Inicio hoy lo que me gustaría fuera un libro cuando esté acabado. Todas las entradas que siguen a esta son correlativas y en ese orden se han de leer como capítulos de un libro.
Introducción:
Cuando uno nace, probablemente no es un libro en blanco. Pero solo podemos afirmar con seguridad que llevamos una carga génica, una herencia filogenética. Lo demás está en el terreno de las suposiciones. Aun admitiendo que llevamos una carga genética lo que no sabemos con certeza es hasta donde alcanza esta herencia. Como tampoco podemos ni asegurar ni negar que más allá de la herencia genética haya algo más: predisposiciones o tendencias que marquen nuestra existencia futura o nuestro devenir en algo. El tiempo y la acumulación de conocimientos ayudaran a seguir despejando estas incógnitas sobre las que en unos pocos años hemos avanzado bastante.
Pongamos un ejemplo: hasta hace unos 60 años no sabíamos exactamente nada sobre la herencia ligada al ADN. Fueron Watson y Crick, dos biólogos moleculares, los que descubrieron la manera como se transmitía la herencia mediante el ADN. En 1962 recibieron el premio Nobel de medicina por ello. Ahora sabemos bastante más pero todavía es mucho lo que ignoramos. Desde hace mucho menos, una década aproximadamente, sabemos que existen unas influencias que modifican la expresión de la carga genética ligada al ADN, esas influencias son el motivo de una nueva ciencia que esta empezando a desvelar sus formas de actuar: la Epigenética. El ambioma: el nicho ecológico, y el comportamiento de nuestros ancestros son factores que producen cambios en la expresión de los genes, modificaciones que pasan a la herencia sin variar el contenido del material ADN ni generar mutaciones, eso es lo extraordinario. Sabemos ahora, que el contexto en el que vivimos, las formas de alimentarnos, el clima, y algunas influencias externas todavía mal conocidas, actúan sobre la expresión genética y son transmitidas a nuestros descendientes, sin por ello modificarse los cromosomas. Por primera vez entendemos que la causalidad, la ley de causa-efecto, puede ir más allá de nuestra existencia y ser transmitida a los descendientes. Lo novedoso es que no estamos hablando del color de los ojos, o de la forma física, sino de las adaptaciones a ciertas conductas elegidas voluntariamente. El concepto importante es que, por primera vez, empezamos a comprender —científicamente hablando— cómo la elección voluntaria del ser humano produce efectos no solo directamente en nosotros mismos sino que tiene consecuencias reales en la linea sucesoria, o sea, sobre nuestros descendientes.
Cuando el ser humano deja de ser un niño y se interroga sobre su propia existencia, da comienzo un largo camino que podemos recorrer, o no, pero en caso de hacerlo deberíamos poder elegir la forma en que haremos ese viaje. Pero casi nunca es así, veamos por qué.
No somos únicos, ni estamos solos. El ser humano se diferencia de los animales en que se comunica a través del lenguaje. Y es el lenguaje lo que construirá al hombre. Somos un hecho cultural y nacemos en el seno de una cultura que nos transmite, a través del lenguaje, unos recursos elaborados a lo largo de la historia. A partir de cierta edad, de forma ya consciente, tomamos de la cultura conceptos que nos permitirán construir una imagen del mundo y de nuestra existencia en él.
La forma de tomar de la cultura estos conceptos se convierte en un hecho de importancia trascendente. Si simplificamos al máximo esta cuestión, podemos decir que hay dos formas básicas o elementales de incorporar contenidos a nuestro “ser y estar en el mundo”. La creencia y la indagación. Las dos son posibles y no excluyentes. Proporcionan certezas de cualidad diferente. Pero certezas que solo el individuo, el sujeto de ellas puede dar por válidas. No se pueden validar objetivamente: la creencia por que no usa la experimentación, y la indagación por que la materia que se indaga no permite la experimentación. Pero la clase de verdad que proporcionan, tanto una como otra, es válida en tanto que el sujeto que aprehende, las hace valer para sí. Las declara válidas para sí mismo.
La creencia toma prestado —de la elaboración de otros— el contenido. Así, el corpus de doctrina, o sea los contenidos sobre los que un ser humano particular establecerá todos los parámetros de su “ser y estar en el mundo”, le son revelados. Una vez el ser humano hecha a andar con ese bagaje validará los conceptos a través de la praxis. Dará el nombre de verdad a aquello que algo o alguien estableció como auténtico, apoyándose —para certificarlo— en lo que él siente, descubre y obtiene —o sea a lo que experimenta en sí mismo— al ceñir su conducta al corpus de doctrina que hizo suyo a través de la creencia. Es el camino de la fe y la religión.
La indagación no toma prestado nada que no sea deducido previamente de su búsqueda usando la razón como faro que ilumina el camino a recorrer. No adhiere a hechos desvelados por otros, por atractivos que sean los parámetros que se ofrecen a su “ser y estar en el mundo”, sino que se interroga sobre la validez de lo que sus razonamientos le desvelan paso a paso. Rechaza o admite supuestos en función de la coherencia con su percepción de lo que es real, limitado a su propia comprobación empírica sobre lo que le sucede y lo que sucede a su alrededor. Es un camino sin horizonte previo. No sabe a donde puede llegar, y a menudo debe de desandar lo andado para indagar nuevas opciones que se abren a la duda. Es el camino de la filosofía y de la ciencia.