrio? Si alguien me dijera, entendidamente, que la ley tiene matices, le respondería que los puede tener, pero… sobre las personas a quien juzga no los admite, al tener como premisa la igualdad de derechos de los seres humanos.
· Porque no puedo reclamar mi derecho a la desigualdad sin ser considerado racista o clasista?
· Porque no puedo revindicar un trato diferenciado, unos derechos y unas obligaciones diferentes cuando yo sé que soy esencialmente diferente de mi vecino?
· Porque, desde hace unos doscientos años, la cultura imperante ha aceptado sumisamente el igualitarismo, sin apenas voces disidentes?

Todas ellas son preguntas que se quedan sin respuesta si aceptamos que la igualdad es un paradigma al frente del que transitamos con gran orgullo, como si el bien de la igualdad fuera algo dado, algo inherente a nuestra organización humana, algo ya cerrado y no discutido por nadie. Esa es la trampa en la que caemos cada día como elementos necesarios a un orden que nos precisa iguales. Bien pensado no puede haber una maniobra más fina. Somos, a fin de cuentas, nosotros mismos en nuestra engañada visión colectiva quienes nos reclamamos iguales como si eso fuera el bien supremo a conseguir y no vemos como ese mismo hecho mina definitivamente cualquier esfuerzo para ganarse la capacidad de cambio, la capacidad de ganarse el derecho a ser igual. Ese es el meollo de todo: la igualdad es un merecimiento no un derecho al que cualquiera, sin merito ni esfuerzo alguno, se puede apuntar. Pero una sociedad estructurada con larvas sin voluntad es mucho mas fácil de manipular que una sociedad en la que el derecho a ser considerado ciudadano se ha de ganar.

El ser humano tiende a olvidar. Desde la Antigüedad el Hombre sabe esto. Y sabe que nuestro peculiar funcionamiento humano tiende a regresar al medio natural del que procede. La pereza es sin lugar a dudas el principal mecanismo psicológico responsable de nuestro cíclico olvido de lo que somos, fuimos o podemos ser. Y hemos olvidado que no somos solidarios. Si la igualdad es un merecimiento, la solidaridad es un atributo del ser evolucionado. No puede haber solidaridad en larvas sin voluntad, en ciudadanos alienados que reciben el nombre y titulo de ciudadanos simplemente para poder servir al interés del poder. Nuestra ficticia solidaridad nutre las arcas del dinero público a nuestro pesar individual. Solidaridad? Mas bien conformismo colectivo ante un mal menor aceptado. Creer que el hombre es solidario y tiene el deber de perseguir colectivamente este paradigma es confundir el orden de las cosas. Primero ayudadnos a descubrir la prisión en la que se encuentra el hombre, después enseñémosle a trabajar por su libertad interior, después nacerá en él la solidaridad interhumana. En un mundo alienado como el nuestro hablar de las tres Gorgonas es hacer un brindis al sol…

La Revolución francesa, no podemos saber en que punto ni a quien hacer responsable, es la cuna de las tres Gorgonas. Fueron el Despotismo Ilustrado y la Masonería, los que a la búsqueda del poder al precio que sea, introdujeron la idea de las tres hermanas cuyo lema acabó adoptando la Revolución. El eficaz control del pueblo debía de llevar aparejado el control de aquellos intelectuales que se pudieran oponer al poder verdadero, no al aparente. Así fue como se les lanzó en forma de carnaza las tres ideas. A partir de este momento, sin que nadie se preocupara en ser consecuente y en plantearse duda alguna, la búsqueda y la reflexión intelectual alrededor de las Gorgonas se erigió en necesidad y en bandera. El poder contenido por las tres ideas pretenece a ellas mismas (el "mundo 3" de las ideas) y ese poder fecunda mentes y voluntades de manera automatica. Una vez puesto en marcha el mecanismo solo es necesario el transcurso del tiempo. Fue facil el transito hacia una norma de vida y hacia una justificada excusa para la guerra. El hombre fue relegado al igualitarismo por un camino constantemente vigilado por las pseudo ideas que habían arraigado en la clase intelectual. La pretensión de solidaridad movió la maquina política y empezaron a aparecer los primeros idearios revolucionarios en materia de reparto del trabajo. Los cimientos del socialismo se acababan de fundar sobre una utopía que lejos de ser puesta en evidencia se dio como necesaria. Lo demás es fruto del devenir históricosocial.

Y seguiremos paseando por la Diagonal o por la Castellana. Pero no seremos ni libres, ni iguales ni solidarios. Dentro de muchos años podremos decir como Kubrick al final de su ‘Barry Lyndon’: “Todo esto sucedió en el reinado de Juan Carlos I … y todos ellos, los que pasearon, los que amaron, los que discutieron y escribieron miles de paginas…, todos sin excepción hoy siguen sin ser libres, ni iguales ni solidarios. Tampoco lo fueron en vida…”