Lo que nos caracteriza es la acción, el obrar, y de hecho nos distinguiremos unos de otros por nuestros actos. Pero si sacamos la lupa y miramos el hecho mismo de poner en marcha una acción veremos que hay varios ingredientes que vale la pena repasar.
Para hacer algo tenemos que tener un motivo.
Un «motivo» es la razón que tenemos o al menos creemos tener para hacer algo, la explicación más aceptable de nuestra conducta cuando reflexionamos un poco sobre ella. En realidad es la mejor respuesta que se me ocurre a la pregunta «¿por qué hago eso?».
Tratando de simplificar veremos que hay tres tipos de motivos que mueven nuestras acciones, las órdenes, las costumbres y los caprichos. Cada uno de esos motivos inclina nuestra conducta en una dirección u otra, y explica más o menos nuestra preferencia por hacer lo que hacemos frente a las otras muchas cosas que podríamos hacer.
Lo primero que se me ocurre plantear sobre ellos es ¿con cuanta fuerza y de qué modo me obliga a actuar cada uno de estos motivos? Por que no todos tienen el mismo peso en cada ocasión. Así que si lo analizamos un poco veremos que las ordenes sacan su fuerza del temor a la represión en caso de transgresión de la norma, de la ley, del código o de la orden directa. Pero también del esperar una recompensa si se cumple con la orden o su equivalente. Las costumbres sacan su fuerza de la comodidad de seguir la rutina que el devenir humano ha establecido, pero también en el interés por no contrariar a los otros que siguen la misma costumbre y desentonar. Las ordenes y las costumbres parecen tener una cosa en común, que vienen de fuera y se nos imponen sin pedirnos permiso. Mientras que el capricho sale de dentro sin que nadie medie (directamente) para impulsarnos a hacer algo. El capricho es algo más libre que los otros dos tipos de motivos. Elegimos un color simplemente por que nos gusta más… etc. Claro está que la influencia del mundo exterior, de los otros, también afecta a nuestra elección de los caprichos, por lo que verdaderamente tampoco es una elección totalmente libre.
Sin embargo lo que es más importante es darse cuenta de que una acción, por si misma, no es buena solo por que ser una orden, una costumbre o un capricho. Para saber si algo me es conveniente o no tendremos que examinar la acción más a fondo, razonando por uno mismo. Nadie puede ser libre por mi, ni dispensarme de elegir y de buscar por mi mismo. Por que una orden puede ser inconveniente para mi, como lo puede ser una costumbre o un capricho.
Cuando uno es pequeño e inmaduro, con poco conocimiento de la vida y de la realidad basta con la obediencia, la rutina o el capricho. Pero es porque todavía dependemos de alguien que vela por nosotros y nos limita a seguir su estructura. Luego hay que hacerse adulto, es decir, ser capaz de inventar en cierto modo la propia vida y no simplemente vivir la que otros han inventado o dispuesto para uno. Tomaremos elementos de los otros y nunca seremos originales, pero tendremos que hacer un esfuerzo para pensarlo. Si no damos este paso no nos hacemos adultos. Pero al final entre las ordenes que nos dan, entre las costumbres que nos rodean o nos creamos y entre los caprichos que nos asaltan, tendremos que aprender a elegir por nosotros mismos lo que es conveniente. Por tanto no habrá mas remedio, para ser hombres y no borregos, que pensar dos veces lo que hacemos.
Las ordenes y las costumbres pueden ser malas por muy ordenadas o acostumbradas que se nos presenten, por tanto si queremos aprender en serio como emplear bien la que libertad condicionada que tenemos (y este aprendizaje es justamente de lo que va la ética básica) mas vale saber que las decisiones sobre lo que es conveniente o no se han de tomar razonando sobre la validez de los motivos y sopesando siempre si cumplen o no con nuestra idea de lo que es bueno o conveniente.
Determinar que es bueno en relación al ser humano no es tarea fácil. En realidad hay muchos baremos para medir lo que es bueno para un hombre, así que lo primero será echar luz sobre esta cuestión tan básica. Los códigos morales son tomados de ideas o normas establecidas entre los hombres para guiar sus comportamientos. Hay muchas morales, a nosotros nos afecta la moral cristiana por que es la que ha predominado en nuestra cultura durante siglos. Pero es posible ir más allá de ella y tratar de reducir esta moral a un principio ético que la subyace y del cual se ha de partir para superar las diferencias morales de los actos, según el baremo a usar. Es decir que deberíamos ser capaces de encontrar la razón ultima por la cual el bien vivir sea explicado, y, a partir de ahí, derivar un código ético sobre el que tomar la decisión en cada momento, sobre nuestro actuar, para saber si actuamos de forma conveniente o no. Ese es, como he anunciado, mi propósito al reflexionar sobre la ética básica. Hacia allí me encamino pero antes hemos de seguir echando luz sobre ciertas cosas.
Como hemos dicho que lo principal es hacer buen uso de la mucha o poca libertad de la que disponemos, deberíamos empezar por asegurar que lo mejor seria hacer lo que uno de verdad quiere, no lo que quieren otros por mi. Esto parece una verdad de perogrullo pero no es así. No siempre lo que hacemos coincide con lo que de verdad queremos. Y ese es el primer conflicto. Parece que lo primero seria por tanto saber que es lo que queremos. Y tenerlo bien claro.
Hay que dejarse de ordenes y costumbres, de premios y castigos, de gustos condicionados, en una palabra de todo cuanto quiere dirigirnos desde fuera, y nos hemos de plantear todo este asunto desde dentro de nosotros mismos, desde el fuero interno de nuestra voluntad. No le preguntes a nadie que es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo. Si deseas saber en que puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas desde el principio poniéndote al servicio de otro o de otras voluntades, por buenos, sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad… a la libertad misma.
La aparente contradicción que encierra el ‘haz lo que quieras hacer’ no es sino un reflejo del problema esencial de la libertad: que no somos libres de no ser libres, porque no tenemos mas remedio que serlo. Y si en uso de tu libertad decides no serlo, de seguir el precepto de otro o dejarte llevar por la masa, seguirás actuando tal como prefieres: no renunciaras a elegir, sino que habrás elegido no elegir por ti mismo. Sartre dijo algo realmente cierto: estamos condenados a la libertad. Pues aunque dijeras que no quieres saber nada de todo este embrollo fastidioso, también estarías queriendo… queriendo no saber nada, queriendo que te dejen en paz aun a costa de convertirte en un borrego que sigue la corriente de la vida. Seria tu libre decisión la que te llevaría a este punto. Tan libre como podría ser lo contrario.
Supongamos, por suponer algo, que no decides dejar este espinoso asunto y quieres seguir investigando. En este caso vamos a preguntarnos que es lo que mas queremos los humanos… así en general. Si alguien me pregunta que es lo que mas deseo, pues después de un rato de pensar diría: darme una buena vida !!! Efectivamente, si por algo nos puede interesa la ética es por que la ética es el intento racional de averiguar como vivir mejor. Así que, si merece la pena invertir esfuerzos en penetrar los contenidos de la ética es porque nos gusta la buena vida.
Pero no quiero la buena vida de un animal de la selva, ni la de un pez en el mar. NO, quiero una buena vida HUMANA. Y ser humano consiste principalmente en tener relaciones con los otros humanos. Casi todo lo otro que no sea esto es ser animal en la naturaleza. Por tanto lo que nos diferencia es nuestro sentido de humanidad, la ‘necesidad’ de relación con los demás. Eso es fácil de ver poniendo un ejemplo. Si pudiéramos tener lo que quisiéramos de entre todos los bienes a nuestro alcance, un mundo maravilloso, un clima perfecto, los lujos mas refinados, una salud envidiable y todo el dinero del mundo, de que nos serviría sino pudiéramos volver a ver ni a compartir todo esto con ningún otro ser humano, si estuviéramos solos. Es así como entendemos que la buena vida humana es buena vida entre seres humanos. Queremos ser humanos, no herramientas ni animales racionales aislados. Y queremos sobre todo ser tratados como humanos, porque eso de la humanidad depende en gran medida de lo que los unos hacemos con los otros.
El hombre no nace ya hombre del todo ni nunca llega a serlo si los demás no le ayudan. ¿Porque? Porque el hombre no es solamente una realidad natural, como lo pueda ser una vaca o una lechuga, sino también y principalmente una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje cultural y para empezar sin la base o fundamento de toda cultura: el lenguaje. Nuestro mundo es una realidad de símbolos y leyes sin la cual no seriamos capaces de comunicarnos entre nosotros. Tampoco podríamos captar la significación de lo que nos rodea. Pero nadie puede aprender a hablar por si solo por que no es una necesidad natural ni biológica, es una creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres.
Por tanto la humanización, lo que nos convierte en lo que queremos ser, es un proceso reciproco. Para que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para mi son todos como cosas, objetos o animales, yo no seré mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso ‘darse la buena vida’ no puede ser muy diferente de ‘dar la buena vida a los otros’. Esa es la clave que debíamos de encontrar. Ahí esta la razón de ser de mi tendencia humana. Sin ella no estoy muy lejos de la vida animal misma.
Cuando tratamos a los demás como cosas, lo que recibimos de ellos son también cosas: al explotarlos recibimos dinero, nos pueden servir, ser útiles e incluso nos pueden sonreír, pero de este modo nunca nos darán esos dones mas sutiles que solo las personas pueden dar. No conseguiremos ni amistad, ni respeto, ni afecto, ni comprensión, ni mucho menos amor.
En resumen para obtener de los demás esa complicidad fundamental que proporciona los bienes ‘verdaderamente’ humanos tenemos que tratar a los demás con el trato que solo se da entre iguales, y que no nos pueden ofrecer mas que otras personas a la que tratemos como tales. En reciproca correspondencia. Cualquier trato que incumpla esta norma rebaja el intercambio al trato con meros objetos y deja de proporcionar los bienes humanos, tan preciados, que están en la base de nuestra buena vida.
Hay una pregunta que nos hemos de hacer a la luz de lo descrito hasta ahora. ¿Porque está mal lo que llamamos “malo”? Y la respuesta es: porque no nos deja vivir la buena vida que queremos. Para eso hay que quererla, evidentemente. Y para ello primero hay que entenderlo.
Resulta entonces que ¿hay que evitar el mal por una cuestión meramente de egoísmo? Pues si, esa es exactamente a la conclusión que hemos de saber llegar. Lo que mueve nuestras acciones es justamente nuestro propio interés. Y eso, en resumen, es ser egoísta en el buen sentido de la palabra. Pero como, lo que mas queremos en este mundo es a nosotros mismos, no hay excusa para no practicarlo. Si queremos nuestro bien buscaremos indirectamente el bien de los demás. Así de fácil.
Y que pasa cuando obramos mal, pues que aparece en escena algo que llamamos sentido de culpa o remordimiento. ¿Pero de donde vienen los remordimientos? Podía decir alguien que son reflejos íntimos del miedo al castigo que puedes merecer. Pero supongamos que no tienes temor a la venganza justiciera de nadie y no crees que haya ningún Dios dispuesto a condenarte por las fechorías… sin embargo tienes remordimientos. Solo podemos explicarlo por que al obrar mal y darnos cuenta de ello comprendemos que ya estamos siendo castigados, que nos hemos estropeado a nosotros mismos —poco o mucho— voluntariamente. No hay peor castigo que darse cuenta de que uno esta boicoteando con sus actos lo que en realidad quiere ser… Así pues los remordimientos vienen de nuestra libertad. Si no fuéramos libres, no podríamos sentirnos culpables de nada. Por eso —a menudo— cuando hemos hecho algo vergonzoso buscamos una escapatoria y aseguramos que es que no tuvimos mas remedio que obrar asi, pues no pudimos elegir: “cumplí órdenes”, “todo el mundo hacia lo mismo”, “perdí la cabeza”, “es más fuerte que yo”, “no me di cuenta de lo que hacia”, etc.
Preferimos confesarnos esclavos de las circunstancias antes que responsables de nuestros actos. Y esto lo hemos de saber, hemos de aceptar que eso sucede —y nos sucede a nosotros— para estar alerta y no caer en la trampa que nos propone la mente. Lo importante es tomarse en serio la libertad —o sea ser responsable— y emplearla bien para no sentirse en contradicción con lo que de verdad queremos como seres humano. Ser responsable es ser capaz de dar respuesta a la autoría de nuestros actos. Para lo bueno y para lo malo. Apechugar con las consecuencias de lo hecho, enmendar lo malo que pueda enmendarse y aprovechar al máximo lo bueno. El responsable siempre ha de estar dispuesto a responder de, y por, sus actos. Si, he sido yo. Me equivoqué o no. Pero he sido yo sin excusas. Es mi libertad la que he usado mal o bien. Pero soy yo, no la publicidad, ni el sistema capitalista, ni el carácter que me domina, ni el que no me educaron bien… etc. En definitiva es la aceptación del uso que he hecho de mi propia libertad no de las circunstancias que me han condicionado.
Para acabar con el tema del obrar, algo que lo condensa todo en una frase. Una frase tomada de la doctrina cristiana. Todas las normas, todos los mandatos, todas las reglas de conducta se podrían resumir en una: «ama a los demás como a ti mismo». Fijaos que cuando incumplimos esta norma es por que no nos queremos a nosotros mismos lo suficiente, con esto bastaría para comprender todo lo precedente. Así que mi consejo es ‘quiérete mas’, porque al hacer daño a otro te lo haces a ti mismo. Nada, ninguna acción, ningún obrar que podamos imaginar escapa a esta lógica.
Entonces ¿si todo es tan claro y lógico como es que no lo hacemos?